miércoles, 13 de septiembre de 2017

ESTELLA-LIZARRA (breve mirada viajera)

                                                                                 
                                                                 Rosa Campos Gómez

Ayer concluyó para mí un verano de viajes (entrañables, en muy querida compañía) distinto a otros anteriores en los que ya consideraba una salida un buen regalo, llenándolos con estimulantes periplos virtuales a través de los libros. Por ser este año más los físicos, compartiré en Notas algunas de esas experiencias en una especie de “cuaderno de viajes”, donde, además, tendrán cabida otros temas..., no obstante, viajar, ya sea física o imaginariamente, es mirar desde dentro lo que se nos ofrece fuera, para crecer en humanismo (y menguar en arrogancia si la hubiere), para conectarnos.


Comienzo con uno de los pueblos  de Navarra (comunidad foral sorprendente, bella en su conjunto; con enorme cordialidad su gente) que he visitado más recientemente:

Estella, en castellano–de stella (estrella en latín), nombre dado al pueblo por el rey Sancho Ramírez en 1090, con el significado de punto de orientación para los peregrinos que hacían el recorrido del Camino de Santiago–, Lizarra, en esuskera –de “tierra de fresnos” (probablemente por lizar=fresno), o tal vez derivado se estrella (izar=estrella)–, es una localidad edificada en el gran meandro del río Ega, poseedora de un importante patrimonio histórico-artístico, al que pertenece el Palacio de los Reyes de Navarra, construcción civil del románico navarro (segunda mitad de s. XII).



















El palacio, en sus lados norte y este, mira, respectivamente y haciendo esquina, a la plaza de San Martín y a la calle de San Nicolás (rúa por la que entraban los peregrinos) y hacia donde se alza la magnífica fachada principal construida en piedra sillar, que en origen contaba con dos niveles –en el XVIII se construyó la tercera planta con torre ubicada en dicha esquina–;  en el inferior de esta hallamos un pórtico con cuatro arcos de medio punto, flanqueado por dos semicolumnas adosadas a los muros laterales, con un capitel narrativo, a la altura de la arcada, la de la izquierda: una escena de la batalla librada en Nájera entre Roldán y el gigante Ferragut –firmada por Martinus de Logroño– como ejemplo del vencimiento del bien frente al mal. 

                                  

La galería del segundo piso presenta cuatro amplios vanos decorados con esbeltas columnas con capiteles con decoración vegetal y figurativa, enlazadas por arquillos ligeramente apuntados. 




y a esa altura, en la semicolumna adosada que se yergue a lo largo del muro  de la derecha, en sus dos primeros niveles, encontramos el otro capitel narrado en el que se representan tres pecados capitales -lujuria, soberbia y avaricia-, fabulados con una estilizada imaginería figurativa y animalística oriental.

        
                              


Este espacio que fue palacio en su día y posteriormente cárcel, también tuvo un periodo, ya en el siglo XX, en que fue refugio de vagabundos. Hoy, rehabilitado desde 1991, es el Museo de Gustavo de Maeztu (Vitoria, 30 de agosto de 1887 - Estella, 9 de enero de 1947), pintor, grabador, muralista, ilustrador y escritor –hermano del escritor Ramiro de Maeztu y de la pedagoga y feminista María de Maeztu–, artista con una amplia trayectoria que he conocido gracias al acceso a tan  histórico y  bien cuidado centro.

 La interesante exposición de su obra, distribuida entre los pisos segundo, tercero y torre del edificio cuenta con óleos, dibujos, bocetos y litografías del autor, del que me llamó poderosamente la atención el cuadro Pierrot en la taberna (1920-21).




El rojo intenso (menos abermellonado en la pintura que en la foto), sobre una parte de la espalda de la mujer (vestida) inclinada sobre una mesa de taberna, me llamó la atención al principio, invitándome a acercarme, descubriendo en la mirada de sus ojos, entre ausente y condolida, la tristeza de un vacío que indica la falta de ilusión causada por una vida a la que quizá se ha visto abocada y que hubiera no querido llevar; de ahí me dirigí a la del hombre disfrazado de Pierrot (con la máscara sobre la cabeza) cuyo rostro en su conjunto manifiesta una perniciosa ironía, lejos de la melancolía que pudiera definir al personaje que viste; su postura de pie despide una fuerza turbia, agresiva. Es un cuadro en el que se aprecia un fuerte dramatismo, al que el pintor le añadió posteriormente una ventana con un ambiente carnavalesco en la calle parisina a la que se abre, pero que, aun así, no le resta sordidez ni desgrava la tragedia que en el interior de la figura femenina se percibe. Los colores son plurales e intensos, mezclados y combinados para expresar contundencia. En esta pintura vemos tres conceptos que caracterizan muchas de sus obras: lo cosmopolita, lo pintoresco y lo marginal. Los personajes que la protagonizan se han quitado los antifaces, el autor ha querido representarlos desde su desconcertante y triste verdad.

Una selección de 17 de carteles de Picasso se muestra (del 2 de agosto al 8 de octubre) en una de las salas,



como homenaje a los cien años de otro homenaje, el que en 1917 le ofreció el pintor malagueño al vitoriano-estellés cuando  este fue a Barcelona a exponer en las Galerías Layetanas.
Naturaleza, arquitectura, pintura...,  todo nos habla desde un lugar que comunica en sosiego.





                                                          1 y 2.  El río Ega a su paso por Estella-Lizarra
                                                    Fotografías tomadas a un lado y otro del Puente sobre el río Ega. 
                  

 Y aún, ¡tanto que mirar en Estella!



   © Rosa Campos Gómez


No hay comentarios:

Publicar un comentario