Jesús A. Salmerón Giménez
[Tal
día como ayer, en 1968, murió en el exilio, en Ciudad de México, León Felipe,
el gran poeta castellano que alzó su poderosa -y conmovedora- voz contra la
injusticia]
No
me acordaba ya de León Felipe. De forma ingrata, lo tenía olvidado, a pesar de
todo lo que significó en mis años de adolescencia y juventud: me abrió las
puertas de un mundo que me apasionaba y donde encontré una sensibilidad nueva
que me instó a querer seguir por ese camino, por esa antología rota, a querer
escribir como él. Sin embargo, lo había olvidado. Y ahora, con la noticia del
aniversario de su muerte, rescato del desván de la memoria algunos de sus
versos, que quedaron allí abandonados por la incuria del tiempo, pero que no ha
podido arrancar ni el vendaval de los años: Aquellos versos sencillos y
duros, cargados de ironía y amargura, me
acompañaron en tiempos de silencio e injusticia; como esta malaventura que le
echa a Franco:
Tuya es la
hacienda,
la casa,
el caballo
y la pistola.
Mía es la voz
antigua de la tierra.
Tú te quedas con
todo
y me dejas desnudo
y errante por el mundo...
mas yo te dejo
mudo... ¡Mudo!
¿Y cómo vas a
recoger el trigo
y a alimentar el
fuego
si yo me llevo la
canción?
Nadie
recuerda ya al poeta lírico que puso su verbo al servicio de una épica personal
de lucha contra la opresión y la injusticia. Nadie se acuerda de León Felipe,
tal vez porque:
Somos como un
caballo sin memoria,
somos como un
caballo,
que no se acuerda
ya
de la última valla
que ha saltado.
Venimos corriendo y
corriendo
por una larga pista
de siglos y de obstáculos.
De vez en vez la
muerte
¡el salto¡
…Lloramos y
corremos,
caemos y giramos,
vamos de tumbo en
tumba
dando brincos y
vueltas entre pañales y sudarios.
De
la biografía particular de un hombre se asciende a la colectiva de un pueblo:
la obra de León Felipe es la crónica del exilio español, una crónica del llanto
y el olvido.
Su
testamento moral, lo encierra en estos significativos, humildes y conmovedores
versos:
PERDÓN
¡Soy ya tan viejo
y se ha muerto
tanta gente a la que yo he ofendido
y ya no puedo
encontrarla para pedirle perdón!
Ya no puedo hacer
otra cosa
que arrodillarme
ante el primer mendigo
y besarle la mano.
Ya no he sido
bueno…
quisiera haber sido
mejor
estoy hecho de un barro
que no está bien
cocido todavía.
¡Tenía que pedir
perdón a tanta gente!
Pero todos se han
muerto.
¿A quién le pido
perdón ya?...
¿A ese mendigo?
¿No hay nadie más
en España,
en el mundo,
a quien yo deba
pedirle perdón?...
Voy perdiendo la
memoria
y olvidando las palabras…
Ya no recuerdo bien
Voy olvidando,
olvidando, olvidando.
Las palabras se me
van
como palomas de un
palomar desahuciado y viejo
y sólo quiero que
la última paloma,
la última palabra,
pegadiza y terca,
Su
última y definitiva palabra es esta: "PERDÓN":
Al
recordar, hoy en Notas, a León Felipe, yo también le digo: PERDÓN. Perdón por
la incomprensión y perdón por el olvido.
© Jesús A. Salmerón Giménez
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