Jesús A. Salmerón Giménez
Otra efeméride en
Notas, lo que viene a ser ya como un subgénero literario, un recorrido
(liviano) sentimental y crítico por la obra de los escritores que más nos han
conmovido.
Hoy
celebramos a Gabriel Celaya
(Hernani, 1911-Madrid, 1991), en el 25 aniversario de su fallecimiento: poeta comprometido,
vasco “de piedra blindada”, que nos enseñó que la poesía es siempre “un arma cargada de furturo”.
Poeta social, sus versos incendiaron
los años ominosos del franquismo de reivindicaciones, luchas y esperanzas.
Celaya maldijo la poesía “ de quien no toma partido hasta marcharse”,
disparó versos cargados de futuro y de poesía necesaria, y nos ayudó a varias
generaciones a conjurar el miedo con la palabra. Hizo con su poesía lo que pedía
María Zambrano “ir más allá de la
propia vida, estar en las otras vidas”.
El poema
se hace grito de libertad, aullido que atraviesa la noche. “La emoción es su
arma”.
(De "Cantos iberos", 1955)
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque a penas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica, qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.
© Jesús A. Salmerón Giménez
maravillosa me la llevo.Desconocía a este poeta y fue un enorme placer leerlo.
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado, Bea, y más que leas a Celaya, lo que justifica este (breve) artículo. Gracias.
Eliminar