viernes, 10 de febrero de 2017

FLOR DE CACTUS


                                                                       Jesús A. Salmerón Giménez



           
          “El cine es John Ford, John Ford y John Ford”.

            Orson Welles


Mi recuerdo al más grande director de cine de todos los tiempos: John Ford, que nacía el primer día de febrero de 1894, en Cape Elizabeth, Maine.



   En la grandiosa filmografía de John Ford hay una película que amo desaforadamente, con desatada pasión de cinéfilo... El hombre que mató a Liberty Valance. La descubrí muy temprano, en la arcaica (¡pero estimable!) televisión española de los setenta, y capté, casi intuitivamente, su grandeza: Desde entonces la he visionado decenas de veces, siempre ha estado ahí, acompañándome a lo largo de mi vida, en los períodos de soledad y desamparo y en los buenos momentos, en la plenitud de la dicha...el fondo de pantalla, épico y (algo) fantasmagórico, de mis días y de mis noches; el sustento vital y ético de mis pasos en la tierra…


Y es que para mí, en la memorable obra de este trovador de (espléndidas) historias -que nos contó mejor que nadie la epopeya y la lírica, la emoción compleja, sentimental, violenta de la odisea del alma humana-, El hombre que mató a Liberty Valance representa la obra cumbre de su cine, la obra maestra de las obras maestras… como simboliza, de manera maravillosa, esa flor de cactus solitaria, sobria, adusta pero hermosa, encaramada en la tapa de pino del humilde y sencillo ataúd de madera de Tom Doniphon (John Wayne), que contempla con mirada herida -¡relámpago inefable de revelación y melancolía!- el senador Ransom Stoddard (James Stewart).

        En mi opinión (de antigua rata de filmoteca y exacomodador en prácticas de cine porno), esta hermosa escena es la que mejor define el cine de John Ford, y multiplica las razones por las que profeso amor eterno a esta formidable (y desoladora) película: su romanticismo extremo (ayuno de sentimentalismo, privado de alharacas), en medio del relato seco, sin concesiones, de un mundo brutal y duro, como el Monument Valley, con sus monolitos de piedra roja y su naturaleza extrema.



        El hombre que mató a Liberty Valance es una de la últimas historias de John Ford, y tiene la contundente perfección de un diamante, de la dureza del diamante: Nada es plano: Nada sobra: Nada falta: Ni siquiera la gloriosa galería de secundarios de las películas fordianas, en la que brilla con luz propia, como una botella de bourbon en el primer día de abstinencia de un alcohólico, Dutton Peabody, magistralmente interpretado por Edmond O’Brien, el paladín universal de la libertad de prensa, que protagoniza uno de los momentos más memorables de la historia del cine: Dutton Peabody el periodista borrachín, al que los pistoleros le destrozan el diario y le dan una paliza de muerte. Caído y maltrecho, aún proclama con la boca partida a los amigos que acuden para socorrerle: "¡Le he hablado a ese Liberty Valance de la libertad de prensa!".


        El relámpago del disparo que mató a Liberty Valance ilumina los claroscuros de los últimos refugios y las habitaciones íntimas, donde se produjeron las transiciones emocionales que me cambiaron para siempre. Y el dolor de su brillo -crepuscular, desesperanzado- se clavó en mis ojos, y entró en el corazón“como la reja del arado en el yermo” de esta (descabalada) crónica sentimental de mi vida.

                 “El cine es John Ford, John Ford y John Ford”.



© Jesús A. Salmerón Giménez



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