miércoles, 3 de mayo de 2017

BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO Y LOS NIÑOS DE LA CALLE


                                                                                     Rosa Campos Gómez


1. Autorretrato (h. 1670), B. E. Murillo.
Nació Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682) un mes de diciembre –no se sabe el día– de hace cuatrocientos años, y murió un 3 de abril, cuando contaba sesenta y cuatro, a causa de una caída de un andamio mientras pintaba la parte superior de un retablo para una iglesia que le habían encargado. 

En los almanaques con fases lunares y santoral fue donde más de cerca conocí a las figuras que pintaba. Con el tiempo y la reiteración pasaron a serme gratamente familiares a través del papel policromado y brillante: la Inmaculada, El Buen Pastor, Sagrada Familia del pajarito... Estas imágenes también solían ilustrar los cuadros que adornaban las paredes de los cuartos de estar y de los dormitorios, y  los libros de religión. Eran efigies idealizadas y plácidas, que transmitían la serenidad que emanaba de un espacio que intuitivamente colocabas en otra dimensión, se entendiera o no de conceptos religiosos. 

Con el tiempo he tenido la suerte de apreciar la calidad y belleza de algunos de sus trabajos en directo –Museo de Bellas Artes de Sevilla y Museo del Prado–; sin embargo, y a pesar de su técnica virtuosa,  su reconocimiento -que fue grande en vida-, sufrió periodos de desprestigio generados por las abundantes malas copias -con firma falsificada incluida- que de sus pinturas se hicieron en siglos posteriores, y por asociar su producción sólo a una pintura que calificaban de dulzona y pía, visión  reducida  que resta valor a toda la obra en su conjunto, ya que nos legó una constatable variedad de géneros, en cuyas representaciones podemos observar cómo un naturalismo que abre las puertas al barroco, el barroco pleno –en el que más se extendió– y la apertura al rococó están vigentes según las diferentes etapas,  evidenciando una impronta partícular y magnífica.

Murillo tenía encargos de temática religiosa por doquier, porque su clientela provenía del mundo eclesial o relacionado con él, pensemos que la Contrarreforma quería impedir el avance de la Reforma protestante con imaginería religiosa, entre otros factores, por lo que estaba en auge esta iconografía; también en los hogares de las clases pudientes que podían permitírselo. Encargos que hacía con gusto porque él era un hombre creyente.
 

Mas, paralelamente, creó temas profanos, del pueblo –que descubrí mucho más tarde–, entre ellos los retratos de niños de la calle, dejándonos una expresiva documentación de otra cara de la Sevilla de aquel tiempo. Una obra de género sin precedentes en España2 hasta entonces, que inició en la década de los cuarenta del siglo XVII y que continuaría en adelante.


                            Tres muchachos                                            Niños comiendo pastel

Informándonos de la pobreza en que vivían, pero también de utensilios, de juegos de la época, y sobre todo del compañerismo, de las comidas compartidas, de las distintas maneras de sobrevivir sin que la amargura cuaje...


                                Niños comiendo melón                            Vendedora de frutas

Eran lienzos adquiridos por una clientela burguesa y extranjera –que afluía a la capital hispalense atraída por el comercio de Indias–, que se llevaban estas pinturas a Londres, Amberes, Rotterdam... Los clientes españoles no compraban estas creaciones porque estaban demasiado imbuidos en la temática eclesial, y porque no querían ver colgadas en sus paredes la veracidad social que los rodeaba –probablemente por no sentirse interpelados por ella–.

