Rosa Campos Gómez
También allí, donde la eternidad se halle,
gracias,
Jesús Alejandro,
por la amistad y
literatura compartidas.
"Escribir acerca de
uno mismo para crear un espejo en el que otras personas reconozcan su propia
humanidad".
Sarah
Bakewell, en Cómo vivir o una vida con Montaigne.
Finalizaba junio cuando le
pedí a Jesús A. Salmerón Giménez que
colaborara en Notas, aunque mi intención era que este espacio cultural llevara algo de más rodaje para que pudiera decidir sobre una mayor base, pero cuando vi en su muro un fragmento de El Principito –una de mis lecturas inolvidablemente
significativas sobre la amistad– conmemorando el aniversario del nacimiento de A. de
Saint-Exupéry, lo entendí como una señal de que debía cerrar mi compás de
espera, y me atreví con mi propuesta. El día 5 de julio recibimos su primer trabajo; a partir de
ahí empezó una magnífica cosecha de textos que no dejan de nutrirnos. Un verdadero
lujo al alcance que todos.
Desde aquel verano del 14, fue creciendo un fuerte vínculo de hermandad que se sumaba al del de
respeto y admiración por los trabajos literarios que tan generosamente ha
compartido con todos los lectores; circunstancias, sin duda, por las que a mí,
que tantas veces y con tanto cuidado y entusiasmo había editado aquí sus
artículos, me temblaba el pulso cuando tuve que poner aquellas
notas sobre su partida.
Hay una frase de mi amiga Pascuala S. B. -acerca de las amistades en las RR SS- que tiene mucho jugo de calidez y esperanza para estos y futuros momentos: “es como si los genios pusieran en conexión tantas almas”. Gracias a ellas, desde muchas latitudes ha sido y es
posible conocer a Jesús, ciezano afincado en Murcia, habitado por un alma sin
fronteras.
Como algo que me parece entrañable diré que era frecuente que enviara las imágenes para ilustrar sus escritos, aunque no siempre, como cuando escribió el conmovedor e intenso “Amistad y libros” –le fue difícil encontrar imagen que lo ilustrara-, y pensé en que un dibujo a tinta, especialmente dedicado a ambos amigos, podría ir mejor que cualquier otra ilustración. Esperaba que le gustase, y si no era así lo quitaría. Su agradecimiento representó un estímulo para que siguiera hasta completar esa serie de cuatro que acompañaron a los últimos artículos de esa temporada -el suyo, el de Sara Alarcón y el de Pedro Diego Gil López-. Una breve serie de dibujos espontáneos y emotivos que surgió gracias al valor que desde el principio él le otorgó.
Podía escribir desde un
conocimiento prodigioso sobre cualquier tema, ya fuera de poesía, novela,
ensayo, biografía, teatro, cine, pintura, música… Nada le era ajeno porque
sentía ese impulso vital que emana de la pertenencia a las cosas con vida, en
las que la alegría y el dolor se entrecruzan, se superponen, se enfrentan, o
callan en su alternancia. Y conviviendo junto a estos dos titanes de los
sentimientos –dolor y alegría-, otros gigantes imprescindibles para el buen
llevar las horas, entre ellos la crítica precisa y el humor bien destilado que
en tantos de sus artículos se perciben.
Desde su juventud, con sus reseñas, relatos, poesía y novela inédita –en Notas compartió
algunas partes genuinamente explícitas de un tiempo, de unas emociones y de una
rebeldía con causa–, nos ha ido legando mucho con calidad literaria, mas le quedaba tanto
por dar… Pero de nada sirve ya decirle a la muerte que pensamos que se
precipitó.
Con "Leed a Montaigne" –primer artículo que compartió en este espacio–,
nos fue introduciendo en un contenido en el que la fuerza y la calma no se
contradicen sino que se alían, invitándonos a conocer la hondura del humanismo
que por sí mismo había experimentado.
Continuó, religiosamente
ateo, sugiriéndonos la andadura por los caleidoscópicos mundos que embellecen,
agitan, animan... las páginas de esos objetos magos que él amaba, por lo que me
permito parafrasearle: leed a Jesús A. Salmerón Giménez, o releed... para tener un mayor conocimiento de autores
que nos han dejado libros con un calor tan necesario como una medicina, o
huella en otros fértiles terrenos; para saber de esa espléndida gama de términos
con que nos ha ido configurando los perfiles de los diferentes autores, y de
sus propios pensamientos; para ampliar el valioso tejido de la amistad… También
para tener una noción más nítida del lazo indisoluble que existe entre la historia
y la intrahistoria, exhortando a la salud anímica que conlleva ejercer la
denuncia responsable o dar el reconocimiento merecido... Porque todo eso,
y más, se desvela en los relatos que emergen en sus personalísimos textos, donde lo ordinario
y lo extraordinario se retroalimentan forjando una vigorosa estructura
descriptiva, poniendo verbo a las emociones y razones que va produciendo el vivir, y que se guardan en la memoria humana del tiempo.
Gracias, María Jesús, María y José Antonio, queridos amigos, por colaborar para que los artículos llegaran a tiempo cuando el correo no funcionaban bien y por
todo el apoyo.
© Rosa Campos Gómez
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