Jesús A. Salmerón Giménez
Desde que empecé a leer a
Alice Munro -imperdonablemente tarde-, caí en el hechizo literario de la premio
Nobel canadiense, me hice adicto a la prosa de esta formidable anciana de
hierro: Uno empieza a leer un relato de Munro y ya no puede parar.
No son grandes
experiencias lo que nos narra, ni siquiera son historias con tramas definidas,
con principio y final. Parece que nada sucede en ellas, que sus historias están
habitadas por personajes sencillos, del montón, a los que le suceden cosas de
poca importancia...Sin embargo, todo el ritmo de la vida y las mayores sutilezas
del alma humana se encuentran en la magistral escritura de esta canadiense. Se
la ha comparado con Chéjov, no solo por la destreza con la que Munro construye
sus narraciones, sino porque su terreno de exploración se encuentra en su
hábitat patrio. El territorio de Munro es el de su Ontario natal ("para
poder cantar siempre en la misma tonada al mismo río que pasa rodando las
mismas aguas, al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa"), pero
desde allí alza el vuelo y alcanza el vasto territorio, la compleja extensión,
la inextricable trama del corazón de hombres y mujeres del mundo entero: la
resignación, la angustia, la felicidad, el dolor de los otros y de ella
misma... todo queda encapsulado en esas pequeñas obras maestras en las que todos
nuestros mundos están reflejados:
"O, lo que es lo
mismo, belleza. Estremecimiento. Emoción. De eso tratan los relatos de Munro.
Una hija que se va de casa y que se pierde para siempre, aunque exista. La
madre, que se acostumbra a la espera. Grandes distancias, desapariciones,
huidas, búsquedas, fugaces y trascendentales encuentros, momentos decisivos,
deseos cumplidos, sueños realizados, muertes, despedidas." (Soledad
Puértolas)
En estos últimos compases
del año, he leído su último libro Mi vida querida: lo descubrí en un anaquel en
la casa de mi hermana, y enseguida me abalancé sobre él, como un heroinómano
que, en un inesperado golpe de suerte, ha encontrado una partida de la dama
blanca. Y ahí estaban esperándome: 10 relatos de Alice Munro (El noviazgo
cruelmente abortado de una virginal profesora; el fugaz encuentro amoroso en un
tren de una joven madre que huye de su matrimonio; ser poeta de provincias y
asistir sola a una fiesta de intelectuales; celos mortales de una esposa
setentona al aparecer en casa un ligue de juventud del marido octogenario…), una
cadena de asombro, una revelación poética aguardando al final del relato,
que, de una forma vertiginosa, captura la existencia en la red maravillosa de
sus líneas; los arcanos del alma humana captados en el resplandor de un momento
inefable…, y nos deja al descubierto con extremada delicadeza el punto de
inflexión de cada vida, el momento exacto donde todo estalló y se hizo añicos,
en el que se nos rompió, dolorosa, ineluctablemente el quicio del alma.
© Jesús A. Salmerón Giménez
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