martes, 17 de enero de 2017

TÍO CHÉJOV


                                                                         Jesús A. Salmerón Giménez
 
Un ángulo me basta entre mis lares,
un libro y un amigo, un sueño breve,
que no perturben deudas ni pesares.

Andrés Fernández de Andrada


Mi amigo Paco Pino y yo quedamos, cada cierto tiempo, en alguna cafetería de Murcia, por el mero gusto de pasar un rato juntos -honda y antigua es nuestra amistad- y, de paso, ponernos al día de lo que nos va deparando la vida,  de las cosas de poca importancia (paradójicamente, las que terminan importando) o de temas más sublimes, que procuramos relativizar entre café y tostada, risas y paseo...Sin duda, uno de los temas recurrentes, ¡cómo podía ser de otra manera!, son los libros, nuestros compañeros en este extraño viaje de la existencia, los faros salvadores de muchas de nuestras tormentas. Y dentro del amplio y proceloso campo de las lecturas, tarde o temprano siempre se cuela en nuestras conversaciones, como la nieve en San Petesburgo,  la Edad de Oro de la prosa rusa, la que brilló sobre las estepas y las taigas en la segunda mitad del siglo XIX y de ahí se proyectó al firmamento de las letras universales. Los gigantes de la época son Lev Tolstói, Fiódor Dostoyevski, Nikolái Leskov, Iván Turguénev, Mijaíl Saltykov-Shchedrín, Iván Goncharov, Dmitri Mamin-Sibiriak, Vladímir Korolenko... pero nosotros, sobre toda esta pléyade de monstruos de la literatura de la madre Rusia, preferimos a Antón Chéjov, al pequeño gran ironista de Taganrog, al maestro indiscutible del relato corto.

Y viene todo esto a cuento, en esta -¡una más!- desmañada crónica de urgencia para Notas, porque hoy -¡San Antón!- se conmemora el nacimiento del genial escritor ruso, y, a propósito de él, he leído últimamente dos breves relatos magistrales, y precisamente uno de ellos, el  de Raymond Carver, me lo dio a conocer mi amigo Paco.


La narración de Raymond Carver, que se titula Tres rosas amarillas (extraña traducción de su relato Errant), se limita a los últimos momentos de Chéjov en el hotel Sommer, en Badenweiller -un balneario al suroeste de Alemania-,  en plena Selva Negra, víctima de una larga tuberculosis. Este soberbio relato, es un prodigio de economía literaria y sutileza de uno de los más conspicuos representantes del realismo sucio (esa broma mayúscula y gringa…): lo más interesante del relato es la puesta del estilo chejoviano, esa capacidad de captar los matices esenciales de una trama sin necesidad de redundar en otros detalles (Carver se centra en la figura del recadero del hotel que asiste a la inminente viuda, su “gaviota”, la actriz Olga Knipper).

El gran Carver escribe con admiración sobre Chejov, con reverencia y heroísmo, pero también su escritura está velada por una pátina de tristeza y melancolía que confiere al relato una poderosa fuerza narrativa:

"No se oían voces humanas, ni sonidos cotidianos – escribiría más tarde-. Sólo existía la belleza, la paz y la grandeza de la muerte."


En el otro libro,  Antón Chéjov: Vida a través de las letras de Natalia Ginzburg, la escritora italiana borda la figura de Chéjov en una breve pero vibrante e intensa biografía marcada por el dolor: un delicado, penetrante, retrato que logra capturar la esencia de la escritura del biografiado.

En este hermoso, bellísimo libro Ginzburg nos va narrando la vida de Chéjov a través del argumento de sus cuentos más importantes: la difícil infancia y adolescencia del escritor, marcada por la miseria (el padre borracho que lo azota con el cinto, los cinco hermanos de los que no consigue librarse, el título de médico obtenido con sacrificios...); su evolución como escritor (del aguafuertismo humorístico al relato dramático: como Chéjov va perfeccionando su estilo, atesorando los ingredientes de un realismo doméstico y cotidiano, la mirada condescendiente y piadosa sobre sus personajes);  el final prematuro de su vida, cuando, consolidado como escritor, fallece víctima de la tuberculosis a los 44 años, tras beber, como es leyenda, una copa de champán... A Ginzburg le bastan poco más de 80 páginas para describir cuarenta y cuatro años de una vida intensa. Un relato delicioso, que prescinde de cualquier atisbo elegiaco y consigue captar en tono chejoviano los capítulos claves de la corta y atormentada existencia del último gran escritor de ese espléndido siglo de milagros. Como escribió Simón Karlinski: "De un modo tranquilo y educado, Chéjov es uno de los escritores más profundamente subversivos que haya existido en toda la historia".

 © Jesús A. Salmerón Giménez






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