Rosa Campos Gómez
1. Autorretrato (h. 1670), B. E. Murillo.
Nació Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682) un mes de diciembre –no se sabe
el día– de hace cuatrocientos años, y murió un 3 de abril, cuando contaba
sesenta y cuatro, a causa de una caída de un andamio mientras pintaba la parte
superior de un retablo para una iglesia que le habían encargado.
En los almanaques con
fases lunares y santoral fue donde más de cerca conocí a las figuras que
pintaba. Con el tiempo y la reiteración pasaron a serme gratamente familiares a
través del papel policromado y brillante:
la Inmaculada, El Buen Pastor, Sagrada Familia del pajarito... Estas imágenes también solían
ilustrar los cuadros que adornaban las paredes de los cuartos de estar y de los
dormitorios, y los libros de religión.
Eran efigies idealizadas y plácidas, que transmitían la serenidad que emanaba
de un espacio que intuitivamente colocabas en otra dimensión, se entendiera o no de conceptos religiosos.
Con el tiempo he tenido la
suerte de apreciar la calidad y belleza de algunos de sus trabajos en directo –Museo
de Bellas Artes de Sevilla y Museo del Prado–; sin embargo, y a pesar de su
técnica virtuosa, su reconocimiento -que fue grande en vida-, sufrió periodos de desprestigio generados por las abundantes malas
copias -con firma falsificada incluida- que de sus pinturas se hicieron en siglos posteriores, y por asociar su producción sólo a una pintura que
calificaban de dulzona y pía, visión reducida que resta valor a toda la obra en su conjunto, ya que nos legó una constatable variedad de géneros, en cuyas
representaciones podemos observar cómo un naturalismo que abre las puertas al
barroco, el barroco pleno –en el que más se extendió– y la apertura al rococó
están vigentes según las diferentes etapas, evidenciando una impronta partícular y magnífica.
Murillo tenía encargos de
temática religiosa por doquier, porque su clientela provenía del mundo eclesial
o relacionado con él, pensemos que la Contrarreforma quería impedir el avance
de la Reforma protestante con imaginería religiosa, entre otros factores, por
lo que estaba en auge esta iconografía; también en los hogares de las clases
pudientes que podían permitírselo. Encargos que hacía con gusto porque él era un hombre creyente.
Mas, paralelamente, creó
temas profanos, del pueblo –que descubrí mucho más tarde–, entre ellos los
retratos de niños de la calle, dejándonos una expresiva documentación de otra
cara de la Sevilla de aquel tiempo. Una obra de género sin precedentes en
España2 hasta
entonces, que inició en la década de los cuarenta del siglo XVII y que
continuaría en adelante.
Tres muchachos Niños comiendo pastel
Informándonos de la pobreza en que vivían, pero también de utensilios, de juegos de la época, y sobre todo del compañerismo, de las comidas compartidas, de las distintas maneras de sobrevivir sin que la amargura cuaje...
Eran lienzos adquiridos
por una clientela burguesa y extranjera –que afluía a la capital hispalense atraída
por el comercio de Indias–, que se llevaban estas pinturas a Londres, Amberes,
Rotterdam... Los clientes españoles no compraban
estas creaciones porque estaban demasiado imbuidos en la temática eclesial, y
porque no querían ver colgadas en sus paredes la veracidad social que los
rodeaba –probablemente por no sentirse interpelados por ella–.
¿Por qué pintó estos temas
con criaturas alegres a pesar de la situación de menesterosidad en la que casi todos aparecen? Puede
que para resarcirlos de algún modo de la cara más dura de la realidad, porque
le dolía verlos tristes, porque él supo
descubrir, y reflejar, que la alegría de vivir estaba en ellos –como lo está en los que vemos en documentales, viviendo en la pobreza, lo que no les impide
sonreír hasta con los ojos–. Puede que le moviera cualquiera de estos aspectos,
o todos, como también sus propias experiencias, sufridas en la niñez o en la de
sus hijos: quedó huérfano de padre a los 9 años y de madre a los 10; de los 9 o
más hijos3
que tuvo sólo le sobrevivieron 4, y aunque pronto alcanzó bonanza económica
–llegó a ser el pintor más cotizado de la capital sevillana, con clientes en dentro
y fuera de la península– sabía de las dificultades que se presentaban en la
vida y mirar hacia lo significativo, eligiendo la mejor cara de ella para darle
forma.
Recordemos
que en la España en que vivió y sobre todo en su tierra, confluyeron algunas tragedias:
la terrible epidemia de peste4
que causó una alta mortandad, dejando a muchos niños sin padres ni familia; el
declive, imparable en la zona, del comercio de Indias; y los impuestos recaudatorios
que se destinaban a contiendas bélicas. Cuestiones encadenadas que articulaban la
precariedad social que reinaba; Cervantes, con el Quijote y Rinconete y Cortadillo, y Murillo,
con estos cuadros reflejaron esta veracidad que ponía al
descubierto la falacia de una realidad
que querían esgrimir como próspera.
Niño espulgándose
Cuando
pinta el primer cuadro de esta serie, Niño espulgándose, en el que se muestra la dureza en la que vive
el chiquillo, decide cambiar el semblante en los siguientes retratos, quizá
porque para las propias criaturas no era grato verse así y quizá porque pensó
que a ellas les gustaría que quien los comprase los vieran con esa alegría que
latía en su interior posiblemente en bastantes de las horas de sus días.
Niño asomado ala ventana Muchacha con moneda
Son representaciones, en
las que a pesar de la pobreza de sus vestimentas, lo que destaca es eso con lo
que genialmente sabe dotarles: una vitalidad explícita, donde la gracia y la
belleza nos llegan y contagian.
Notas
1. El
Autorretrato lo pintó por encargo de sus hijos (lo que demuestra que era un
padre querido). En él utiliza todos los recursos ilusionistas, como eltrampantojo,
consiguiendo un cuadro dentro de un cuadro. La mano posada en el marco le
confiere un aspecto de tercera dimensión palpable; en la mesa que lo sostiene
encontramos representados los instrumentos del dibujo a un lado y de la pintura al otro, resolviendo
en equidad la querella existente en aquellos años entre los que defendían la
supremacía de una técnica frente a la otra, arguyendo pictóricamente que dibujo
y color eran imprescindibles. Murillo dominaba ambas técnicas por igual. Quiso
dejar una imagen de un hombre que estaba orgulloso de su oficio, del que
conocía sus secretos (a la vista está que dominaba ambas técnicas), con vestimenta digna, aunque sin alardes, retratándose como quería ser recordado, como un buen
profesional del arte.
Este
óleo fue llevado a Amberes en 1682 para que hicieran un grabado con su imagen.
2. Es probable que no conociera El patizambo
(1642), de José de Ribera, que residía entonces en Nápoles, y, en todo caso, cabe destacar que el carácter más agudo, casi lacerante de esta (gran) obra,
difiere de la de Murillo.
3.
El número de hijos que tuvo oscila entre 9
y 14 hijos, según diferentes textos consultados. Su mujer Beatriz Cabrera Villalobos murió en 1663, de sobreparto, cuando hacía 18 años que se casaron y sólo sobrevivían 4 hijos de los que el matrimonio tuvo. Ese mismo año, Murillo abandonó la dirección de la Academia de Dibujo de Sevilla, institución que fundó en enerode1660, junto con Francisco Herrera el Mozo, con quién compartía también dirección.
4. La
peste bubónica devastó la ciudad en 1648-49, llevándose por delante a unas 60.000
personas, reduciendo a poco más de la mitad el número de sus habitantes.
© Rosa Campos Gómez
No hay comentarios:
Publicar un comentario