Jesús A. Salmerón Giménez
Cada vez que publica nueva
novela John Banville, la vida es un
poco más hermosa.
J.A.S.G.
J.A.S.G.
El hombre que se atrevió a
resucitar al mismísimo Philip Marlowe en La
rubia de ojos negros, Benjamin Black -el otro yo de Banville-, nos regala una
nueva entrega de la prodigiosa serie de novela negra protagonizada por el
doctor Quirke, nuestro patólogo de cabecera. En este nuevo caso de la ya
legendaria saga, el curioso y perspicaz forense, más complejo y desorientado de
lo habitual, ahora asaltado por los (innúmeros) fantasmas de su pasado, camina
a buen paso hacia el desastre... y al amor (o al desastre del amor). La mente
de Quirke –en medio de una trama intrincada y particularmente oscura– es el
verdadero misterio: Este grandullón, rubio, con la nariz partida y gran bebedor
(capaz de lanzarte una mirada como si te apuntara con el cañón de una pistola,
tan solo por atreverte a amenazar con hielo su whisky Jameson), con su aire
atormentado y perdido en el neblinoso, y lúgubre, Dublín de los 50, nos seduce
una vez más. Sin duda, la deliciosa prosa de Banville (armada frase a frase:
"La invención más trascendental de la humanidad es la frase"), que
hace que la trama oscile entre portentosas, densas descripciones, que nos
atrapan, y sus páginas transpiren una maravillosa emoción ("Sólo
recordamos la emoción de las cosas"), tiene mucho que ver en el
irresistible y magnético poder cautivador del relato.
Quirke, el solitario,
quien entiende más a los muertos que a los vivos, el detective por accidente,
de pies ridículamente pequeños, que arrastra una leve cojera desde que le
propinaran una tremenda paliza en Muerte
en verano, el que ahoga su desesperanza en whisky, derrelicto en la
niebla... es un héroe de nuestro tiempo (de hecho, un antihéroe: no es valiente
ni decidido, pero sí inquisitivo y más curioso que un gato), y lo podemos ver
también corporeizado, abriéndose paso a brazadas, en la pequeña pantalla: El
pelo más oscurecido, menos corpulento, levemente más estilizado, pero el mismo
aire de melancolía y confusión. El doctor Quirke (médico patólogo), en la
miniserie de la BBC –realizada con la solvencia británica habitual–. Encarnado
por un soberbio Gabriel Byrnes (¡el
protagonista de la genial Muerte entre las
flores, de los hermanos Coen!).
La serie capta la atmósfera de las historias de Benjamin Black, se disfruta... aunque nos privemos de la deliciosa prosa de
Banville.
Y es que estos irlandeses,
como sostiene Vila Matas, tienen el
gen de la escritura: desde Charlie Parker (detective creado por John
Connolly) no me había cautivado
tanto ningún personaje de novela negra como el doctor Quirke.
El libro Las sombras de Quirke lo he leído con
libertad, relajado, con la felicidad del lector que encuentra algo inesperado y
maravilloso al pasar cada página, paladeando –frase a frase– la prosa reflexiva
y sin prisas, deliciosa, de Benjamin Black.
Es el séptimo libro de la
serie, y espero que siga durante mucho, mucho tiempo...
© Jesús A. Salmerón Giménez
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