sábado, 4 de febrero de 2017

EL HUMANISMO DE CONCEPCIÓN ARENAL




 Rosa Campos Gómez


"Las fuerzas que se asocian para el bien no se suman, se multiplican."                                                                                      
             C. Arenal



Hay nombres de personas que faltaron en los libros de texto de muchas generaciones, cuando debieron de estar ahí por derecho propio, como ejemplo de lo que puede hacer posible el ser humano. 


Concepción Arenal (Ferrol, 31 de enero de 1820- Vigo, 4 de febrero de 1893) escritora y socióloga, es uno de los nombres que nunca debieron de faltar porque su trayectoria hubiese sido un paradigma en el que constatar hechos y capacidades femeninas por el alumnado, pero, claro, esto, en sí mismo, era contradictorio en una sociedad que no miraba por la igualdad en el porvenir de ambos géneros.

Humanista, en el sentido más extenso que este concepto nos pueda sugerir, puso las primeras piedras y alzó desde la palabra muchos de los “edificios sociales” que necesitaban ser transformados o construidos de nueva planta a lo largo de su comprometida y apasionante vida.


Aunque su madre tenía proyectos muy diferentes para ella –que encajaban mejor con el destino que preparaban para las mujeres por entonces–, acudió a la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid, donde le permitieron ir como oyente, vestida de hombre, entre los años 1841 y 1846. 

En 1948 se casó con Fernando García Carrasco, abogado y escritor, quien creyó en ella, apoyándola en todo momento en sus deseos de ser escritora. Con él acudió a las tertulias literarias madrileñas, también vestida de hombre porque era la única vía para ser aceptada en ellas. En estos primeros años de matrimonio escribe poesía, tres obras de teatro, una novela, una zarzuela y las Fábulas en verso.

A partir de 1855 trabajó, al igual que su marido, para  el periódico La Iberia, de corte liberal, hasta que él enfermó y ella  lo cubrió escribiendo los artículos de fondo y de editorial de los que él se ocupaba y que no necesitaban ser firmados. Los lectores empezaron a admirar aquellos textos sin saber la autoría. Concepción siguió haciéndolo cuando en enero de 1857 murió Fernando, cobrando menos de lo que a él le pagaban. Cuando ese mismo año salió la Ley de Imprenta, en la que se exigía que ese tipo de textos  tenían que ir firmados, el periódico anunció  que Concepción Arenal era la autora, y también su cese; tener a una mujer como redactora fija era mucho para ellos, aun considerándose liberales y progresistas. 

Triste por la pérdida de su marido y decepcionada por el trato que recibió en La Iberia por ser  mujer, dejó Madrid. Se estableció en Potes –pueblo del Valle de Liébana al que también pertenecía Armaño, localidad donde pasó buena parte de su infancia–, viviendo con sus hijos en una casa alquilada; en ella pasaría un tiempo de introspección, sin ánimos de salir ni de relacionarse con nadie, hasta que Jesús de Monasterio –hijo de la propietaria de la vivienda en que vivía, y músico de reconocido prestigio-, con quien mantenía una gran amistad, para sacarla de la tristeza que la embargaba le pidió que colaborara en las Conferencias de San Vicente de Paúl que él había puesto en marcha en Potes; Concepción aceptó, fundando la rama femenina. Con esta actividad todo adquiere un profundo sentido de vida para ella. Las durezas sociales que experimentan los más desfavorecidos y el cómo cambiarlas, serán el eje sobre el que se centre su importante labor en la historia sociocultural española.

Escribió artículos, ensayos, cartas, textos en los que denunciaba la dureza de la realidad que veía, con su mirada de mujer inteligente y buena, proponiendo medidas para que la evolución humanitaria se diera. Los pobres, los presos, tuvieron en ella una fiel e inusitada defensora de sus derechos:

"Abrid escuelas y se cerraran cárceles." 

"La injusticia, siempre mala, es horrible ejercida contra un desdichado."

"Las malas leyes hallarán siempre, y contribuirán a formar, hombres peores que ellas, encargados de ejecutarlas."

"Las virtudes son hermanas que se abrazan estrechamente; cuando una cae, todas vacilan; cuando una se levanta, todas cobran ánimo."


"El hombre que se levanta es aún más grande que el que no ha caído."



