Sara Alarcón
Alfonsina Storni (29 de
mayo de 1892 - 25 de octubre de 1938), hija de padres suizos, nace en Sala
Capriasca (Suiza). La familia se irá a vivir a Argentina en 1896, ubicándose
primero en San Juan y años después en Rosario.
Alfonsina trabajó desde
pequeña ayudando a sus padres, primero en la cafetería que montaron y más tarde
en tareas de costura, cuando su madre empezó a trabajar como modista.
A los 11 años sustituyó a
una chica en una obra teatral con buenas críticas, lo que hizo que se sumara a la compañía de teatro, recorriendo
como actriz buena parte de la geografía argentina; después se formaría como
maestra, llegando a impartir clases en varias ciudades, además de seguir
practicando su vocación literaria. En 1911, ya con su título de maestra local,
se traslada a Buenos Aires; al año siguiente nació su hijo. Como madre soltera,
se enfrentará a las dificultades
sociales de la época que las mujeres padecían.
Pudiera ser
Pudiera ser que todo lo
que en verso he sentido
no fuera más que aquello
que nunca pudo ser,
no fuera más que algo
vedado y reprimido
de familia en familia, de
mujer en mujer.
Dicen que en los solares
de mi gente, medido
estaba todo aquello que se
debía hacer…
Dicen que silenciosas las
mujeres han sido
de mi casa materna… Ah,
bien pudiera ser…
A veces en mi madre
apuntaron antojos
de liberarse, pero, se le
subió a los ojos
una honda amargura, y en
la sombra lloró.
Y todo esto mordiente,
vencido, mutilado,
todo esto que se hallaba
en su alma encerrado,
pienso que sin quererlo lo
he libertado yo.
En sus últimos años se enfrentó
a un cáncer de pecho, enfermedad que en aquél tiempo no contaba con los avances
médicos actuales.
El 18 de octubre de 1938
viajó sola a Mar del Plata, días después, en una madrugada lluviosa se dirigió
a la playa de La Perla, arrojándose a sus aguas.
Alfonsina Storni inició pronto su trayectoria literaria: empezó a
escribir sus primeras poesías en la niñez preadolescente, firmando con el
pseudónimo de Tao Lao.
A los 11 años, ya iniciada
en el mundo del teatro como actriz, dispondrá de más tiempo para escribir e ir
formándose en el mundo de las letras.
En 1916, publica (con
escaso medios económicos) La inquietud del rosal, que no obtendría buenas críticas por ser
considerado inmoral, sin embargo le abrió las puertas de los círculos en los
que se movían los escritores, siendo ella la primera mujer en integrarlos.
La inquietud del rosal
El rosal en su inquieto
modo de florecer
va quemando la savia que
alimenta su ser.
¡Fijaos en las rosas que
caen del rosal:
Tantas son que la planta
morirá de este mal!
El rosal no es adulto y su
vida impaciente
se consume al dar flores
precipitadamente.
La capacidad que tiene de
mirarse por dentro sorprende. Le publican obra en la revista Mundo Argentino,
donde también lo hacen Amado Nervo y Rubén Darío, lo que le da, como poeta, un
prestigio importante.
Gabriela Mistral, cuando
la visitó, quedaría impresionada por su sencillez y “conversación sagaz y de
mujer madura”, de mujer bien documentada, de gran ciudad, “que ha pasado
tocándolo todo e incorporándoselo”.
Tras el primer libro
editado vendrían, entre otras publicaciones: El dulce daño, 1918; Irremediablemente, 1919; Languidez, 1920; Ocre, 1925; Poemas de amor,
1926; El amo del mundo: comedia en tres actos, 1927; Dos farsas pirotécnicas,
1932; Mundo de siete pozos, 1934; Mascarilla y trébol, 1938. Recibió varios e
importantes premios por buena parte de su obra poética.
En octubre de 1938, ya en
Mar del Plata, escribió su último poema (tres días antes de morir) que enviaría
al periódico que le publicaba.
La tarde del día que la encontraron en el mar,
los periódicos titulaban sus ediciones con la noticia: “Ha muerto trágicamente
Alfonsina Storni, gran poeta de América”.
Fue una
gran poeta que vivió en un tiempo en que ser mujer, madre soltera y escritora
complicaban bastante la existencia, pero nada de ello representó un freno para
su proyecto, más bien un impulso. Su obra mantiene un resurgir constante, adquiriendo renovado valor poético. En ella se refleja su actitud
ante la vida... la encontramos en versos bellos, desgarrados e intensos.
Resurgir
Pasé por el tamiz de todos
los dolores
Y estoy purificada.¡Clamo
por vida nueva!
¡Una vida que sea como un
ritmo de seda!
¡Dulzura y más dulzura! La
quietud de una tarde.
Deliciosa y de sol, la
casita con hiedras
y un pedazo de cielo que al alma se enreda.
Ningún anhelo más que un
anhelo infantil,
tener las golondrinas de
una quietud eterna
¡y sentirme tan buena…¡tan
hondamente buena!…
No leer nada, nada, más
que en el libro pródigo,
infinito y precioso de la
naturaleza
¡y sorber sus verdades con
la esperanza abierta!…
Surgir a vida nueva. Realizar
el milagro
de cubrir con jazmines la
herida de mis venas
y hacer un canto blanco
con restos de tragedia.
Tener el corazón hecho un
lampo de luz,
tener el corazón hecho un
nido de gemas
para que siempre se abran
otras corolas nuevas.
Ir cruzando la vida con
alas en el alma,
con alas en el cuerpo, con
alas en la idea
y un ligero cariño a la
muerte que llega.
Perdonar, perdonar, no
tener rencor;
Darlo todo al olvido y
llorar en la quieta
soledad de la noche con un
llanto de perlas.
Perlas de anunciación, de
olvido, de alegría,
de dulzura, y de gozo de
sentirse serena
y comprender la vida como
un ritmo de seda.
© Sara Alarcón
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