Rosa Campos Gómez
Hoy, Día Internacional de la Mujer, es
necesario escribir también sobre la importante aportación de los hombres a lo
largo de la historia a esta cuestión, así como de las verdades del “efecto
espejo”: nos vemos en el otro; en el otro podemos encontrar el mejor reflejo de
lo que somos o podemos ser o mimetizar.
Hubo personas, varones en
este caso que hoy nos ocupa, que observaron que los dos cuencos de la balanza de la justicia no estaban al mismo
nivel –totalmente bajo, el de ellas– e hicieron lo que pudieron por remediar esta
anomalía.
Aunque son muchos los nombres conocidos, y seguro que más aún los no
conocidos, sólo recordaremos algunos ejemplos que pueden servir de espejo,
donde el mirarse puede ser motivo de orgullo y por lo tanto de copia, con
consecuencias como: relaciones más armoniosas, trabajadores de ambos géneros con similar número de empleo en
los diferentes campos, salario equitativo, respeto
a la diferencia…
Aristófanes
(444 a. C. - 385 a. C.), comediógrafo griego, escribió piezas teatrales como
Lisístrata, en la que narra la huelga sexual que llevan a cabo las mujeres en
pro de la paz, para que los hombres se dejen de guerras –gana la propuesta de ellas y hay
reconciliación entre ambas partes; y La asamblea de las mujeres, en ella las mujeres
entran en la asamblea –apta sólo para hombres– ocultando su género, y tratan
de convencerles a ellos de que voten una propuesta de igualdad obligatoria, cubierta por el Estado, entre mujeres y hombres, tanto en la economía como en lo social –las mujeres
por entonces no tenían derecho a nada–.
Benito
Jerónimo Feijoo y Montenegro (1676 - 1764), conocido
como Padre Feijoo,
ensayista y escritor español. Escribió
en el Tomo I del Teatro Crítico, el texto “Defensa de las mujeres”, en el que dice:
“[El vulgo] en lo moral
las llena de defectos, y en lo físico de imperfecciones. Pero donde más fuerza
hace, es en la limitación de sus entendimientos. Por esta razón, después de
defenderlas con alguna brevedad sobre otros capítulos, discurriré más
largamente sobre su aptitud para todo género de ciencias, y conocimientos
sublimes.”
Nicolas
de Condorcet
(1743 - 1794), filósofo, científico y matemático francés, fue crítico con la no
inclusión de la mujer en la Declaración
del Hombre y el Ciudadano de 1789, y defendió para ésta el acceso a la
educación y la participación en la política.
John
Stuart Mill (1806 - 1873), filósofo, político y
economista inglés, escribió El sometimiento de la mujer / La esclavitud
femenina (1869), texto publicado en España, prologado por Emilia Pardo Bazán, quien desde que lo
conoció en Oxford, en una conferencia impartida por el filósofo a la que la
escritora acudió como oyente, quedó admirada de la humanidad que desprendía en
sus planteamientos.
Para J. S. Mill el
sometimiento que el hombre impone a la mujer tiene su origen en su superioridad
física: “Este régimen proviene de que, desde los primeros días de la sociedad
humana, la mujer fue entregada como esclava al hombre que tenía interés o
capricho en poseerla, y a quien no podía resistir ni oponerse, dada la inferioridad
de su fuerza muscular”. En el ámbito familiar le fue fácil asegurar la
hegemonía de ese poder machista: “El paleto ejerce o puede ejercer su parte de
dominación, como el magnate o el monarca. Por eso es más intenso el deseo de
este poder: porque quien desea el poder quiere ejercerle sobre los que le
rodean, con quienes pasa la vida, personas a quienes está unido por intereses
comunes, y que si se declarasen independientes de su autoridad, podrían
aprovechar la emancipación para contrarrestar sus miras o sus caprichos”.
Escribió que la mujer ha
sido educada “desde la niñez, en la creencia de que el ideal de su carácter es
absolutamente contrario al del hombre; se le enseña a no tener iniciativa, a no
conducirse según su voluntad consciente, sino a someterse y ceder a la voluntad
del dueño”. Y continuó: “los mismos
enemigos de los derechos de la mujer son los que más la encomian, dándola por
superior al hombre, y esta confesión ha acabado por llegar a ser fastidiosa
fórmula de hipocresía, destinada a cubrir la injuria con un floreo ridículo”.
Y sobre él hombre dijo:
“representaos la perturbación moral del mocito que llega a la edad viril en la
creencia que, sin mérito alguno, sin haber hecho nada que valga dos cuartos,
aunque sea el más frívolo y el más idiota de los hombres, por virtud de su
nacimiento, por ley sálica, por la potencia masculina, derivada de la
cooperación a una función fisiológica, es superior en derecho a toda una mitad
del género humano sin excepción, aun cuando en esa mitad se encuentren
comprendidas personas que en inteligencia, carácter, educación, virtud o dotes
artísticas le son infinitamente superiores”.
Hace siglos que estos
hombres veían la necesidad de la igualdad y trabajaron por ella con los métodos
que conocían –arriesgándose ante una sociedad, donde el patriarcado predominaba
y no aceptaba cambios en sus posiciones de poder establecido–, sabiendo que su voz podía ser escuchada, sumándose a las de las mujeres que, por el
hecho de serlo, les costaba más ser oídas.
Hoy son muchos los hombres que se suman a esta causa, hombro a hombro junto a las mujeres, aprendiendo –porque el lastre histórico ha calado en toda la sociedad desde tiempos ancestrales y no es fácil la transformación–, aplicando la práctica además de la teoría.
Hoy son muchos los hombres que se suman a esta causa, hombro a hombro junto a las mujeres, aprendiendo –porque el lastre histórico ha calado en toda la sociedad desde tiempos ancestrales y no es fácil la transformación–, aplicando la práctica además de la teoría.
La Educación para la
Igualdad es necesaria ya, sin postergarla más, con una asignatura en las aulas
desde los primeros cursos; debió de instaurarse hace tiempo cuando se veía la
costosa factura que pasaba a las mujeres, y con ellas a la sociedad entera,
porque lo que daña a cualquiera de quienes la componemos, en el fondo y en la
forma nos hiere a todos.
...
...
Hoy, 9 de marzo, amplio el texto (doy las gracias a los comentarios
recibidos):
Todo lo que se ha avanzado
en la conquista de la igualdad es gracias a las luchas de las mujeres desde todos los tiempos, y especialmente –por el mayor número de ellas– desde el
pasado siglo.
En este artículo lo que
trato de decir es que los hombres que aman, y por lo tanto respetan y valoran,
a las mujeres también han estado y están ahí –los citados y los de nuestro
entorno más cercano–, y reconocérselo en “voz alta” es importante, ya que son
“espejo humano” en el que es bueno que se miren los hombres que se están
construyendo: los niños de pocos años y los de más edad que necesiten aprender
a amar y a respetar a las mujeres.
Reconocer los hechos de
los hombres que aman a las mujeres, reconocer a los que apoyan el movimiento del
Feminismo -única revolución no sangrienta1 de la historia, e imparable- pienso que es hacer crecer las ganas de transformar esa parte
nociva –que perjudica a todas, a todos– en la necesaria igualdad en
derechos y la no violencia.
1. La
sangre derramada en los asesinatos que las mujeres sufren es algo demoledor,
agónico, que tenemos que detener YA. Su erradicación es una de las razones por las que trabaja el Feminismo.
© Rosa Campos Gómez
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