Rosa Campos Gómez
Si bien desde el principio
fue Granos
de trigo el título para este texto, lo ha tenido reñido con otros dos que
pedían capítulo aparte y prioritario, surgidos por las noticias devastadoras que gotean sin cesar, `No
matarás´ y `Tanto por no hacer´,
correspondientes a temas no relacionados, si bien sólo en apariencia,
porque después, tras una mejor mirada, vi que lo están, por lo que comparten
espacio.
Granos
de trigo, tiene su raíz entre enero y febrero, meses en los que coincidí con mujeres que me trajeron este cereal: Almudena Grandes (por entonces leía la
III parte de su novela Las tres bodas de
Manolita, titulada “Un grano de trigo”), y Maruja Mallo (mientras preparaba los artículos sobre ella), más el grato recuerdo sobre espigas proporcionado por una amiga. Estos
granos, con sus correspondientes espigas, como tema simbólico ilustrando lo
real posible, me invitaron a mirarlos más de cerca, relacionándolo con los
tejidos de la vida.
La semilla posee la espiga ya desde su siembra, esto lo refleja
muy bien Grandes, en el desarrollo final
de su novela, en la que, a través de 766 páginas, nos va introduciendo en los
entresijos de una parte de la historia casi reciente –a unos tres cuartos de
siglo de distancia– donde se aportan datos reales, con toque de ficción, que
desconocía.
Adentrándonos en esa
tercera parte vemos que Silverio, inspirado por su relación de amor con
Manolita, proyecta una casa para su vida en pareja en Cuelgamuros –valle que se
encuentra al suroeste de la sierra de Guadarrama–, nunca citado por la autora
como Valle de los Caídos –obviamente por la sentida incongruencia del fin que con
él se pretende–, donde Silverio, preso
por ser republicano, trabaja para levantar el gigante mausoleo.
Es admirable
ver cómo por la determinación de una mujer real –también representada en
la novela– es factible que algunas mujeres puedan vivir en este lugar frío y
duro con sus hombres, en el que Manolita, pobre como la gente pobre del
bando de los “vencidos” de la posguerra,
puede casarse gracias al dinero que le da otra mujer, cuyo final tiene mucho
que ver con las tragedias que hoy se siguen produciendo y que nos rasgan el
alma y nos hunden el cuerpo.
Narra Almudena Grandes,
ingeniosa, interactiva y deliciosamente,
la evolución simbólica de la espiga y la real de la casa: “Un día, al salir de
su cabaña, Robinson Crusoe [Silverio] se fijó en un tallo verde, frágil, que
apenas asomaba de la tierra, muy cerca de la puerta. El cuadrilátero exterior
mide ocho por ocho metros, es demasiado grande, pero el interior, el que
hicieron para anclar la torre, tiene veinticinco metros cuadrados y esa superficie
es asequible… Aquel tallo le resultó familiar, pero no supo explicarse por qué,
y se limitó a estudiarlo día tras día hasta que distinguió yemas de las que
brotarían unas hojas muy finas, casi plumas. (…) Robinson limpió la tierra que
rodeaba aquella planta recién nacida, tan frágil todavía, para protegerla para
ayudarla a crecer. (…) Sólo cuando se alzaba ya unos centímetros del suelo, el
náufrago se atrevió a identificar
aquella planta como una mata de trigo, y a creer en su suerte. (…)
Durante muchas semanas, Robinson vigiló la planta, la regó, la abonó como pudo,
y esperó. (…) Cuando el tallo se elevó y las hojas empezaron a cuajarse de
granos verdes, Crusoe rezó a su Dios para que no le enviara a traición un
temporal de lluvias torrenciales, y su Dios lo escuchó. (…) El sol hizo madurar
la espiga, y cuando sus granos, estaban dorados, llenos, Robinson la cosechó con
manos temblorosas de emoción. (…) Separó los granos con cuidado, uno por uno, y
los sembró…” Y prosigue bella y
esperanzadoramente la historia de la planta emergida de un grano de trigo, como
metáfora del hogar que se están construyendo a pesar de lo inhóspito del lugar
donde lo edifican y de las circunstancias en y por las que en él trabajan…,
pero mejor ir a sus páginas para comprobarlo y disfrutar de la buena lectura.
