Sara Alarcón
Blow-Up es una película ítalo-británica realizada en 1966, dirigida por Michel Ángelo Antonioni. El guion, escrito por el mismo director, está basado en el cuento Las babas del diablo (1959), de Julio Cortázar. Tanto en la obra cinematográfica como en la literaria, lo que ambos quieren transmitirnos es una amplitud de miras de lo que está pasando sin que sea imprescindible un narrador intermediario.
En Las babas del diablo, el protagonista es un traductor aficionado a la fotografía (además de un “diablo” entrometido y burlón) que entiende que las cosas pueden ser vistas con una objetividad que va más allá de su visión, dejando este poder a su cámara fotográfica, para que sea leído desde tantas subjetividades como lectores hayan.
La trama Blow–Up transcurre en la Inglaterra de los años sesenta en la que el movimiento Mod (modernista, modernist en iglés), surgido en el Londres de finales de los cincuenta y con pleno auge hasta mediados de los sesenta, en un mundo de artistas y publicistas del Pop imperante; sin embargo éste entorno y época no deja de ser solo un marco ilustrativo, estético, que da forma al tema sobre el que Antonioni quiere hablar: la ambigüedad de la imagen como conocimiento de la realidad y las lecturas que se extraen de la ampliación que puede mostrarnos aspectos que podrían haber permanecido en la invisibilidad.
La trama Blow–Up transcurre en la Inglaterra de los años sesenta en la que el movimiento Mod (modernista, modernist en iglés), surgido en el Londres de finales de los cincuenta y con pleno auge hasta mediados de los sesenta, en un mundo de artistas y publicistas del Pop imperante; sin embargo éste entorno y época no deja de ser solo un marco ilustrativo, estético, que da forma al tema sobre el que Antonioni quiere hablar: la ambigüedad de la imagen como conocimiento de la realidad y las lecturas que se extraen de la ampliación que puede mostrarnos aspectos que podrían haber permanecido en la invisibilidad.
Esta película pertenece al cine que hará en los sesenta en el que da un nuevo giro a su trayectoria, rodando su filmografía en color (que inició con El desierto rojo, 1964), sobre este aspecto dirá de Blow-Up: “La mayor dificultad con la que me he encontrado ha sido la de representar la violencia de la realidad. Los colores embellecidos y edulcorados son a menudo los que parecen más duros y agresivos.” Será el mayor éxito (especialmente en recaudación) de este cineasta a lo largo de su extensa carrera, consiguiendo la Palma de Oro en Cannes en 1967 y dos nominaciones a los Oscar, en Dirección y Guion.
Tanto el cuento de Cortázar como la película de Antonioni hablan de la percepción de la realidad, y del arte, sobre todo de las artes visuales, en especial las silenciosas (pintura, fotografía, pantomima), de cómo la verdad siempre se nos queda incompleta, ya sea en la vida o en el arte, porque siempre permanece algún misterio insalvable. Ambos llegan a toman el objetivo de la cámara como un tercer punto de vista, es decir, que si estuviéramos frente a una película, y la cámara tuviese un tratamiento de personificación, podría aparecer su objetivo como otro punto de vista. Escribe Cortázar en Las babas del diablo: "Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera o en segunda, usando tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada".
Ambas obras resaltan la visión que cada individuo tiene de la realidad, la cual es una construcción propia, particular, al igual que cada elemento compone una realidad en base a su contexto.
Al ver una fotografía, por ejemplo, percibimos aquello que "creemos" percibir, tal vez muy lejos de las reales intenciones del artista, si es que tuvo alguna; y si es un retrato de un desconocido, al no saber nada sobre él, solo podemos conjeturar cosas.
En cuanto a los problemas de incomunicación (tema que será objeto central en toda su obra), Antonioni los plantea de manera soberbia, sobre todo en la escena del tenis de los mimos, gran metáfora cinematográfica, donde el protagonista es apenas un invitado a participar del juego un breve momento, pero en realidad se haya a priori excluido de él, algo que nos recuerda cuantas veces nos quedamos fuera de la sociedad, dependiendo de que alguien nos llame a entrar donde otros deciden, sin rebelarnos, sin decir esta boca es mía.
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