Jesús A. Salmerón Giménez
Realidad y deseo
una sola substancia
resuelta en
manantial de transparencias.
Octavio Paz
Luis Cernuda, nació el 21 de
septiembre de 1902 en Sevilla. Es uno de
los poetas más extraordinarios del siglo XX y, sin duda, el más actual de la brillante
generación del 27. Sus poemas bellos, perfectos, los leemos siempre con una
honda emoción contenida.
Leí
por primera vez La realidad y el deseo en el corazón de un verano de mi
adolescencia, durante una siesta abrasadora y luminosa, sentado en el suelo de
la galería de mi casa, que era el lugar más fresco donde cobijarse mientras
estallaba el sol en la calle. Lo leí sin pausas, degustando morosamente cada
verso, paladeando el particular sabor de cada palabra y de cada sílaba: una de esas lecturas que uno se resiste a abandonar y que consiguen el inaudito prodigio de la abolición del tiempo. Desde aquella misma tarde, hoy remota ya en la memoria nada más
concluir sus páginas, iluminado por el resplandor de su último verso, supe que
Luis Cernuda, con toda aquella honda, sublime poesía, me acompañaría en
adelante en el camino de la vida, alentándome siempre, como un amigo
indispensable en el que habría de encontrar siempre amparo y consuelo.
Muchos
años después, frente el pelotón de fusilamiento del tiempo, en los días de tormenta sigo aquí, deslumbrado por el faro salvador de su literatura, de la remota y oculta
belleza que él supo extraer de la palabra. Y no hay un solo día que no lea,
recuerde o evoque un verso, que no me regale un instante de felicidad de este pesimista esperanzado, de este sutil,
delicado, transparente (“Una mitad de luz
Otra de sombra”) y único testigo de la verdad.
En NOTAS, donde habita su recuerdo, dejo aquí este espléndido poema:'Épilogo', publicado en el libro
último de Cernuda, Desolación de la
Quimera. Es un poema de amor, un relámpago de emoción y de melancolía,
profundamente lírico.
EPÍLOGO
(Poemas para un
cuerpo)
Playa de la Roqueta:
sobre la piedra, contra la nube,
entre los aires estás, conmigo
que invisible respiro amor en torno tuyo.
Mas no eres tú, sino tu imagen.
Tu imagen de hace años,
hermosa como siempre, sobre el papel hablándome,
aunque tan lejos yo, de ti tan lejos hoy
en tiempo y en espacio.
Pero en olvido no, porque al mirarla,
al contemplar tu imagen de aquel tiempo,
dentro de mí la hallo y lo revivo.
Tu gracia y tu sonrisa,
compañeras en días a la distancia, vuelven
poderosas a mí, ahora que estoy,
como otras tantas veces
antes de conocerte, solo.
Un plazo fijo tuvo
nuestro conocimiento y trato, como todo
en la vida, y un día, uno cualquiera,
sin causa ni pretexto aparente,
nos dejamos de ver. ¿Lo presentiste?
Yo sí, que siempre estuve presintiéndolo.
La tentación me ronda
de pensar, ¿para qué todo aquello:
el tormento de amar, antiguo como el mundo,
que unos pocos instantes rescatar consiguen?
Trabajos de amor perdidos.
No. No reniegues de aquello.
Al amor no perjures.
Todo estuvo pagado, sí, todo bien pagado,
pero valió la pena,
la pena del trabajo
de amor, que a pensar ibas hoy perdido.
En la hora de la muerte
(si puede el hombre para ella
hacer presagios, cálculos),
tu imagen a mi lado
acaso me sonría como hoy me ha sonreído,
iluminando este existir oscuro y apartado
con el amor, única luz del mundo.
© Jesús A. Salmerón Giménez
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