“…Con nadie hablo, todos son mis amos,
Quien no me da, no quiero que me cueste;
Que un árbol grande tiene gruesos ramos…”
Luis
de Góngora
Tal día como hoy falleció
el poeta español, cima de la elegancia de la poesía barroca y modelo de poetas
posteriores, Luis de Góngora y Argote (1561-1627).
Para conmemorar el 390
aniversario de la muerte de Luis de Góngora, dejo aquí unas hermosas palabras –que
describen el último aliento del escritor cordobés– de Federico García Lorca, y un poema memorable de Luis Cernuda: dos textos excepcionales de los más brillantes
exponentes de aquellos jóvenes poetas que, en 1927, decidieron celebrar el
tercer centenario de la muerte de Góngora, por admiración hacia el poeta
barroco, cuajando en aquel emotivo acto una Generación de escritores
maravillosa e irrepetible.
“La mañana del 23 de mayo de 1627 el poeta
pregunta constantemente la hora que es. Se asoma al balcón y no ve el paisaje,
sino una gran mancha azul. Sobre la torre Malmuerta se posa una larga nube
iluminada. Góngora, haciendo la señal de la cruz, se recuesta en su lecho
oloroso a membrillos y secos azahares. Poco después, su alma, dibujada y
bellísima como un arcángel de Mantegna,
calzadas sandalias de oro, al aire su túnica amaranto, sale a la calle en busca
de la escala vertical que subirá serenamente. Cuando los viejos amigos llegan a
la casa, las manos de don Luis se van enfriando lentamente. Bellas y adustas,
sin una joya, satisfechas de haber labrado el portentoso retablo barroco de las
Soledades. Los amigos piensan que no se debe llorar a un hombre como Góngora, y
filosóficamente se sientan en el balcón a mirar la vida lenta de la
ciudad".
García Lorca
GÓNGORA
El andaluz envejecido que tiene gran razón
para su orgullo,
El poeta cuya palabra lúcida es como
diamante,
Harto de fatigar sus esperanzas por la
corte,
Harto de su pobreza noble que le obliga
A no salir de casa cuando el día, sino al
atardecer, ya que las sombras,
Más generosas que los hombres, disimulan
En la común tiniebla parda de las calles
La bayeta caduca de su coche y el tafetán
delgado de su traje;
Harto de pretender favores de magnates,
Su altivez humillada por el ruego
insistente,
Harto de los años tan largos malgastados
En perseguir fortuna lejos de Córdoba la
llana y de su muro excelso,
Vuelve al rincón nativo para morir
tranquilo y silencioso.
Ya restituye el alma a soledad sin esperar
de nadie
Si no es de su conciencia, y menos todavía
De aquel sol invernal de la grandeza
Que no atempera el frío del desdichado,
Y aprende a desearles buen viaje
A príncipes, virreyes, duques altisonantes,
Vulgo luciente no menos estúpido que el
otro;
Ya se resigna a ver pasar la vida tal sueño
inconsistente
Que el alba desvanece, a amar el rincón
solo
Adonde conllevar paciente su pobreza,
Olvidando que tantos menos dignos que él,
como la bestia ávida
Toman hasta saciarse la parte mejor de toda
cosa,
Dejándole la amarga, el desecho del paria.
Pero en la poesía encontró siempre, no tan
sólo hermosura, sino ánimo,
La fuerza del vivir más libre y más
soberbio,
Como un neblí que deja el puño duro para
buscar las nubes
Traslúcidas de oro allá en el cielo alto.
Ahora al reducto último de su casa y su
huerto le alcanzan todavía
Las piedras de los otros, salpicaduras
tristes
Del aguachirle caro para las gentes
Que forman el común y como público son
arbitro de gloria.
Ni aun esto Dios le perdonó en la hora de
su muerte.
Decretado es al fin que Góngora jamás fuera
poeta,
Que amó lo oscuro y vanidad tan sólo le
dictó sus versos.
Menéndez y Pelayo, el montañés henchido por
sus dogmas,
No gustó de él y le condena con fallo
inapelable.
Viva pues Góngora, puesto que así los otros
Con desdén le ignoraron, menosprecio
Tras del cual aparece su palabra encendida
Como estrella perdida en lo hondo de la
noche,
Como metal insomne en las entrañas de la
tierra.
Ventaja grande es que esté ya muerto
Y que de muerto cumpla los tres siglos, que
así pueden
Los descendientes mismos de quienes le
insultaban
Inclinarse a su nombre, dar premio al
erudito,
Sucesor del gusano, royendo su memoria.
Mas él no transigió en la vida ni en la
muerte
Y a salvo puso su alma irreductible
Como demonio arisco que ríe entre negruras.
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora
vencido;
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora
exaltado;
Gracias demos a Dios, que supo devolverle
(como hará con nosotros),
Nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada.
Luis
Cernuda
© Jesús A. Salmerón Giménez
No hay comentarios:
Publicar un comentario