¿Por qué pintó estos temas con criaturas alegres a pesar de la situación de  menesterosidad en la que casi todos aparecen? Puede que para resarcirlos de algún modo de la cara más dura de la realidad, porque le dolía verlos tristes,  porque él supo descubrir, y reflejar, que la alegría de vivir estaba en ellos –como lo está en los que vemos en documentales, viviendo en la pobreza, lo que no les impide sonreír hasta con los ojos–. Puede que le moviera cualquiera de estos aspectos, o todos, como también sus propias experiencias, sufridas en la niñez o en la de sus hijos: quedó huérfano de padre a los 9 años y de madre a los 10; de los 9 o más hijos3 que tuvo sólo le sobrevivieron 4, y aunque pronto alcanzó bonanza económica –llegó a ser el pintor más cotizado de la capital sevillana, con clientes en dentro y fuera de la península– sabía de las dificultades que se presentaban en la vida y mirar hacia lo significativo, eligiendo la mejor cara de ella para darle forma.

Recordemos que en la España en que vivió y sobre todo en su tierra, confluyeron algunas tragedias: la terrible epidemia de peste4 que causó una alta mortandad, dejando a muchos niños sin padres ni familia; el declive, imparable en la zona, del comercio de Indias; y los impuestos recaudatorios que se destinaban a contiendas bélicas.  Cuestiones encadenadas que articulaban la precariedad social que reinaba; Cervantes, con  el Quijote  y  Rinconete y Cortadillo, y Murillo, con estos cuadros  reflejaron esta veracidad que ponía al descubierto la falacia de  una realidad que querían esgrimir como próspera. 

 
Niño espulgándose
Cuando pinta el primer cuadro de esta serie, Niño espulgándose,  en el que se muestra la dureza en la que vive el chiquillo, decide cambiar el semblante en los siguientes retratos, quizá porque para las propias criaturas no era grato verse así y quizá porque pensó que a ellas les gustaría que quien los comprase los vieran con esa alegría que latía en su interior posiblemente en bastantes de las horas de sus días. 

                Niño asomado ala ventana                              Muchacha con moneda
Son representaciones, en las que a pesar de la pobreza de sus vestimentas, lo que destaca es eso con lo que genialmente sabe dotarles: una vitalidad explícita, donde la gracia y la belleza nos llegan y contagian.

                  Niños jugando a la pelota                       Niños jugando a los dados



                                Muchacha con flores                                   Niño con perro


Notas

    1. El Autorretrato lo pintó por encargo de sus hijos (lo que demuestra que era un padre querido). En él utiliza todos los recursos ilusionistas, como eltrampantojo, consiguiendo un cuadro dentro de un cuadro. La mano posada en el marco le confiere un aspecto de tercera dimensión palpable; en la mesa que lo sostiene encontramos representados los instrumentos del dibujo  a un lado y de la pintura al otro, resolviendo en equidad la querella existente en aquellos años entre los que defendían la supremacía de una técnica frente a la otra, arguyendo pictóricamente que dibujo y color eran imprescindibles. Murillo dominaba ambas  técnicas por igual. Quiso dejar una imagen de un hombre que estaba orgulloso de su oficio, del que conocía sus secretos (a la vista está que dominaba ambas técnicas), con vestimenta digna, aunque sin alardes, retratándose como quería ser recordado, como un buen profesional del arte.
Este óleo fue llevado a Amberes en 1682 para que hicieran un grabado con su imagen.

 2.   Es probable que no conociera El patizambo (1642), de José de Ribera, que residía entonces en Nápoles, y, en todo caso, cabe destacar que el carácter más agudo, casi lacerante de esta (gran) obra, difiere de la de Murillo.

 3.   El número de hijos que tuvo oscila entre 9 y 14 hijos, según diferentes textos consultados. Su mujer Beatriz Cabrera Villalobos murió en 1663, de sobreparto, cuando hacía 18 años que se casaron y sólo sobrevivían 4 hijos de los que el matrimonio tuvo. Ese mismo año, Murillo abandonó la dirección de la Academia de Dibujo de Sevilla, institución que fundó en enerode1660, junto con Francisco Herrera el Mozo, con quién compartía también dirección.

 4.   La peste bubónica devastó la ciudad en 1648-49, llevándose por delante a unas 60.000 personas, reduciendo a poco más de la mitad el número de sus habitantes.


© Rosa Campos Gómez


No hay comentarios:

Publicar un comentario