Rosa Campos Gómez
«Cada poema es único. En cada obra late, con mayor o menor grado, toda la poesía. Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: Ya lo llevaba dentro.»
Octavio
Paz (Ciudad de México, 31 de marzo de 1914-19 de abril de 1998), poeta,
ensayista y diplomático, Premio Cervantes (1981) y Nobel de Literatura
(1990). Este coloso de las letras
mejicanas dijo: «Pronto descubrí que la defensa de la poesía era inseparable de
la defensa de la libertad», frase que
nos va a servir de hilo conductor en este
breve acercamiento a su trayectoria
literaria, como particular y sencillo homenaje
al combativo y controvertido escritor que trató temas prolíficos desde
la poesía y el ensayo. En cuanto a la libertad, apuntó lo siguiente en una de
sus conferencias sobre literatura: «La prueba de la libertad no es filosófica
sino existencial: hay libertad cada vez que hay un hombre libre, cada vez que
un hombre se atreve a decir No al poder. No nacemos libres: la libertad es una
conquista, y más: una invención».
«Cada poema es único. En cada obra late, con mayor o menor grado, toda la poesía. Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: Ya lo llevaba dentro.»

Fundó varias revistas culturales,
iniciándose a los diecisiete años con Barandal,
donde publicaría su primer poema –Vuelta, la última, recibió el Premio
Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (1993)–. En 1937 viaja a Yucatán como miembro de las
misiones educativas, impulsadas por el General Lázaro Cárdenas, donde se fundó
una escuela para hijos de obreros y campesinos, de aquella experiencia cuenta:
«Yo era un muchacho de la burguesía, que tenía ideas revolucionarias, pero que
no tenía un contacto real y verdadero con la gente, de pronto lo tuve,
y conocí lo que era realmente el hambre
cuando en los primeros días uno de los chicos se desmayó y cayó al suelo. Esto fue muy importante en
mi vida, saber que hay gente que no come o que come mal». Ese mismo año fue
invitado a venir a España a intervenir en el II Congreso de Escritores
Antifascistas. Simpatizó con la causa republicana, tomando contacto con
quienes colaboraban en la revista
cultural Hora de España, sintiéndose influido por los autores de su literatura
–dirá: «Descubrí la poesía moderna en los poetas españoles» –, y por su ideas políticas, pero en los años
cuarenta la afinidad política fue
perdiendo fuerza por algunos actos que reprobaba. En 1950 escribe un texto en
el que denuncia lo que está sucediendo
en la URSS gobernada por Stalin. Fue
difícil su publicación –lo haría Sur, revista literaria argentina–
convirtiéndolo en uno de los primeros que denunciarían lo que más tarde se evidenciaría. Todo esto, y su cambio hacia
pensamientos liberales –de los que también llegó a distanciarse más tarde,
criticando los abusos del mercado
neoliberal– le granjearía rechazos. Ante lo que le provocaban las situaciones
con las que se iba encontrando ejerció
el pensamiento crítico, sin miedo al choque con el que se encontraría por su
posicionamiento ideológico y por sus
textos, como le sucedió al publicar El laberinto de la soledad (1950), considerado
un magnífico e innovador ensayo,
escrito para entender el pensamiento y la realidad de su país, y
cuya lectura no cayó bien a algunos paisanos.
En 1943 una beca le permitirá ir a estudiar
a Berkeley; después se quedará en Nueva York, teniendo para comer, pero no para
abrigarse: «Gracias a Ciro Alegría pude doblar una película y con eso me compré
un abrigo y me salvé de la pulmonía que me esperaba». Es tiempo en el que escribe y sigue siendo
libre, mas la literatura no le da para vivir; un amigo de su padre, y ministro
de exteriores de México, le persuade para que se presente a examen para
diplomático, lo aprueba. Será destinado a París, donde se viven los últimos
años del surrealismo, en el que verá espiritualidad, y del que su obra literaria
tiene connotaciones. En París defenderá
a Buñuel de la intelectualidad mexicana que lo ataca por Los olvidados,
película que cuenta una historia trágica y realista sobre la vida de unos niños
en un barrio marginal de Ciudad de México –premio al mejor director en Cannes–.
Paz, eslabonando de nuevo los dos conceptos, escribió un texto que repartió
personalmente a la salida de aquella exhibición, en él decía que «era un hecho
poético, que se acercaba a las pinturas de Goya en la medida en que se acercaba
a una realidad adolorida, herida, pero no lo hacía para cuestionarla ni
denigrarla, sino para superarla a través del arte».
En 1968, tras la matanza de Tlatelolco –el
ejército mejicano asesinó a un número todavía desconocido de estudiantes–
dejará su cargo de embajador en la India. Sobre su trabajo como diplomático del
gobierno dirá: «Fue una contribución más bien dudosa y que en cierto modo no me siento orgulloso de ella, creo que los escritores debemos permanecer lejos de los partidos políticos, y de las iglesias».
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Elena Poniatowska y Octavio Paz
en Atlixco, Puebla (1970)
Foto: Héctor García
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La literatura y la libertad fueron
ejercidas por el poeta de Piedra
de Sol –su obra maestra–, quien, según
Elena Poniatowska, solía decir a sus amigos y compañeros de oficio: «El escritor no tiene la obligación de
mejorar directamente la situación del país, el escritor tiene otra obligación:
decir la verdad, por lo menos su verdad, aunque resulte escandalosa o
desagradable. Que alguien se atreva a sacudir a la burguesía mexicana, a los
políticos en su poder, los banqueros en su dinero, los líderes en sus mentiras.
Toda esa gente está sentada en la pobreza del pueblo». Literatura y libertad,
qué gran combinación para el discernimiento.
...
Este artículo fue escrito para ser publicado por el Grupo de Literatura la Sierpe y el Laúd (al que pertenezco) en el periódico El Mirador de Cieza, en conmemoración del centenario del nacimiento del poeta, y actualizado hoy, 19 de abril de 2016, día en que se cumplen 18 años de su muerte.
© Rosa Campos Gómez
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