La sorpresa del trigo
Maruja Mallo oteó granos de
trigo en las manos de quienes reivindicaban sus derechos en una manifestación,
como una visión simbólicamente clara de la dignidad que alza la voz con
propiedad cuando es necesario, y se posan
y perviven para emerger en espigas, como en dos de sus cuadros podemos leer.
Canto de las Espigas
`No matarás´ debiera
exponerse como una de las leyes universales más ampliamente consignadas en
todos los ámbitos –familiar, educativo, social–, y no sólo en la asignatura
para Igualdad, que debiera estar ya
preparándose de forma urgente para el año que viene, sino en todas.
El no adquiere en esta
consigna un significado, sobrio e imperativo; está ahí para qué la libertad
sea, sin ambages, libre, ya que ella sólo merece ese nombre cuando la del otro se entiende como
intocable, por lo que matar es dilapidar el concepto en su conjunto.
“Ama al otro como a ti
mismo”, es, en comparación, máxima menor, porque si ese “ti mismo” tiene noción perversa de lo que entiende por amor, y quiere destruirse lo hará tras
o mientras perpetra su matanza, tenemos costosos ejemplos. No matarás es un sí
a la vida, a la ajena y a la propia.
Son muchos los términos que, como un torrente, me inundan para
denominar los asesinatos de tantas mujeres y/o de sus hijos a manos de sus
parejas o ex parejas, palabras que no se fugan, sino que pelean, cuando quieres
escoger la adecuada para definir esta tragedia que va en aumento a pesar de que
hay mayor consciencia de este terrorismo, palabra que creo que mejor define
esta barbarie.
Por lo tanto pienso que
esa negación a lo que destruye y separa debe de ser una de las primeras leyes
enseñadas y aprendidas, junto a otra ley universal, explicada primordialmente: “Cuidarás
de ti, de quienes te rodean, y de lo que
te rodea”. Son leyes que desde tiempo inmemorial gravitan en lo que podemos denominar universo
social, o humano, y que precisan del ejercicio del recuerdo constante.
`Tanto por No hacer´
incluye otra negación, complementaria a aquel primer tema, al inicio de nuestra andadura (Tanto por hacer, que sigue tan ingente a día de hoy), y que empuja hacia el no usarás ninguna de las maneras
trampantojos en formas de puestos de trabajo, necesidades espurias u otras
fruslerías que minan la vida: no fabricarás armas para que otros se maten
lejos o cerca del suelo que pisas; no malgastarás el dinero que debe de ir a quienes
más lo necesita; no cerrarás puertas a quien pide acogida; no abandonarás los
acuerdos para el cuidado medioambiental de esta casa común que nos soporta; no
darás la espalda a quienes se remangan día a día por hacer un lugar mejor allí
donde se encuentren… No haremos, no haré…
Si tantas cosas descabelladas no se hicieran, quedaría tiempo y espacio para
otras más atractivas (cuando menos) para las criaturas que por aquí andamos y
para las que andarán.
Notas iniciaba su caminar con un tema doloroso, en el que
las mujeres y los niños eran “los primeros” para la tragedia humana que como
sociedad global padecemos, asunto que debería ir a mejor si, de verdad, lo
inteligente y lo bueno hicieran un pacto indesbaratable.
Válganos la promesa del
trigo, y pensemos con José Antonio Labordeta que “los campos desiertos / volverán a granar /
unas espigas altas / dispuestas para el pan. / Para un pan que en los siglos / nunca
fue repartido / entre todos aquellos / que hicieron lo posible /por empujar la
historia / hacia la libertad”; y no olvidemos disfrutar de las pequeñas y cálidas cosechas que hacemos entre la gente
cercana, ellas como ningunas nos cargan de energía, puede que para otros cultivos de más envergadura, pero sobre todo y esencialmente, para tomar aire limpio y sentir en saludable medida la alegría de vivir.
Razones por las que concluyo con algo que considero valioso: Notas es ya una espiga de tres años, en la que los colaboradores han puesto sus granos de fecundo, original y magnífico trigo; un honor y un lujo poder sumar mis textos a los suyos. GRACIAS infinitas, por vuestra labor, y GRACIAS, siempre, a los lectores.
©
Rosa Campos Gómez
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