sábado, 23 de abril de 2016

AMISTAD Y LIBROS

                                                                                                  Jesús A. Salmerón Giménez

                                                                                          A Parra
No soy yo mucho de celebrar el Día del Libro (continuamente repito, un tanto cansinamente, que el 23 de abril no es el día que murió Cervantes, ni es el día en que murió Shakespeare, ni es el día en que nació Nabokov, ni tenemos vergüenza ni ná…), pero desde hace unos años, un amigo, puntual como el futuro, siempre me trae un libro, dedicado por el autor, de la feria de Madrid. Y este pequeño detalle ha hecho cambiar mi percepción de este día singular.

La amistad, no sé por qué, la asocio siempre a la infancia y a la primera juventud, pero, algunas veces, las amistades que se forjan en la madurez de la edad y del espíritu son las más justas, sólidas, comprometidas  leales…las que dan esplendor y sentido a nuestra vida. Y un ejemplo palmario (y emotivo) es este amigo que me regala libros por primavera, un amigo con el que empecé, por motivos laborales, a tener trato frecuente hará de eso veinte años. Y a partir de aquel momento, se fue cimentando entre nosotros una amistad que perdura hasta el día de hoy, sin que nunca hayamos tenido ni una desavenencia, ni una arista, nada que la haya hecho desagradable, ni un minuto. Es algo raro de encontrar, y sin duda, no es mérito mío, que enseguida echo el carro por el pedregal, como sabe todo el mundo, todo el mundo que me conozca, claro, sino enteramente suyo, pues nunca he conocido a persona tan generosa, tan pendiente de los demás, incluso en perjuicio propio. Nadie de trato tan placentero, tan benevolente. Nunca. Nadie.

Viene esto a cuento porque mi amigo se encuentra, en estos momentos, en horas bajas. Justo cuando avizoraba la jubilación, después de una vida de trabajo (meticuloso, espléndido siempre), en el que nunca regateó esfuerzos, y siempre disimuló su talento: nunca te hiere una corrección suya, ¿se puede decir algo más genuinamente halagador de una persona que ha desempeñado un puesto de alta responsabilidad durante más de 25 años?...el máximo, por otro lado, en el área de Protección a la Infancia, en la que me introdujo, me sedujo, diría yo, después de tantas vueltas y tantos golpes que da la vida (“Hay golpes en la vida tan fuertes…¡Yo no sé!”).

Nuestra amistad se fue fraguando con el trabajo bien hecho, en nuestros viajes, que siempre procurábamos compartir, pues a los dos nos agradaba, desde el principio, la compañía del otro, y un viaje realizado así, entreverando trabajo, conversaciones, gastronomía, en la que también me inició, pues yo he sido más de bocadillo, tabaco y alcohol, se convertía en una experiencia placentera, a pesar de la ardua tarea que nos aguardaba o el tener que aguantar a algún cantamañanas que te ensombrecía el día, y de nadie le escuché nunca una crítica, si no era cargada de humor, de ese humor de campesino sabio y con retranca, que le viene de marca, de ADN, y que igual te ilustra sobre los arcanos de la legislación de adopción internacional (o de alguna trampa artera de la nueva Ley de Presupuestos), que del proceso de control de plagas en la huerta murciana o del laboreo o de los secretos de la uva, y yo aprendía, ignorante de todo, conocedor de nada, solo de libros, de algunos libros, pocos.

Toda una experiencia viajar con él en la vida. Su amistad, nunca he tenido oportunidad de decírselo, o si la he tenido, me ha dado pudor, vergüenza, -terrible esta capa rocosa con la que obliteramos los hombres nuestros sentimientos…hasta fosilizarlos-, es de lo mejor que me ha podido pasar en muchos años. Está enfermo un mes y añoro su compañía, que asome por la puerta de mi despacho, con su perfil de labriego honrado, sus ojos castaños, inteligentes pero siempre cordiales, generosos, su centelleo oscuro y seco, sediento de lluvia y amistad; y desenvuelva, con ese cariño que yo nunca sabré mostrar, el libro que ha seleccionado para mí este año y me lo ofrezca, como un don, como un símbolo inefable de amistad compartida.

Espero, necesito que se ponga bien, pronto, ya… (“Hay golpes en la vida tan fuertes…¡Yo no sé!”)



 © Jesús A. Salmerón Giménez

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