viernes, 23 de diciembre de 2016

A LA INMENSA MINORÍA...



                                                               Jesús A. Salmerón Giménez



Un día no es un día de una vida, sino una vida. 

                                                                JRJ
 

Juan Ramón Jiménez Mantecón viene al mundo en Moguer (Huelva) el 23 de diciembre de 1881, a las 12 de la noche, en la casa de sus padres, en la calle de la Ribera número 2, esquina con la calle de las Flores. Al poeta siempre le gustó decir que había nacido el día 24: “Nací en Moguer, la noche de Navidad de 1881. Mi padre era castellano y tenía los ojos azules; y mi madre, andaluza, con los ojos negros. La blanca maravilla de mi pueblo guardó mi infancia en una casa vieja de grandes salones y verdes patios. De estos dulces años recuerdo que jugaba muy poco, y que era gran amigo de la soledad...”.

El escritor y Premio Nobel Juan Ramón Jiménez es uno de los poetas más fascinantes de toda nuestra cultura literaria. Como sostiene Colinas, "padre de todos los poetas, del que han bebido todas las generaciones y el que mejor resiste la prueba del paso del tiempo por su pureza".

Muy joven descubrí la poesía de Juan Ramón, y fue tal mi fascinación (la Segunda antolojía es el primer libro poético que me dejó absorto, y que sigo relacionando con el placer de la lectura y con los días felices, eternos de mi juventud), que no he dejado de leerlo y releerlo.

Mi recuerdo al poeta de Moguer en el aniversario de su nacimiento. Su lectura es el merecido homenaje que podemos rendir al más puro de los poetas.



INTELIJENCIA, DAME 
 ¡Intelijencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
... Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.

Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas;
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las cosas...
¡lntelijencia, dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, Y mío, de las cosas!


 De: Eternidades

EL VIAJE DEFINITIVO
 Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando.
Y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes el cielo será azul y plácido,
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y lejos del bullicio distinto, sordo, raro
del domingo cerrado,
del coche de las cinco, de las siestas del baño,
en el rincón secreto de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu de hoy errará, nostáljico...

Y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.



 © Jesús A. Salmerón Giménez

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