Jesús A. Salmerón Giménez
Meditación
del autobiógrafo
¿Con cuál ficción
me quedo para no ver lo que soy?
¿Qué otra mentira
invento para justificar mi vacío?
No importan los
testigos ni sus reproches:
La falsificación de
mi pasado
me saldrá tan
absurda que acabaré por creérmela.
José
Emilio Pacheco
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Ilustración: fariedesign.tumblr Pinterest |
A pesar del escepticismo de estos versos memorables del gran José Emilio Pacheco,
la autobiografía es un género que frecuento a menudo, con fruición, sobre todo
si son autores a los que previamente profeso una ferviente admiración, pero
también cuando son personas humildes que han vivido hechos extraordinarios (como esa maravilla que es Historia verdadera de la conquista de la nueva
España, escrita por el soldado Bernal Díaz del Castillo). En este género
magnífico (o deleznable, según el autor, o según lo que nos cuenta) he leído
algunos de los libros que más me han fascinado en mi vida. En mi juventud quedé
impactado con ese libro inclasificable que es Las Confesiones, de ese hombre lleno
de contradicciones que fue Jean-Jacques Rosseau; o el Tiempo amarillo (en honor
a un verso de Miguel Hernández) del gran Fernando Fernán Gómez; o Mi último
suspiro, las memorias del genial Luis Buñuel…
Viene
todo esto a cuento porque en las últimas semanas he leído las autobiografías de
dos hombres extraordinarios, dos corrientes profundas –poderosas, cada una a su
manera– de la literatura, de cuyo
impacto todavía me estoy recuperando, y de las que dejo aquí (liviana) memoria:
James
Salter (Nueva York, 10 de junio de 1925- Nueva York, 19 de junio de 2015) nos
emociona desde una narración sigilosa, átona, casi distante, que despega
suavemente y, sin previo aviso, alcanza el vuelo majestuoso de su prosa: se
sublima y convierte en un bisturí afilado, preciso, destinado a desvelar su
propia alma "hasta los extremos más delicados del pudor".
Como
si sobrevolara por encima de ella, nos cuenta una vida pletórica de glamur y
talento: militar en West Point, piloto de aviones de caza, viaja por todo el
mundo, se acuesta con mujeres hermosas e interesantes, conoce a los tipos más
duros, se bebe todo el whisky de USA y los viñedos de su amada Francia. Conoció
a William Faulkner, Jack Keruoac, el general McArthur, Saint Exupéry, Bernard
Shaw o Robert Redford... Pero también da voz y rememora –“tener memoria sólo de
uno mismo es como venerar una mota de polvo”, nos dice– a multitud de héroes y
perdedores anónimos.
Como
en sus maravillosos relatos, su prosa sobria, elegante, adictiva, teñida
siempre de negra melancolía por un tiempo y unos hombres legendarios que han
desaparecido para siempre, nos deja sin aliento hasta las últimas, luminosas
líneas:
"El
año termina, arriba las estrellas frías. La rodeo con el brazo. Un sentimiento
de valor. Un gran deseo de seguir viviendo".
Per Olov Enquist (Hjoggböle, Skellefteå, 23 de septiembre de 1934)
"Digámoslo
a lo grande: aunque en 2015 solo se hubiera publicado 'Otra vida', el año sería
uno de los mejores de los últimos tiempos".
Javier
Rodríguez Marcos
Escritas
en tercera persona, las memorias del novelista y dramaturgo sueco Per Olov
Enquist te atrapan en su tremenda vida desde la primera línea. Es la historia
más conmovedora que he leído en muchos años: una infancia de huérfano en una
remota aldea sueca, educado por una madre pietista, obsesionada con la
religión; en su juventud, fue deportista de élite, con casi dos metros de
altura; periodista deportivo y autor teatral de renombre mundial (su obra La
noche de las tríbadas se representó en Brooklin: la narración de su estreno –y
fracaso- es memorable); trabajó en el cine con Bergman; fue comunista y
alcohólico profundo (de los abismos del alcohol sólo logró salir con la
escritura de esa obra memorable de la resurrección que es La biblioteca del
capitán Nemo, que le regaló Otra vida, felizmente para él y para nosotros, sus
lectores).
La
autenticidad y talento de Per Olov Enquist nos deja perplejos. Un retrato de
segunda mitad del siglo XX desde una óptica inaudita (las magistrales páginas
dedicadas al mundo desde Nueva York a Berlín --Enquist vivió en Berlín la
tensión de la Guerra Fría, en California las protestas contra Vietnam, y en
Múnich el asesinato de los atletas israelíes durante los Juegos Olímpicos de
1972 --, están escritas con una sinceridad que nos deja confusos,
desconcertados, no estamos preparados para ese aluvión de crudeza y
autenticidad): la de un hombre nacido en septiembre de 1934 en Hjoggböle, una
aldea a mil kilómetros al norte de la capital sueca, cuyas grandes influencias
han sido Carlos Marx y su madre:
"Hubo quien dijo que era valiente, pero solo
estaba siguiendo el consejo de mi madre: ‘Si dices la verdad, Jesucristo te
perdonará’. Dije la verdad y no sé si Jesucristo me perdonó, pero mucha gente
me comprendió”.
La deslumbrante inteligencia de estos autores,
su honestidad, reluctantes a cualquier forma de vanidad o cinismo; su genuina
generosidad, la agudeza y autenticidad de sus observaciones y retratos nos
atrapan sin remisión: compartimos aprendizajes, reflexiones y experiencias
sobre el oficio de vivir: “el más fascinante de los relatos, al que volvemos
una y otra vez, en todos y cada uno de los libros”.
© Jesús A. Salmerón Giménez
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