viernes, 9 de septiembre de 2016

LAS DELICIAS DEL JARDÍN



Rosa Campos Gómez


Atribuido a Cornelius Cort (1572)
En este año 16 del siglo que habitamos, se conmemoran varios centenarios de entradas a la vida y salidas de ésta de creadores que nos han dejado importantes legados a través de los siglos; entre ellos está el dedicado a Hieronymus van Aken, El Bosco (Bolduque, c. 1450-1516), en los quinientos años de su partida, pintor que a nadie deja indiferente,  cuyas obras más emblemáticas las tenemos en el Museo del Prado.
Fueron necesarias dos visitas, en días distintos, al Museo del Prado para un mismo objetivo: ver lo mejor de El Bosco. Fue jubilosa la primera, aunque no pudiésemos entrar,  por la impresionante cantidad de amantes del arte que aguardábamos religiosamente a que nos dieran hora, y la segunda fue un gozo. Estar frente a la pinturas y dibujos de El Bosco, en un ambiente de penumbra intimista, con esa nutrida procesión de espectadores, continuó generando buen ánimo. No había medida de tiempo para ver las obras, por lo que podíamos detenernos ante ellas durante un autolimitado rato.
Ante El jardín de las delicias –inquietante, más los superlativos que afloren–  estábamos apiñados, esperando  respetuoso  turno para pasar a primera línea. El enorme atractivo de la pintura bosquiana, y  en especial de su obra más mirada y admirada, permite que haya tanta información que basta con  teclear el nombre del pintor para tener acceso a incontables y buenos datos y opiniones, pero lo mejor, lo que estimula  es posarnos ante ella y escucharnos,  porque da la impresión de que hubiera creado un cuadro per cápita y cada quién esté ante el suyo; los jugosos comentarios que se hacían a media voz, arrancados por aquellas imágenes, así lo confirmaban; percibí, además, una necesidad de escuchar lo que el otro decía, como en un deseo de unir conceptos para completar.



El jardín de las delicias es un tríptico que cerrado nos muestra un universo redondo  con la Tierra plana en su centro, como se concebía entonces, pintado en grises, sin sol y por lo tanto sin el color que su luz aporta a la vida. Dios aparece sentado, en una imagen mínima, en la esquina superior izquierda, y arriba de cada puerta se hallan dos frases en latín, que traducidas al castellano dicen: “Él lo dijo y todo fue hecho”, “Él lo ordenó y todo fue creado”. Las imágenes  y las palabras representan los tres primeros días de la creación según el Génesis (el hombre aún no se había creado), con lo  que el carácter religioso del tríptico es lo primero que podemos intuir, pero una vez abierto, tras sorprendernos, podemos pensar eso y cualquier otra cosa que se nos ocurra.



Toda la obra posee un cromatismo sabiamente combinado. El óleo se ha aplicado con una pincelada precisa y limpia. Los dibujos son juegos magistrales donde la habilidad matemática y geométrica se pone al servicio de una imaginación portentosa y fantástica, generando una propagación espectacular de figuras, para narrarnos una y mil historias, en miniatura casi todas, expresivamente trazadas, dejando, además de las figuras humanas y de animales,  unas formas de cristal, de metal, de madera…  unas montañas, arboledas, fuentes, frutas… que son pura delicia. Donde pongamos el ojo encontramos una lectura, sólo hay que mirar y dejarse sorprender.
Encontramos pluralidad de opiniones sobre esta obra, la más frecuente es que  posee un carácter moralizador: la corrupción de la carne por el pecado, insistiendo en lo efímero de los placeres que otorga la lujuria (el sexo en todas sus manifestaciones queda reflejado), placeres mostrados en el panel central, que apartarán del paraíso terrenal que aparece en el de la izquierda y conducen al infierno, que se muestra escenificado en el de la derecha. Cada tabla tiene su encanto y  su desconcierto, pero la del infierno (a la que están abocados los humanos por probar dichos placeres) marca una tremenda distancia con las otras dos, tanto en la gama cromática (el blanco hueso sobre los oscuros predomina e impone), como en los elementos que la habitan. De esta manera la pintura explica el infierno que nos espera, con terribles torturas musicales (frecuentes por entonces) incluidas,  muerte o destrucción que no se dará si aprendemos a no comer ni experimentar las "delicias" del jardín encontradas en la vida de cada cual. 

Hay una lectura interesante que ofrece El Maestro del Prado, de Javier Sierra; precioso libro, tanto por el tema como por la edición, en cuyas páginas el autor nos describe algunas obras –entre ellas la que nos ocupa– que se encuentran en este museo, con  curiosidades que alegran la imaginación de quienes disfrutamos con la pintura y nos gusta su enclave en la historia y los misterios que pueda albergar. Así, si iniciamos nuestra visión lectora desde el panel derecho del tríptico, vemos que representa la vida (de espectadores de aquellos tiempos  y de estos) en la que la naturaleza ha sido arrasada, con predominio de cosas artificiales hechas por el hombre que se han vuelto en su contra; y cuando pasamos al central, lo que observamos es lo que está por venir: la vida con la vegetación reuesta,diciendo que la humanidad está predestinada a librarse de las cargas del mundo para convertirse en una humanidad cada vez más inocente, menos apegada a la carne. Más espiritual.”  Por lo tanto esta tabla representa una fase superior en la evolución humana, y anuncia que  una vez alcanzada será sucedida por el paraíso, donde estaremos en igualdad con Jesús,  y donde la paz será abundante.  Resultando en su conjunto todo un tema de augurio profético, que nos avisa de los peligros  de llevar una vida sin sentido y de lo bueno que nos encontraremos si retornamos a la inocencia.
En la lectura que nos propone J. Sierra,  acompañada de notas y bibliografía (es novela-biografía-investigación),  nos dice que el comitente, Engelbert II de Nassau (pertenecía a la Hermandad del Espíritu Libre, conocida también como  los adamitas), encargó este tríptico, en1498, como herramienta para que sus seguidores  pudieran meditar sobre sus orígenes y destino”. La hermandad, a la que El Bosco debió conocer bien, fue considerada un movimiento herético por la Inquisición; sus integrantes “practicaban sus ritos en cavernas” y “espiritualizaban la erótica”.


Quizá lo escrito aquí, apuntando diferentes enfoques, sobre las delicias de este jardín resulte extenso en un artículo leído en pantalla, pero apenas es nada para todo lo que se puede decir (y tengo que aprender) de la obra y de su autor, de los años en que vivió, del contexto creativo, de los posibles porqués del rey que la adquirió… 
Y tras estos mínimos apuntes sobre un creador tan máximo, que tenemos la inmensa suerte de encontrar en el gran Museo del Prado, se hace necesaria  una anotación más para acudirá verlo: su producción es excepcional, diferente,  donde cabe lo bello, lo moral, lo alegórico, el humor, lo grotesco...,  está llena de símbolos, es conceptual y poética, precursora del surrealismo, enigmática,   extraordinaria... y  fue realizada hace más de quinientos años.
Hombre-Árbol


Visión del más allá (4º panel)


 






















Obras también expuestas:















© Rosa Campos Gómez

No hay comentarios:

Publicar un comentario