miércoles, 30 de noviembre de 2016

LA VIDA POR DETRÁS DE FERNANDO FERNÁN GÓMEZ



Jesús A. Salmerón Giménez

Los jóvenes tienen una absoluta ignorancia de lo que va a ser de ellos. Los viejos tenemos una firme certeza sobre qué fue de nosotros.

“Una de las cosas de las que más me arrepiento es de no haberle dicho a la gente que quería hasta qué punto la quería.
Fernando Fernán Gómez 



En un mes de noviembre, severo y triste, hace, ¡ya!, nueve años, nos dejó uno de los más grandes artistas que ha dado este (áspero) país, en el que, como él mismo decía, siempre hay que ir con mucho cuidado. Este hombre genial (en un país mediocre), pelirrojo (en una tierra morenos, como es el caso de este modesto escribidor), larguirucho (en una época de poca estatura), de profundos e infinitos ojos azules, nació en 1921, el año de la Quinta del biberón, como mi (añorado) padre, con el que compartía el asombroso, y algo amargo, humor, la seca ironía marca de la casa de la leva más joven del Ejército Republicano, que les ayudó a construir su propia resiliencia, a enfrentar el horror cotidiano de la Guerra Incivil, los campos de concentración y un franquismo atrabiliario y gris que tuvieron que soportar, muy a su pesar, gran parte de sus vidas, nos legó espléndidas obras de culto como dramaturgo (Las bicicletas son para el verano: obra memorable en la que describe como nadie el Madrid de la guerra), escritor de memorias (El tiempo amarillo: incomparable, el mejor libro de memorias escrito en castellano), novelista (El vendedor de naranjas), guionista, director de cine (La vida por delante, El mundo sigue, El extraño viaje, El viaje a ninguna parte: en mi opinión, una de las mejores películas del cine europeo de todos los tiempos), teatro (Un enemigo del pueblo) y televisión (Juan soldado, El pícaro), y por descontado, como intérprete de multitud e inolvidables personajes. A mi parecer esta versatilidad renacentista -única, exuberante-, siempre en la excelencia, marca un antes y un después en la cultura española. Como sostiene Luis Alegre: Fue un gigante de la cultura en un país que siempre la despreció.


 

En La silla de Fernando, ese maravilloso e impagable documental de Luis Alegre y David Trueba, se nos revela como un conversador deslumbrante, explosivo, deliciosamente incorrecto, de honda sabiduría, cómico serio pero irresistible; y uno echa de menos no haberlo visto, ni haber oído su inconfundible, hermosa voz en el teatro, cuyas actuaciones debieron ser más que memorables, milagros irrepetibles que los privilegiados que las presenciaron nos han transmitido, emocionados y conmovidos, con aura de leyendas.

Un tipo excepcional, un ser superior este “jodío peliculero”, este viejo libertario (sostenía que así como la historia había demostrado el rotundo fracaso del comunismo y el capitalismo para hacer del mundo un lugar decente, a las ideas libertarias no se les habían concedido demasiadas oportunidades), aunque su exquisita discreción (Hay que intentar que las grandes ideas parezcan pequeñas, superficiales, cotidianas) y su compleja y poliédrica obra nos hayan despistado e impedido reconocer del todo su inmenso talento.

 © Jesús A. Salmerón Giménez
 
 

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