Rosa
Campos Gómez
Doris Lessing (1919 - 2013), que hoy cumpliría 97 años, es una de las grandes autoras del siglo XX y principios del XXI, en cuyo legado encontramos importantes novelas -temas comprometidos que supo dotar con una prosa ágil y sencilla-, en las que
describe las cuestiones sociales y políticas de su tiempo, tratando, en muchas de ellas, sobre las gentes y el
espacio africano en el que vivió y al que afectivamente siempre se sintió vinculada. Fue Premio Nobel de Literatura en 2007.
Tuvo
la suerte de pertenecer a una familia inglesa, con la que vivió en Rodesia del
Sur (hoy Zimbabwe) donde pasó su
infancia y juventud, después, hasta su muerte, viviría en Londres. La fortuna
de ser una escritora británica la explicó ella misma en una entrevista:
«Cuando se es una escritora perteneciente a
la tradición inglesa, una debe ser consciente y sentirse agradecida de un
patrimonio que significa no tener que luchar como mujer para ser publicada y
valorada. En Inglaterra las mujeres se han ganado la vida como escritoras desde
hace siglos y, a veces, protestando con energía contra su destino. Mi
agradecida conciencia de este patrimonio es la razón por la que suscribo la
máxima de Virginia Woolf, según la cual las escritoras serán libres cuando,
sentadas a escribir, no piensen si escriben o no como mujeres.»
Sobre
los jóvenes europeos que iban a establecerse en tierras africanas donde ya
estaban los antiguos colonizadores, escribe,
poniendo el dedo en la llaga con sutileza y verdad, en Canta la hierba (1950):
«Cuando los colonos viejos sentencian: “Hay
que comprender el país”, lo que quieren decir es: “Debe usted acostumbrarse a
nuestro concepto de los nativos”, o, en otras palabras: “Adhiérase a nuestras
ideas o lárguese; no le necesitamos”. A la mayoría de aquellos jóvenes les
habían inculcado vagas nociones sobre la igualdad. Durante la primera semana
les escandalizaba el trato propinado a los nativos y se indignaban cien veces
al día ante el desdén con que se hablaba de ellos como si de cabezas de ganado
se tratara; o ante un golpe o una mirada. Llegaban dispuestos a tratarlos como
a seres humanos. Sin embargo, habría sido inútil rebelarse contra la sociedad a
la que se habían incorporado, de modo que no tardaban en cambiar. Imbuirse de
su maldad era difícil, por supuesto, pero no lo consideraban “maldad” durante
mucho tiempo y, al fin y al cabo, ¿con qué mentalidad habían llegado allí? Con
ideales sobre la decencia y la buena voluntad; todo ello muy abstracto. En la
práctica, el contacto con los nativos se reducía a la relación entre amo y
criado. Nunca llegaban a conocerlos en la intimidad, en su calidad de personas.
»
Y
sobre diferente asunto, pero con la misma hondura, escribe en El
cuaderno dorado (1962):
«Lo que
es horrible es pretender que lo segunda clase es primera clase. Pretender que no necesitas el
amor cuando así es; o que te gusta tu trabajo cuando sabes muy bien que eres
capaz de algo mejor.»
Vaticinando en La buena terrorista (1985):
«Si
siempre esperas lo peor, acabará ocurriéndote.»
Leer
a Doris Lessing es conocer más del alma humana desde una literatura que
denuncia y clarifica lo que acontece en el medio social que describe. Hablando de lo que concierne a hombres y mujeres. Ubicando
a sus protagonistas femeninas en la luz del sitio que quieren elegir, dándoles
una voz transparente donde la libertad y sus sentimientos evidencian verdades.
© Rosa Campos Gómez
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