Jesús A. Salmerón Giménez
(Conmemoramos en Notas el centenario de Juan Rulfo, el autor de Pedro Páramo y El Llano en llamas, que nació, en un poblado de Jalisco, el 16 de mayo de 1917).
Así ya puedo morir en serio.
J. RULFO
La prodigiosa frase
inicial de Pedro Páramo: "Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi
padre, un tal Pedro Páramo", es la primera descarga eléctrica -de alto
voltaje- del libro, el majestuoso disparo de salida a un universo literario
lleno de misterio, de una belleza tan intensa y desolada, que nos cautiva y
paraliza el alma (¡tan temprano!), y del que, el lector, perplejo y asombrado,
no puede ni quiere salir jamás.
Este narrador magistral y
conciso, creador de atmósferas irrepetibles, de argumentos espléndidos y
ejecuciones precisas, abduce al lector a sus paisajes (llanos áridos de polvo
seco, sombríos páramos, noches negras como las alas de los cuervos que cruzan
el cielo vacío de Comala) por los que transitamos como en un sueño, pues nosotros,
sus lectores, somos también sus personajes: Juan Rulfo, "el
hijo inconsolable del desaliento", nos ha soñado: hijos de Pedro Páramo,
camino de Comala...
Y es que, desde que empecé
con este "vicio sin castigo" que es la lectura, la desolada luz de
Comala, "el lugar sobre las brasas", alumbra mis días -y noches- en
la Tierra, que se mueven al ritmo, el tono, el aliento poético de la prosa
irrepetible de ese mexicano de palabra precisa y honda, que deja siempre una
huella de luz -y su reverso: un beso negro de sombra- en la inteligencia del
lector.
Cuando entré en Comala (a
lomos de uno de los burros de Abundio, el Virgilio
de Juan Preciado en su descenso a los infiernos), supe que, de ahí, no saldría
nunca, que habitaría para siempre ese territorio detenido en el tiempo,
vagando, como un alma en pena más, entre sus casas blancas como huevos
prehistóricos y sus calles empedradas de rencor vivo; perdido en la rara
eternidad de las ruinas del tiempo, que mece el aullido de las casuarinas:
furtivo, solo, en medio de la ronda de fantasmas: las sombras -calcinadas- de
los muertos más vivos de la literatura universal.
© Jesús A. Salmerón Giménez
© Jesús A. Salmerón Giménez
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