lunes, 19 de septiembre de 2016

RECUERDO Y DESAGRAVIO DE LEÓN FELIPE


 Jesús A. Salmerón Giménez


[Tal día como ayer, en 1968, murió en el exilio, en Ciudad de México, León Felipe, el gran poeta castellano que alzó su poderosa -y conmovedora- voz contra la injusticia]


No me acordaba ya de León Felipe. De forma ingrata, lo tenía olvidado, a pesar de todo lo que significó en mis años de adolescencia y juventud: me abrió las puertas de un mundo que me apasionaba y donde encontré una sensibilidad nueva que me instó a querer seguir por ese camino, por esa antología rota, a querer escribir como él. Sin embargo, lo había olvidado. Y ahora, con la noticia del aniversario de su muerte, rescato del desván de la memoria algunos de sus versos, que quedaron allí abandonados por la incuria del tiempo, pero que no ha podido arrancar ni el vendaval de los años: Aquellos versos sencillos y duros,  cargados de ironía y amargura, me acompañaron en tiempos de silencio e injusticia; como esta malaventura que le echa a Franco:

Tuya es la hacienda,

la casa,

el caballo

y la pistola.

Mía es la voz antigua de la tierra.

Tú te quedas con todo

y me dejas desnudo y errante por el mundo...

mas yo te dejo mudo... ¡Mudo!

¿Y cómo vas a recoger el trigo

y a alimentar el fuego

si yo me llevo la canción?

Nadie recuerda ya al poeta lírico que puso su verbo al servicio de una épica personal de lucha contra la opresión y la injusticia. Nadie se acuerda de León Felipe, tal vez porque:

Somos como un caballo sin memoria,

somos como un caballo,

que no se acuerda ya

de la última valla que ha saltado.



Venimos corriendo y corriendo

por una larga pista de siglos y de obstáculos.

De vez en vez la muerte

¡el salto¡

…Lloramos y corremos,

caemos y giramos,

vamos de tumbo en tumba

dando brincos y vueltas entre pañales y sudarios.

De la biografía particular de un hombre se asciende a la colectiva de un pueblo: la obra de León Felipe es la crónica del exilio español, una crónica del llanto y el olvido.
Su testamento moral, lo encierra en estos significativos, humildes y conmovedores versos:

PERDÓN

¡Soy ya tan viejo

y se ha muerto tanta gente a la que yo he ofendido

y ya no puedo encontrarla para pedirle perdón!


Ya no puedo hacer otra cosa

que arrodillarme ante el primer mendigo

y  besarle la mano.


Ya no he sido bueno…

quisiera haber sido mejor

estoy  hecho de un barro

que no está bien cocido todavía.


¡Tenía que pedir perdón a tanta gente!

Pero todos se han muerto.


¿A quién le pido perdón ya?...

¿A ese mendigo?

¿No hay nadie más en España,

en el mundo,

a quien yo deba pedirle perdón?...



Voy perdiendo la memoria

y  olvidando las palabras…


Ya no recuerdo bien

Voy olvidando, olvidando, olvidando.


Las palabras se me van

como palomas de un palomar desahuciado y viejo

y sólo quiero que la última paloma,

la última palabra, pegadiza y terca,

que recuerde al morir sea ésta: Perdón.





 Su última y definitiva palabra es esta: "PERDÓN":
Al recordar, hoy en Notas, a León Felipe, yo también le digo: PERDÓN. Perdón por la incomprensión y perdón por el olvido.







 © Jesús A. Salmerón Giménez


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