sábado, 27 de mayo de 2017

EL AMOR EN MARC CHAGALL

 Sara Alarcón
      
No olvido la tarde, hace un año, en que fui a ver la exposición  gráfica Chagall: divino y humano, me pareció llena de magia.

 Entonces me propuse conocer más sobre el autor y su obra (que es muy extensa)  investigación que me sirvió para realizar uno de los trabajos de mis estudios, del que comparto un breve resumen:




La pintura de Marc Chagall (Vítebsk, Bielorrusia, 1887- Saint-Paul de Vence, Francia, 1985) es muy subjetiva y a la vez gran comunicadora de símbolos universales, cuya figuración nos informa de su manera de concebir las cosas  psíquicamente (dice Freud que la producción cultural surge en el inconsciente del sujeto, originada por una parte reprimida relacionada con lo sexual; sobre este material actúa la sublimación, transformándolo en cultura, en material para la sociedad).
Su vida como artista fue longeva y siempre le gustó tener la compañía de una mujer. Bella  Rosenfeld (Vitebsk, 1895, - Nueva York, 2 de septiembre de 1944), escritora rusa y traductora al francés de Mi Vida (autobiografía del pintor), fue su primera esposa y gran amor. Forma pareja con él en muchas de sus obras en las que ya aparecen objetos y figuras que serán recurrentes en toda su trayectoria artística, junto a las que reflejan el tiempo real en que vive y el de su infancia. Chagall escribió sobre ella: “Su silencio es el mío. Sus ojos son los míos. Es como si me conociera desde siempre, como si supiese todo de mi infancia, de mi presente, de mi porvenir; como si velase sobre mí y me comprendiera perfectamente, aunque la viera por primera vez”. Cuando Bella murió él sufrió una fuerte depresión.
 En 1945 se unió a Virginia Haggard, separándose en 1952; ese mismo año se casó con  Valentina Brodsky con quién vivió hasta el final de sus días y junto a quien está enterrado. De Vavá (así la llamaba) dijo: “Sin ella, nunca sería capaz de hacer un cuadro. Ella es la que me dice cómo lo debo hacer…”

Los recién casados de la Torre Eiffel (1938-1939)

 En Los recién casados de la Torre Eiffel, es una mirada hacia atrás, representa el tiempo en que, tras vivir unos años en París, vuelve a Vístebsk, su pueblo natal, donde se casa (en 1915) con Bella Rosenferd.
Vemos, sobre un cielo que lo acoge todo,  símbolos que indican su origen de judío nacido en un pueblo ruso junto a elementos con los que se identifica: un hombre y una mujer con ropas de novios en el día de su boda, sobre un gallo y también, a lo lejos, bajo un dosel; tres ángeles, uno que llega desde un sol que parece un disco de luz, con un ramo de flores en la mano, otro que es músico y un tercero con un candelabro aportando luz;  la aldea,  haciendo alusiones al niño que lleva dentro; la cabra como símbolo de protección y de armonía ; el sol como fuente de calor y de vida. Las casas de un poblado en el horizonte.
En esta pintura ya se percibe el mensaje bíblico en dos registros, el del cielo y el de la tierra, compartidos por las diferentes figuras que los habitan: los ángeles,  la música con el violín que busca simbolizar las tradiciones, el arraigo de su pueblo natal y la sencillez de las vivencias que allí tuvo y que le dieron forma a su carácter. También aparece una fuerte presencia de la figura paterna simbolizada en el pez, casi siempre un arenque (su padre tenía una empresa o tienda de procesamiento y venta de arenques).
La Torre Eiffel plantea dos metáforas a la vez, la del amor que  experimenta en París, cuando vuelve con Bella, y la de la modernidad que la ciudad alberga.
Asimismo, el árbol representa la vida en su esplendor.
La pareja volando es la máxima felicidad; el lila (color de la feminidad, de lo espiritual y también del lujo) del traje de él expresa la espiritualidad dentro de ese amor en todos los sentidos que siente por la novia (vestido blanco), por Bella, que ya hace años que es su compañera.
El gallo sobre el que cabalgan simboliza la fertilidad y la esperanza: con este símbolo Chagall dice que anhela tener un hijo, y lo manifiesta también con la mano que toca el vientre de la mujer, esperando aquel deseado niño.