Evidenció la necesidad de una enseñanza generalizada, destinada a todas las clases sociales. Sus conocimientos y su concepto del cristianismo, la impulsaron a escribir textos necesarios y dignos de admiración en cualquier tiempo: "Se ha dicho: no hay salvación fuera de la Iglesia. Nosotros decimos: no hay salvación fuera de la ciencia, del conocimiento necesario en todos los hombres para que la sociedad sea organismo armónico, y no aglomeración bajo la presión de un poder cualquiera. Y no lo decimos nosotros, amigos del progreso; lo dicen o lo piensan, o inconscientemente obran como si lo pensaran, hasta los retrógrados. Los que quieren dominar por medio de la religión, ¿qué hacen hoy? ¿Predican? No; enseñan. ¿Dan las grandes batallas por defender el dogma? No, sino por apoderarse de la enseñanza. Enseñemos, pues; enseñemos la verdad; derramémosla sobre la frente del pueblo como un bálsamo regenerador; que la reciba elevada, pura, y será redimido por ella. El error sólo puede vivir en la obscuridad; si sale de ella, se pierde; si enciende luz, se suicida. Que nuestros adversarios enseñen a leer, y escribamos los libros de lectura", por los que el catolicismo imperante la rechazaba.

Defendió –siendo pionera en España–, la igualdad de derechos entre géneros: 

"Si la ley civil mira a la mujer como un ser inferior al hombre, moral e intelectualmente considerada, ¿por qué la ley criminal le impone iguales penas cuando delinque?"

"Es un error grave y de los más perjudiciales, inculcar a la mujer que su misión única es la de esposa y madre (...). Lo primero que necesita la mujer es afirmar su personalidad, independientemente de su estado, y persuadirse de que, soltera, casada o viuda, tiene derechos que cumplir, derechos que reclamar, dignidad que no depende de nadie, un trabajo
que realizar e idea de que es cosa seria, grave, la vida y que si se la toma como un juego, ella será indefectiblemente un juguete."


Presentó a concurso el ensayo La Beneficencia, la Filantropía y la Caridad (1860), firmado con el nombre de su hijo, de 10 años de edad, porque hacerlo con nombre de mujer conllevaría a hacerlo no visible. El texto fue premiado por la Academia de Ciencias Morales y Políticas, y aceptada su autoría posteriormente, siendo la primera mujer que obtuvo este reconocimiento.

Le concedieron cargos con responsabilidades políticas: fue nombrada Visitadora de Prisiones de Mujeres e Inspectora de Casas de Corrección de Mujeres, pero nunca se sometió a los políticos de turno, criticando las negligencias observadas, para ello, aparte de escribir y publicar en otros medios, fundó el periódico La Voz de la Caridad (1870-1884), donde se denunciaban las degradaciones morales en los centros de beneficencia y prisiones.

Los obreros encontraron en ella una gran aliada, para ellos creó la Constructora Benéfica, sociedad dedicada a la construcción de casas a bajo precio. Escribió: 

"Presumimos de gigantes contando por estatura propia el pedestal en que nos colocó la fortuna. Todos hemos formulado u oído formular ciertos cargos contra el pobre…; si en vez de decir el pobre dijéramos la pobreza, seríamos más exactos."


Mujeres significativas en su vida le tendieron la mano, entre ellas su abuela paterna, dejándola como heredera otorgándole, a los 21 años, la necesaria independencia en los ámbitos que necesitaba–; la condesa de Espoz y Mina, apoyándola económica y socialmente; la reina Isabel II, designándola como Visitadora de Prisiones; y Emilia Pardo Bazán proponiéndola  como miembro de la Real Academia Española para un sillón vacante –que no le concedieron–. 
Clara Campoamor escribió sobre su obra en El pensamiento vivo de Concepción Arenal, publicado en Argentina en 1939.

Contó con el apoyo de hombres como los citados que la sentían en plano de igualdad, y con su padre,  a pesar de que murió encarcelado por sus ideas liberales y manifestarse contrario al absolutismo de Fernando VIIcuatro días antes de que ella cumpliera los 9 años, cuya influencia queda reflejada en su manera decidida de ser, de afrontar riesgos y en su carácter insobornable.

Impartió conferencias en todos los puntos de Europa donde era llamada, en ellos fue respetada y admirada  por sus razonamientos, por sus propuestas innovadoras, por su fe en las personas. 



Concepción Arenal quiso para todos una vida digna, trabajando con brío y coraje porque cobrara forma, emanando un humanismo que, a diferencia del renacentista que se quedó dentro del perímetro de las élites, tocaba a todas las criaturas humanas. 

Su legado es monumental en calidad y en producción, magnífica impronta para la época convulsa que le tocó vivir, pese a que escribiera las siguientes notas autobiográficas:
 
                "Mi vida ¿a quién importa?
                ¿Quién soy?
                Una hoja caída
                que un día barrerá
                el huracán (...)"

 

Imagen de la película Concepción Arenal, La visitadora de cárceles (2014),  interpretada por Blanca Portillo y dirigida por Laura Mañas.





 © Rosa Campos Gómez




2 comentarios:

  1. Concepción Arenal ya está presente en muchos de nosotros. Muy interesante el artículo.

    Seguid así.

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  2. Lorenzo, muchas gracias por tu comentario acerca de Concepción Arenal, mujer de gran inteligencia y humanismo, que nos dejó un importante legado.

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