Rosa Campos Gómez
Maruja
Mallo (Vivero, 5 de enero de 1902 - Madrid, 6 de febrero de 1995) –continuamos con las anotaciones de su vida vinculada a
su obra, inabarcable por la extensa producción y riqueza–, cuarta de
catorce hijos de una familia pudiente y viajera –su padre era inspector de
Aduanas– que se estableció en Madrid en 1922, lo que le permitió acceder a la
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando –única mujer que pasó las pruebas exigidas ese
año–. Su amistad con Salvador
Dalí la llevó a conocer a los jóvenes de la Residencia de Estudiantes que
brillaban en la cultura madrileña de aquellos años. Federico García Lorca le propició el bautizo simbólico con el que
entró en “La Cofradía de la Perdiz”, nombre humorístico del grupo integrado por
Luis Buñuel, Dalí y él mismo,
pasando ella a formar parte de esta “asociación” donde el surrealismo emergía; así que los tres nombres que los
medios de comunicación y los libros de
cultura artística recogían eran en realidad cuatro, porque Maruja era una
compañera a los mismos efectos
empíricos.
Mujer nueva, moderna, divertida
y diestra en saltarse las prohibiciones de género: cuando a Margarita Manso –pintora, amiga y
compañera de estudios– y a ella no las dejaron entrar al monasterio de Silos a
escuchar canto gregoriano, se les ocurrió ocultarse el pelo con gorra y ponerse
las chaquetas de Lorca y Dalí con las mangas a modo de pantalones pitillos,
siéndoles permitido el acceso así,
“vestidas de hombre”; también –como ya hemos dicho en la primera (y mínima) parte–, fue impulsora de lo que hoy conocemos como el “sinsombrererismo”. Y a
estas provocaciones, happenings o performances, se suman las fotos que su
hermano le hizo en 1929 en la localidad madrileña de Cercedilla y que le
servirían de tema para el radical giro que dio su pintura; por entonces Maruja
formaba parte del grupo conocido como "Escuela de Vallecas".
Pero volvamos a 1928, año
en que José Ortega y Gasset le abrió
las puertas de los salones de la Revista
de Occidente para que expusiera, siendo la primera vez que se hacía un acto
así y que lo hacía una mujer. Ambos salían ganando, Mallo por la divulgación
que aquello suponía, y que siempre reconoció como crucial en su vida, y Ortega
y Gasset por el impulso que aquella fuerza vanguardista y genial representaba
para su centro.
En este tiempo vivía una
relación sentimental con Rafael Alberti en la que ambos se retroalimentaban
artísticamente. La serie (surrealista) Cloacas
y campanarios, de Mallo, y el
poemario Sobre los ángeles, de
Alberti, dan cuenta de ello, sumándose los dibujos para ilustrar poemas y
decorados para escenografías de textos
del poeta gaditano que ella realizó, y añadiendo otra escenografía que tenía proyectada y que no
llegó a cuajar porque la relación entre ambos, que se inició en 1925, fue
cortada en 1931.
Era amiga de la escritora Concha Méndez, frecuentaban los actos
culturales que se prodigaban, recorriendo Madrid sin sombrero y con ganas de
comerse el mundo como mujeres, abriendo puertas de libertad a futuras
generaciones. El vínculo entre ambas también pasó a lo artístico: las Verbenas de Mallo tienen su faz
literaria en la poesía de Méndez:

VERBENA (1928)
Desconcierto de luces y
sonidos.
Dislocaciones.
Danzas de juegos y de ritmos.
Los carruseles giróvagos
entre los aires dormidos.
Concha, además, fue modelo en sus pinturas, ella es la Ciclista (imagen incluida en la primera parte) y suya es la Raqueta, óleos que representan la revolución que estaba iniciando la mujer también en el deporte.
Conoció a Pablo Neruda,
cuya amistad seguiría allende los mares, como muestra la siguiente fotografía
tomada en la Isla de Pascua (Chile) en 1945:
En la madrileña "casa
de las flores", donde Neruda vivía, fue donde Miguel Hernández y ella se conocieron e iniciaron su relación –por
la que años después de muerto Franco,
cuando se podía hablar libremente del poeta oriolano, ella fue introducida en
conferencias, y no por su obra; así es (era) la vida–. El sentimiento de M.
Hernández hacia Mallo paece estar presente en poemas de El rayo que no cesa.
Maruja y Miguel
colaboraron en las Misiones Pedagógicas y tenían proyectos –culturales y
políticos– en común, algunos realizados
y otros no, como una escenografía de ella para una obra de él, –truncado por el
golpe de estado del 36–. En estos años comienza su etapa constructiva, que dará
vida a la serie La religión del trabajo (iniciada en 1929),
de la que será pintura simbólica La
sorpresa del trigo (1936), poseedora de un rico lenguaje poético y de
cercanía con el pueblo trabajador. De ella no se separará nunca, llevándola
consigo en su exilio y a la vuelta de éste.
