Sara Alarcón
No olvido la tarde, hace
un año, en que fui a ver la exposición
gráfica Chagall: divino y humano,
me pareció llena de magia.
Entonces me propuse conocer más sobre el autor
y su obra (que es muy extensa)
investigación que me sirvió para realizar uno de los trabajos de mis
estudios, del que comparto un breve resumen:
La pintura de Marc Chagall (Vítebsk, Bielorrusia,
1887- Saint-Paul de Vence, Francia, 1985) es muy subjetiva y a la vez gran
comunicadora de símbolos universales, cuya figuración nos informa de su manera
de concebir las cosas psíquicamente
(dice Freud que la producción cultural surge en el inconsciente del sujeto,
originada por una parte reprimida relacionada con lo sexual; sobre este
material actúa la sublimación, transformándolo en cultura, en material para la
sociedad).
Su vida como artista fue
longeva y siempre le gustó tener la compañía de una mujer. Bella Rosenfeld (Vitebsk,
1895, - Nueva York, 2 de septiembre de 1944), escritora rusa y traductora al
francés de Mi Vida (autobiografía del
pintor), fue su primera esposa y gran amor. Forma pareja con él en muchas de
sus obras en las que ya aparecen objetos y figuras que serán recurrentes en
toda su trayectoria artística, junto a las que reflejan el tiempo real en que
vive y el de su infancia. Chagall escribió sobre ella: “Su silencio es el mío.
Sus ojos son los míos. Es como si me conociera desde siempre, como si supiese
todo de mi infancia, de mi presente, de mi porvenir; como si velase sobre mí y
me comprendiera perfectamente, aunque la viera por primera vez”. Cuando Bella
murió él sufrió una fuerte depresión.
En 1945 se unió a Virginia Haggard, separándose en 1952; ese mismo año se casó
con Valentina
Brodsky con quién vivió hasta el final de sus días y junto a quien está
enterrado. De Vavá (así la llamaba) dijo: “Sin ella, nunca sería capaz de hacer
un cuadro. Ella es la que me dice cómo lo debo hacer…”
Los recién casados de la Torre Eiffel (1938-1939)
En Los
recién casados de la Torre Eiffel, es una mirada hacia atrás, representa el tiempo en que,
tras vivir unos años en París, vuelve a Vístebsk, su pueblo natal, donde se
casa (en 1915) con Bella Rosenferd.
Vemos, sobre un cielo que
lo acoge todo, símbolos que indican su
origen de judío nacido en un pueblo ruso junto a elementos con los que se
identifica: un hombre y una mujer con ropas de novios en el día de su boda,
sobre un gallo y también, a lo lejos, bajo un dosel; tres ángeles, uno que
llega desde un sol que parece un disco de luz, con un ramo de flores en la
mano, otro que es músico y un tercero con un candelabro aportando luz; la aldea,
haciendo alusiones al niño que lleva dentro; la cabra como símbolo de
protección y de armonía ; el sol como fuente de calor y de vida. Las casas de
un poblado en el horizonte.
En esta pintura ya se
percibe el mensaje bíblico en dos registros, el del cielo y el de la tierra,
compartidos por las diferentes figuras que los habitan: los ángeles, la música con el violín que busca simbolizar
las tradiciones, el arraigo de su pueblo natal y la sencillez de las vivencias
que allí tuvo y que le dieron forma a su carácter. También aparece una fuerte
presencia de la figura paterna simbolizada en el pez, casi siempre un arenque
(su padre tenía una empresa o tienda de procesamiento y venta de arenques).
La Torre Eiffel plantea
dos metáforas a la vez, la del amor que
experimenta en París, cuando vuelve con Bella, y la de la modernidad que
la ciudad alberga.
Asimismo, el árbol
representa la vida en su esplendor.
La pareja volando es la
máxima felicidad; el lila (color de la feminidad, de lo espiritual y también
del lujo) del traje de él expresa la espiritualidad dentro de ese amor en todos
los sentidos que siente por la novia (vestido blanco), por Bella, que ya hace
años que es su compañera.
