Jesús A. Salmerón Giménez
En
su memoria
La neurosis de Poe le habría servido para renovar el cuento
fantástico, para multiplicar las formas literarias del horror. También cabría
decir que Poe sacrificó la vida a la obra, el destino mortal al destino
póstumo.
Jorge Luis
Borges
Edgar Allan Poe –Boston, EE UU, 1809-Baltimore, 1849–, poeta, narrador y crítico
estadounidense, es uno de los mejores cuentistas de todos los tiempos. Fue el
gran maestro del género de terror e inauguró el relato policial –¡El crimen de
la calle Morgue!–; pero, sobre todo, revitalizó el cuento, demostrando que su
potencial expresivo podía rivalizar con la novela.
Con
una botella medio vacía de coñac y un ramo de rosas rojas...rindámosle tributo
al escritor, en el 208 aniversario de su nacimiento…
El
autor de La caída de la casa de Usher
es el creador de algunas narraciones que destilan un horror que se mantiene
vivo a través del tiempo: El escalofrío de terror que la lectura de sus cuentos
me provocó en la infancia (fui lector precoz de este delirante bostoniano: aún
conservo la edición de sus Cuentos
completos, de Alianza, con la espléndida traducción de Julio Cortázar, que le aportó el maravilloso aroma de su prosa),
perdura en el recuerdo (que relaciono siempre, por cierto, con el grito que se
escuchaba en la apertura de la serie de Ibáñez
Serrador, Historias para no dormir,
después del portazo catódico, que resonaba y se amplificaba en la Plaza España
de Cieza, desierta en las horas silenciosas y noctívagas de aquel remoto
siglo...). En aquellas lecturas iniciáticas descubrí el mal, el horror, la
muerte y la locura: y todo lo fui explorando, con cautela y emoción no
contenida, siguiendo las tramas imposibles de sus maravillosos cuentos;
deslumbrado ante el talento del creador de aquellas narraciones
extraordinarias, que nos desarmaba siempre con su lógica impecable y
sorprendentes finales.
Pero,
sobre todo, siempre le estaré agradecido al poeta del desasosiego por haberme
dejado acompañar al señor Pym
durante sus aventuras marítimas (o tal vez sería mejor decir sus desventuras,
pues tienen mucho de terrorífico, con buques fantasmas, motines y canibalismo
incluidos). A bordo del Grampus viajé por los mares del sur de la adolescencia,
y crucé el desierto de hielo del Ártico:
“Dentro de los montes lo he grabado, y mi venganza en el
polvo de la roca”.
© Jesús A. Salmerón Giménez
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