Jesús A. Salmerón Giménez
Acabo de leer un libro
extraordinario: La España vacía, de Sergio del Molino.
El eje de este libro (un
ensayo histórico pero, sobre todo, un magnífico relato de viajes) es lo que él
llama el Gran Trauma, el terrible éxodo que, entre los años cincuenta y
sesenta, dejó vacíos pueblos y campos para multiplicar la población de las grandes
ciudades, en cuyos extrarradios, con el tremendo aluvión de gentes procedentes
de la "España vacía" -Aragón, las dos Castillas, las sierras de
La Rioja y de Extremadura, y las comarcas interiores de Galicia y de
Andalucía-, auspiciado por el desarrollismo suicida del régimen
franquista, que destrozó para siempre el patrimonio y el paisaje rural de
nuestro país, se formaron dantescos poblados chabolistas que balizaron de dolor
y miseria el paisaje urbano.
Los agudos y originales
análisis sociopolíticos y culturales (su interpretación del carlismo es,
sencillamente, magnífica) sobre esta desolada realidad, sin parangón en Europa,
de la despoblación de la España interior (hay comarcas en España, nos dice el
autor, que tienen una densidad de población inferior a las más deshabitadas de
Laponia o del norte de Finlandia, ya en las soledades del Círculo Polar
Ártico), fenómeno al que él le ha dado el nombre de España vacía, son más que
interesantes, pero lo que he leído con más placer -¡la cabra tira al monte!-
son sus referencias al cine y a la literatura, y también a las series y a la
música, de las que se sirve espléndidamente para ilustrar sus ideas: Las Hurdes, tierra sin pan de Luis Buñuel, paradigma de los salvajes
abandonados; las películas de Paco Martínez
Soria y La Hora Chanante;
las novelas de Juan Marsé y Francisco Casavella; las letras
de Obús y la construcción del paisaje de los escritores esencialistas del 98
(sobre todo, el verso íntimo y emocionado de Antonio Machado ); el gran Delibes
y los románticos del XIX y la hermosa novela La lluvia amarilla (que habita en su libro), de Julio Llamazares, quien ¡precisamente
hoy!, 10 de marzo, en El País,
publica un imprescindible artículo sobre este raro fenómeno de la España
deshabitada). Sin embargo, y esta adversativa no empaña tan excelente y
necesario libro, se olvida de la novela que mejor retrató la realidad fantasmal
y desolada de los inmensos páramos de España: La ruina de cielo, de Luis
Mateo Diez, con su Celama, ese territorio mítico y áspero, de resonancias
rulfonianas (otro que tal...), que solo habitan ya los muertos.
Es un ensayo con el que se
aprende, desde el pensamiento original e inesperado ("El ensayo es el arte
de razonar: su tarea es pensar y enseñar a pensar por cuenta propia", Teodorov),
y nos ayuda a comprender algunos de los problemas de este país ("Mi
propósito (...) contemplar sus ruinas sin asombro, con las manos en los
bolsillos y no en la cabeza"). Pero sobre todo es una mirada literaria de
la España sin nadie y un relato luminoso que leemos con creciente y renovado
placer.
© Jesús A. Salmerón Giménez
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