El circo azul (1950-1952)

El circo azul pertenece a una segunda etapa de su vida, en la que se encuentra instalado en Saint-Paul de Vence, casado con Virginia (el segundo y más breve de sus tres matrimonios),  en ella los azules se vuelven predominantes en toda su obra por influencia del mar de esta localidad.

Aquí la poética de su pintura nos lleva a su niñez, a los días en que el circo visitaba su pueblo. De nuevo vemos un pez (el padre) con una aleta dorsal en forma de cresta en la que hay sentada una figura masculina, este pez porta un ramo de flores con el significado de que la fuerza de la vida está en el amor. Todo para una bella trapecista  coronada como reina, a la que el  asno mira con pasión  (¿se sentía un asno porque tenía la sensación de engañar a Bella, ya muerta, con Virginia? o ¿era una simple alusión a la necesidad de amor carnal?).
La acróbata atraviesa el espacio en diagonal, casi vuela, en un tiempo de felicidad. Un gallo parado en su muslo, que aquí puede simbolizar la esperanza, más que la fertilidad, toca el tambor llamando la atención.
Todo en esta pintura es un universo en movimiento. El ramo de flores del amor, los tres colores primarios de los que salen todas las gamas: el color amarillo acompaña a una luna que toca el violín,  el rojo de la pasión cubre a la trapecista, el azul  señalando un espacio donde cabe el pasado imaginado desde el presente, en el que no hay límites…

Retrato de Vavá (1953-1956)

En Retrato de Vavá, junto a una mujer de belleza serena vemos (de nuevo) un ramo de flores que simboliza la fuerza del amor para Chagall,  una figura masculina en medio, no muy detallada, entre el cielo y la tierra (entre lo sagrado y lo profano) con una paleta y pinceles en una mano y otra señalando al corazón, y el pueblo de su niñez, en el que se insinúan signos religiosos en la cúpula central y lejana y en la silueta amarilla con brazos en cruz.  El color rojo de la blusa de Vavá, el del el hombre y el del pueblo, sirve de puente entre el pasado, el presente y el futuro, y la cálida emoción que experimenta junto a ella,  en la que encuentra una compañera que le aporta el equilibrio que necesita, mujer que ejerce también como impulsora de las nuevas pinturas que produce en esos años y que le siguen encendiendo la pasión en su vida, el jarrón con los pinceles en la esquina derecha es una metáfora que lo indica.
 Chagall, con su pintura, nos introduce en una narración de la vida con sus alegrías y sus tragedias, pero siempre desde el amor,  lo hace guiado, como el mismo dirá, desde el instinto: “Yo no he aprendido nada como no sea por instinto… Una teoría académica no tiene fuerza alguna para mí”.
Cuenta su vida a través de un lenguaje poético que nos llega con colores utilizados desde el corazón y desde una línea personalísima que sabe delimitar las formas para explicarnos su mundo interior y conectarlo con un exterior que carece de fronteras y que está habitado por  objetos cotidianos y figuras simbólicas de su cultura,  transgrediéndola (el judaísmo está en contra del icono).
En su obra nos ofrece el resultado de lo que siente y le emociona, tanto en el momento en que vive como el que habita en  sus recuerdos, de su manera de amar y de contarnos el amor a través de la misma, de hacernos partícipes de ella:
“Cuando en alguno de mis cuadros alguien descubre un símbolo, no es porque yo así lo haya querido. Es un hecho que yo no busqué. Es algo hallado después y que cada uno puede interpretar a su gusto”.


        © Sara Alarcón



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