Cuando estalló la guerra
la pintora estaba en Galicia cumpliendo con su compromiso socio-político de
apoyo a las misiones. Horrorizada y temerosa por lo que veía pasó a Portugal;
Gabriela Mistral, embajadora de Chile en Lisboa, le tendió la mano,
facilitándole posteriormente el vuelo al continente americano.
En Buenos Aires, donde fue
acogida como la gran creadora que era, vivió –desplazándose desde allí a
distintos puntos del continente americano– desde 1937 hasta 1961, año en que por primera vez, tras el exilio, pisó
tierra española.
Pero volvamos a los años
treinta. Maruja Mallo llega a París en 1932, becada por la Junta de Ampliación
de Estudios, donde expuso y fue admirada por personalidades señeras de las
vanguardias que acudieron a ver sus trabajos. André Breton le compró Espantapajaros (1929), hoy considerada
una de las obras capitales del surrealismo,
y Paul Éluard le dedicó unas hermosas palabras:
"Las creaciones extrañas de Maruja Mallo, entre las más considerables de
la pintura actual, revelación poética y plástica, original, Cloacas y
campanarios, son precursores de la visión plástica informalista". Posteriormente expuso en Londres.
A partir de estos años de importante
reconocimiento los amigos con los que
había compartido tanto, celosos de su
éxito, y molestos porque ella, una
mujer, se desenvolvía en igualdad de aptitudes y actitudes que ellos, dejaron de mostrarse
con la misma camaradería que antaño. Digerir aquello no debió de ser fácil, pero tampoco supuso un freno para
su quehacer.
Durante la II República,
tras ganar la cátedra de Dibujo, ejerció como profesora en el instituto de
Arévalo, también de la Escuela de Cerámica en Madrid.
Las series de Arquitecturas minerales y Arquitecturas vegetales, se inician en
esta época, prosiguiendo más tarde con Arquitecturas
vivas, en ellas expresa sutilmente
las proporciones matemáticas y áureas que la naturaleza imprime en cada una de
sus obras, dentro de los reinos animal, vegetal y mineral, expresión
manifestada de pleno en los bocetos que previamente realiza,
Pasando a concretarse en figuras donde la geometría y lo armónico están detrás de toda la sencillez que destilan.
En 1939 publicó Lo popular en la plástica española a través de mi obra, libro de teoría donde expresa su vocación geométrica, las representaciones de la naturaleza y los retratos, conceptos perennes en su obra.
En 1948 consigue el Primer
Premio de Pintura de la XIII Exposición de Nueva York por La cierva negra. Sus series de mágníficas Cabezas marcan este periodo.
En Argentina fraguó amistad con Victoria Ocampo y siguió frecuentando la amistad de Ramón Gómez de la Serna, amigos desde
la vida madrileña antes del exilio de ambos; él dijo en el libro monográfico
que sobre ella escribió:
"Esta Maruja Mallo,
ante la inmensidad del retrato -ventanas de ojos hacia galerías de almas, que
se corresponden en laberinto y, en este momento, como El Greco, como los
grandes retratistas italianos-, medita en la soledad de la figura humana, la
única fórmula condigna de la vida, la que merece estudiar su resolución (…)
dada la vuelta a la pobreza de símbolos que le quedan al mundo, ha encontrado
que siempre será rica una diferencia de fisonomías interpretadas por su arte ya
emancipado…"
En su extensa producción –pinturas,
dibujos, cerámicas, litografías,
murales, collages, foto-pintura, literatura teórica y numerosas colaboraciones en revistas culturales y periódicos– podemos ver distintas
fases, en la primera se puede apreciar la alegría y desenvoltura que la
habitaba (1925-1930) el realismo mágico donde lo popular y lo nuevo se reúnen,
en la segunda (1930- 1933), surrealista,
se percibe una premonición de lo que estaba larvado en la sociedad, lo
putrefacto y escatológico. En una
tercera que arranca antes de 1936, comunica lo social y la búsqueda del
equilibrio armónico, que ya no la abandonaría. Hay una etapa final, a partir de
1979 –cuenta con 77 años–, en la que compone la serie Los moradores del vacío donde podemos apreciar que, junto a la creatividad, la armonía en la forma y en los colores sigue vigente.
Cuando volvió a Madrid,
nadie la recordaba, pero eso no la arrinconó, pintando, como hemos dicho, con bríos renovados.
Expuso, se le concedieron condecoraciones,
dio conferencias, la movida madrileña la tuvo como referente
cultural… Parte de su obra la podemos
ver en el Museo Reina Sofía.
Canto de las Espigas
(1929) pertenece a la serie La religión
del trabajo. M. Mallo dijo que es una de sus obras más emblemáticas y quería que perteneciera al pueblo. La podemos ver en el Museo Reina Sofía, Madrid, donde se
halla desde 1988.
Maruja Mallo fue libre,
algo que eligió y disfrutó –aun con su ración de sin sabores–, factor que
resulta inevitable cuando se tienen unas perspectivas de acción y de vida como
las que ella tenía, donde la genialidad tenía cabida…, la luz del talento no concibe barreras que lo impidan.
LA VISIVILIDAD DE MARUJA MALLO (I parte)
© Rosa Campos GómezLA VISIVILIDAD DE MARUJA MALLO (I parte)