martes, 19 de abril de 2016

LITERATURA Y LIBERTAD EN OCTAVIO PAZ




                                                                                                                 Rosa Campos Gómez

«Cada poema es único. En cada obra late, con mayor o menor grado, toda la poesía. Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: Ya lo llevaba dentro.»



Octavio Paz (Ciudad de México, 31 de marzo de 1914-19 de abril de 1998), poeta, ensayista y diplomático, Premio Cervantes (1981) y Nobel de Literatura (1990).  Este coloso de las letras mejicanas dijo: «Pronto descubrí que la defensa de la poesía era inseparable de la defensa de la libertad»,  frase que nos va a servir de hilo conductor en este  breve acercamiento a su trayectoria literaria, como particular y sencillo homenaje  al combativo y controvertido escritor que trató temas prolíficos desde la poesía y el ensayo. En cuanto a la libertad, apuntó lo siguiente en una de sus conferencias sobre literatura: «La prueba de la libertad no es filosófica sino existencial: hay libertad cada vez que hay un hombre libre, cada vez que un hombre se atreve a decir No al poder. No nacemos libres: la libertad es una conquista, y más: una invención».

   Fundó varias revistas culturales, iniciándose a los diecisiete años con Barandal,  donde publicaría su primer poema –Vuelta, la última, recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (1993)–.  En 1937 viaja a Yucatán como miembro de las misiones educativas, impulsadas por el General Lázaro Cárdenas, donde se fundó una escuela para hijos de obreros y campesinos, de aquella experiencia cuenta: «Yo era un muchacho de la burguesía, que tenía ideas revolucionarias, pero que no tenía un contacto real y verdadero con la gente, de pronto  lo tuve,  y conocí lo que era realmente el hambre  cuando en los primeros días uno de los chicos se desmayó  y cayó al suelo. Esto fue muy importante en mi vida, saber que hay gente que no come o que come mal». Ese mismo año fue invitado a venir a España a intervenir en el II Congreso de Escritores Antifascistas. Simpatizó con la causa republicana, tomando contacto con quienes  colaboraban en la revista cultural Hora de España, sintiéndose influido por los autores de su literatura –dirá: «Descubrí la poesía moderna en los poetas españoles» –,  y por su ideas políticas, pero en los años cuarenta  la afinidad política fue perdiendo fuerza por algunos actos que reprobaba. En 1950 escribe un texto en el que  denuncia lo que está sucediendo en la URSS gobernada por Stalin.  Fue difícil su publicación –lo haría Sur, revista literaria argentina– convirtiéndolo en uno de los primeros que denunciarían lo que más tarde  se evidenciaría. Todo esto, y su cambio hacia pensamientos liberales –de los que también llegó a distanciarse más tarde, criticando los abusos del  mercado neoliberal– le granjearía rechazos. Ante lo que le provocaban las situaciones con las que se iba encontrando   ejerció el pensamiento crítico, sin miedo al choque con el que se encontraría por su posicionamiento ideológico y por  sus textos, como le sucedió al publicar El laberinto de la soledad (1950), considerado un magnífico e innovador  ensayo, escrito  para entender  el pensamiento y la realidad de su país, y cuya lectura no cayó bien a algunos paisanos.

   En 1943 una beca le permitirá ir a estudiar a Berkeley; después se quedará en Nueva York, teniendo para comer, pero no para abrigarse: «Gracias a Ciro Alegría pude doblar una película y con eso me compré un abrigo y me salvé de la pulmonía que me esperaba».   Es tiempo en el que escribe y sigue siendo libre, mas la literatura no le da para vivir; un amigo de su padre, y ministro de exteriores de México, le persuade para que se presente a examen para diplomático, lo aprueba. Será destinado a París, donde se viven los últimos años del surrealismo, en el que verá espiritualidad, y del que su obra literaria tiene connotaciones. En París  defenderá a Buñuel de la intelectualidad mexicana que lo ataca por Los olvidados, película que cuenta una historia trágica y realista sobre la vida de unos niños en un barrio marginal de Ciudad de México –premio al mejor director en Cannes–. Paz, eslabonando de nuevo los dos conceptos, escribió un texto que repartió personalmente a la salida de aquella exhibición, en él decía que «era un hecho poético, que se acercaba a las pinturas de Goya en la medida en que se acercaba a una realidad adolorida, herida, pero no lo hacía para cuestionarla ni denigrarla, sino para superarla a través del arte». 
  
 En 1968, tras la matanza de Tlatelolco –el ejército mejicano asesinó a un número todavía desconocido de estudiantes– dejará su cargo de embajador en la India. Sobre su trabajo como diplomático del gobierno dirá: «Fue una contribución más bien dudosa y que en cierto modo no me siento orgulloso de ella, creo que los escritores debemos permanecer lejos de los partidos políticos, y de las iglesias».

Elena Poniatowska y Octavio Paz 
en Atlixco, Puebla (1970)
Foto: Héctor García
 La literatura y la libertad  fueron  ejercidas  por el poeta de Piedra de Sol –su obra  maestra–, quien, según Elena Poniatowska, solía decir a sus amigos y compañeros de oficio:  «El escritor no tiene la obligación de mejorar directamente la situación del país, el escritor tiene otra obligación: decir la verdad, por lo menos su verdad, aunque resulte escandalosa o desagradable. Que alguien se atreva a sacudir a la burguesía mexicana, a los políticos en su poder, los banqueros en su dinero, los líderes en sus mentiras. Toda esa gente está sentada en la pobreza del pueblo». Literatura y libertad, qué gran combinación para el discernimiento.
                                                                                         ...

Este artículo fue escrito para ser publicado por el Grupo de Literatura la Sierpe y el Laúd (al que pertenezco) en el periódico El Mirador de Cieza, en conmemoración del centenario del nacimiento del poeta, y actualizado hoy, 19 de abril de 2016, día en que se cumplen 18 años de su muerte.

© Rosa Campos Gómez

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