El gallo sobre el que
cabalgan simboliza la fertilidad y la esperanza: con este símbolo Chagall dice
que anhela tener un hijo, y lo manifiesta también con la mano que toca el
vientre de la mujer, esperando aquel deseado niño.
El circo azul (1950-1952)
El
circo azul pertenece a una segunda etapa de su vida, en la que se encuentra
instalado en Saint-Paul de Vence, casado con Virginia (el segundo y más breve
de sus tres matrimonios), en ella los
azules se vuelven predominantes en toda su obra por influencia del mar de esta
localidad.
Aquí la poética de su
pintura nos lleva a su niñez, a los días en que el circo visitaba su pueblo. De
nuevo vemos un pez (el padre) con una aleta dorsal en forma de cresta en la que
hay sentada una figura masculina, este pez porta un ramo de flores con el
significado de que la fuerza de la vida está en el amor. Todo para una bella
trapecista coronada como reina, a la que
el asno mira con pasión (¿se sentía un asno porque tenía la sensación
de engañar a Bella, ya muerta, con Virginia? o ¿era una simple alusión a la
necesidad de amor carnal?).
La acróbata atraviesa el
espacio en diagonal, casi vuela, en un tiempo de felicidad. Un gallo parado en
su muslo, que aquí puede simbolizar la esperanza, más que la fertilidad, toca
el tambor llamando la atención.
Todo en esta pintura es un
universo en movimiento. El ramo de flores del amor, los tres colores primarios
de los que salen todas las gamas: el color amarillo acompaña a una luna que
toca el violín, el rojo de la pasión
cubre a la trapecista, el azul señalando
un espacio donde cabe el pasado imaginado desde el presente, en el que no hay
límites…
Retrato de Vavá (1953-1956)
En Retrato
de Vavá, junto a una mujer de belleza serena vemos
(de nuevo) un ramo de flores que simboliza la fuerza del amor para
Chagall, una figura masculina en medio,
no muy detallada, entre el cielo y la tierra (entre lo sagrado y lo profano) con
una paleta y pinceles en una mano y otra señalando al corazón, y el pueblo de
su niñez, en el que se insinúan signos religiosos en la cúpula central y lejana
y en la silueta amarilla con brazos en cruz.
El color rojo de la blusa de Vavá, el del el hombre y el del pueblo,
sirve de puente entre el pasado, el presente y el futuro, y la cálida emoción
que experimenta junto a ella, en la que
encuentra una compañera que le aporta el equilibrio que necesita, mujer que ejerce
también como impulsora de las nuevas pinturas que produce en esos años y que le
siguen encendiendo la pasión en su vida, el jarrón con los pinceles en la
esquina derecha es una metáfora que lo indica.
Chagall, con su pintura, nos introduce en una
narración de la vida con sus alegrías y sus tragedias, pero siempre desde el
amor, lo hace guiado, como el mismo
dirá, desde el instinto: “Yo no he aprendido nada como no sea por instinto… Una
teoría académica no tiene fuerza alguna para mí”.
Cuenta su vida a través de
un lenguaje poético que nos llega con colores utilizados desde el corazón y
desde una línea personalísima que sabe delimitar las formas para explicarnos su
mundo interior y conectarlo con un exterior que carece de fronteras y que está
habitado por objetos cotidianos y
figuras simbólicas de su cultura,
transgrediéndola (el judaísmo está en contra del icono).
En su obra nos ofrece el
resultado de lo que siente y le emociona, tanto en el momento en que vive como
el que habita en sus recuerdos, de su
manera de amar y de contarnos el amor a través de la misma, de hacernos
partícipes de ella:
“Cuando en alguno de mis
cuadros alguien descubre un símbolo, no es porque yo así lo haya querido. Es un
hecho que yo no busqué. Es algo hallado después y que cada uno puede
interpretar a su gusto”.
© Sara Alarcón
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