miércoles, 21 de septiembre de 2016

LUIS CERNUDA: la realidad y el deseo


 Jesús A. Salmerón Giménez



Realidad y deseo

una sola substancia

resuelta en manantial de transparencias.
Octavio Paz



Luis Cernuda, nació el 21 de septiembre de 1902 en  Sevilla. Es uno de los poetas más extraordinarios del siglo XX y, sin duda, el más actual de la brillante generación del 27. Sus poemas bellos, perfectos, los leemos siempre con una honda emoción contenida.




Leí por primera vez La realidad y el deseo en el corazón de un verano de mi adolescencia, durante una siesta abrasadora y luminosa, sentado en el suelo de la galería de mi casa, que era el lugar más fresco donde cobijarse mientras estallaba el sol en la calle. Lo leí sin pausas, degustando morosamente cada verso, paladeando el particular sabor de cada palabra y de cada sílaba: una de esas lecturas que uno se resiste a abandonar y que consiguen el inaudito prodigio de la abolición del tiempo. Desde aquella misma tarde, hoy remota ya en la memoria nada más concluir sus páginas, iluminado por el resplandor de su último verso, supe que Luis Cernuda, con toda aquella honda, sublime poesía, me acompañaría en adelante en el camino de la vida, alentándome siempre, como un amigo indispensable en el que habría de encontrar siempre amparo y consuelo.

Muchos años después, frente el pelotón de fusilamiento del tiempo, en los días de tormenta sigo aquí, deslumbrado por el faro salvador de su literatura, de la remota y oculta belleza que él supo extraer de la palabra. Y no hay un solo día que no lea, recuerde o evoque un verso, que no me regale un instante de felicidad de este pesimista esperanzado, de este sutil, delicado, transparente (“Una mitad de luz Otra de sombra”) y único testigo de la verdad.

En NOTAS, donde habita su recuerdo, dejo aquí este espléndido poema:'Épilogo', publicado en el libro último de Cernuda, Desolación de la Quimera. Es un poema de amor, un relámpago de emoción y de melancolía, profundamente lírico.

EPÍLOGO

(Poemas para un cuerpo)



Playa de la Roqueta:

sobre la piedra, contra la nube,

entre los aires estás, conmigo

que invisible respiro amor en torno tuyo.

Mas no eres tú, sino tu imagen.



Tu imagen de hace años,

hermosa como siempre, sobre el papel hablándome,

aunque tan lejos yo, de ti tan lejos hoy

en tiempo y en espacio.

Pero en olvido no, porque al mirarla,

al contemplar tu imagen de aquel tiempo,

dentro de mí la hallo y lo revivo.



Tu gracia y tu sonrisa,

compañeras en días a la distancia, vuelven

poderosas a mí, ahora que estoy,

como otras tantas veces

antes de conocerte, solo.



Un plazo fijo tuvo

nuestro conocimiento y trato, como todo

en la vida, y un día, uno cualquiera,

sin causa ni pretexto aparente,

nos dejamos de ver. ¿Lo presentiste?

Yo sí, que siempre estuve presintiéndolo.



La tentación me ronda

de pensar, ¿para qué todo aquello:

el tormento de amar, antiguo como el mundo,

que unos pocos instantes rescatar consiguen?

Trabajos de amor perdidos.



No. No reniegues de aquello.

Al amor no perjures.

Todo estuvo pagado, sí, todo bien pagado,

pero valió la pena,

la pena del trabajo

de amor, que a pensar ibas hoy perdido.



En la hora de la muerte

(si puede el hombre para ella

hacer presagios, cálculos),

tu imagen a mi lado

acaso me sonría como hoy me ha sonreído,

iluminando este existir oscuro y apartado

con el amor, única luz del mundo.


 © Jesús A. Salmerón Giménez

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