Rosa Campos Gómez
Posiblemente la escritora
que más haya influido en la vocación de otras escritoras, cuando apenas había
referentes femeninas que constaran en los libros de texto, sea Louisa May Alcott (1832-1888), construyendo una novela
por encargo -en parte autobiográfica- que encandiló a los lectores al
mismo ponerla a la venta.
Se trata de Little Women or Meg, Jo, Beth and Amy (1868), Mujercitas en castellano, escrita por
encargo del editor de la autora, quien le dijo que antes de publicarle un
libro que ella estaba terminando tendría que escribir una historia que hablara
de chicas, en la que se reflejara una conducta apropiada para las jóvenes. Aceptó
sin mucho entusiasmo porque lo que ella
escribía eran relatos en los que podía desarrollar tramas más atrevidas
y reveladoras que su pensamiento avanzado y feminista le sugería, y que solía
firmar con seudónimo.
Pocos meses necesitó para
escribirla, en los que llegó a dudar de su valía, pero los hechos le hicieron
cambiar porque recién colocada en los
estantes de las librerías fue comprada y leída, convirtiéndose en raudo éxito
de ventas –2000 copias–. El público pronto pidió una segunda parte que llegó en
1869, Good Wives, en ella relataba lo acaecido a los March cuatro años más tarde. En Europa ambas se publicaron en
un único volumen.
Para el argumento, L. M.
Alcott se basó en algunos aspectos de su familia, sobre todo de sus tres
hermanas, Anna (Meg), Lizzie (Beth) y May (Amy), que también fue pintora en la
vida real, y en ella misma (que será Jo), como modelos de las cuatro hijas de los March, familia en la que los valores humanos
serán la guía ante las dificultades a las que se puedan enfrentar, con un trasfondo
histórico como la guerra civil estadounidense, que forzará a tener el padre ausente; unas mujeres
que a pesar de las penurias económicas saben salir adelante; y a una protagonista
–en la que se percibe el espíritu fuerte
y avanzado de Louisa– transgresora, mucho para la gente corriente de su época,
que es la que engancha a quien se asoma a esas páginas.
Con el personaje de Jo
(Josephine), Alcott pone en escena a una mujer con un carácter fuerte, que en aquellos
tiempos, y en otros más cercanos, se le tildaba de masculinizado, mostrando una
atractiva rebeldía que rompía con los cánones creados, y evidenciando una forma
de ser en el oficio de escribir: se inicia en la niñez, anhela
ser escritora de éxito en la adolescencia, por lo que se monta su escritorio en el desván; lee a todas
horas, hasta el punto que su madre le dice que se tome descansos o perderá la
vista; marcha hacia otra ciudad a trabajar, donde, además, escribirá relatos para un periódico,
cuya aceptación por parte del público le produce gozo y confianza, y por los que
recibirá una cantidad mínima de dinero pero que valora en mucho porque le sirve
para costear gastos; acepta la opinión del profesor alemán que la anima a escribir sobre las cosas que le producen sentimientos en su quehacer diario, mejor que
esos cuentos sensacionalistas que quedan por debajo de sus posibilidades de
mujer creadora…
Jo March es una escritora que
la literatura ha dado a través de las experiencias combinadas con la imaginación de su creadora, que supo introducirla alterando (quizá sigilosamente), las perspectivas demandadas por su editor, llegando a ser, de alguna manera, espejo en el que imaginarse... Son muchas las mujeres, que hoy se mueven en el mundo literario, que han hablado del
estímulo que su figura generó en sus vidas.
A mediados de los setenta y parte de los ochenta, a la mayoría del pueblo de diferentes latitudes nos llegó por primera vez su imagen, vía cine televisado, después sería el libro, y posteriormente, de nuevo, desde el cine en pantalla grande. Películas que vendrían de la mano de George Cukor (1933), protagonizada por Katherine Hepburn; de Melvyn LeRoy (1949), con June Allyson; y de Gillian Armstrong, 1994, con Winona Ryder. Cada una de ellas con un excelente elenco de intérpretes y de técnicos, contando con algunos Oscar las dos primeras y varias nominaciones las tres.
Louisa May Alcott era hija
de Amos Bronson Alcott, pedagogo, filósofo, abolicionista y defensor del sufragio
femenino, con dificultades para encontrar empleo, siendo la precariedad
económica frecuente en esta familia numerosa, por lo que ella tuvo que desempeñar algunos oficios temporales, además de escribir desde joven y cobrar por ello –su obra es considerable–.
Nunca se casó –al
contrario que la protagonista de Mujercitas–,
aunque sí mantuvo una relación de la que no quiso dejar rastro escrito. Fue
activista política, apoyando el abolicionismo y la igualdad de derechos para
las mujeres, y enfermera durante la guerra, contrayendo fiebres tifoideas que
le trataron con medicación que contenía mercurio, lo que le generó unos efectos
secundarios que llegaron a envenenarla, causándole la muerte a los 55 años,
días después de la de su padre.


Su casa de Concord (Masachusset) –donde desarrolló una parte importante de su literatura–, que lleva más de 300 años en pie, ha estado a punto de derrumbarse,
por lo que el 29 del pasado noviembre (aniversario de su cumpleaños) se llevó a
subasta un manuscrito inédito para recaudar fondos para restaurarla, lo que
nos informa de que sus textos, además de placenteros e ilustrativos de
determinados contextos, continúan siendo útiles..., conteniendo vida.
Escribió:
“Es un buen libro aquel
que se abre con expectación y se cierra con provecho.”
“Hazte digno del amor y
éste vendrá.”
“¡Enarbolad la bandera de
la igualdad, mujeres! ¡Luchad por vuestros derechos y contad con mi leal
colaboración!”
“Todo lo supeditáis al
casamiento. Pero, ¿Y si no os casáis? Porque debéis admitir la posibilidad de
quedaros solteras. Lo cual no debe aterraros, porque no es ninguna deshonra.
Podéis ser útiles a la sociedad y a vosotras mismas.”
“Si las chicas de tu edad aprendiesen lo que
es realmente la belleza, y no pusieran tanto empeño en palidecer y matarse de
hambre, ahorrarían un montón de tiempo, dinero y preocupaciones. Mente sana en
cuerpo sano es la belleza mejor que puede concebirse en el hombre y la mujer.”
“Creo que para el sábado
por la noche habrán descubierto que todo juego y nada de trabajo es tan malo
como todo trabajo y nada de juego.”
“No somos nosotros los que escogemos nuestras
aptitudes y talentos; nacemos con ellos, y no conviene paralizarlos porque no
nos gusten.”
“¡Animo, corazón mío!
Siempre hay luz detrás de las nubes.”
“Mi vida será para mí
misma, y no para espectáculo de los demás.”
“Perfecciónate, pero no imites nunca.”
(Actualizado el 22/10/2017)
© Rosa Campos Gómez
Tengo que releerla con ojos adultos pero, todo sea dicho, fue una de mis lecturas adolescentes. Cómo no identificarse con esa Jo contestataria y distinta. Estupendo reportaje.
ResponderEliminarMuchas gracias, Anabel. Es una suerte que su lectura se haya ido expandiendo y llegando a tantas mujeres en la adolescencia… La verdad es que era muy atractivo identificarse con ella, a mí también me sucedió.
ResponderEliminar