Rosa Campos Gómez
La
novela de Jesús Cánovas Martínez, El Quinto camino (Tres Fronteras, 2016), toma cuerpo en un libro que se
inicia con dos citas que nos permiten otear el contenido que entraña en sus trece
capítulos. El primero, rezumando poesía
en su título (`Las cornisas del aire´), abre la historia con la voz femenina
del personaje protagonista: «Salgo y cruzo la calle. Es bueno pasear bajo
este sol de primavera que alegra la mañana de azul, los edificios, los árboles,
las cosas todas hacia donde miro. Las misma caras transeúntes parecen
iluminadas por un halo de no sé qué belleza», así habla ella, una mujer de mediana edad, con una hija pequeña, y con una depresión de la
que está saliendo; que ha experimentado una serie de
vivencias que nos va contando en un flashbacks que nos despliega parte de su
niñez, para pasar a centrase en los tiempos de su relación de pareja (noviazgo y matrimonio) con el
hombre que la introdujo en el conocimiento de un religioso y esotérico camino.
Es un lenguaje que combina expresiones sencillas
y actuales con otras más filosóficas y complejas, que en ocasiones nos
retrotrae un tiempo medieval, de caballerías, y con una concepción religiosa, de
cariz puritano en un principio –hasta un inesperado giro narrativo que se vuelca en una sexualidad que no
sospechábamos–, que ahonda en las
impresiones y heridas que el miedo a la muerte y el amor van dejando en ella.
Eros y Tánatos serán las dos pulsiones (enfrentadas) de las que se vale, como eje principal, J. Cánovas Martínez para argumentarnos el contenido de este
camino, el quinto, al que se llega tras superar las fases de los cuatro
anteriores, y que conducirá, en una ascensión transformadora, a la unicidad
divina de la pareja; aunque será una búsqueda que desembocará a una
vía en la que no se abrirán las puertas esperadas,
serán otras las que se abran, más a ras de suelo y cotidianas, como las que conlleva el vivir de una persona
de fe confesa, como es ella, a la que se
asirá para salir del abismo, para sentirse viva y ser («soy», como contrapeso al no
ser que entraña la muerte, será el verbo reiterado que remarque la protagonista),
para seguir existiendo más allá de la muerte.
De la mano de la literatura descrita en esta
novela que nos ocupa, conocemos más de cerca las inquietudes de una mujer
creyente, los símbolos y rituales de su praxis religiosa, y una particular vinculación con el esoterismo, a través de
Mouravieff, filósofo y escritor ruso (se cita también a
Gurdjíeff, Ouspensky, Ichazo y Bennett
como «gente estrafalaria y decididamente encantadora» pero con
planteamientos que se contradicen con el sentido común); andamos por el paisaje
urbano de la ciudad de Murcia recorriendo calles como Maestro Alonso, Platería,
Mariano Vergara…, plazas como la de
Santo Domingo, de la Cruz, Santa
Eulalia… , avenidas como la Fama, el
centro comercial Las Atalayas, entramos en la Catedral,
y viajamos al monasterio de Santa Ana de Jumilla; hallamos un humor picarón con el que relata
la escena en que su madre le cuenta las especulaciones que llevan a cabo amigas
con hijas casaderas como ella, en la que se muestra el juego de las
apariencias que puede llegar a «nutrir» las vidas de la clase media alta en la
que se mueven, y de los que la protagonista se irá alejando; nos acercaremos al morir de gente a la que se quiere especialmente
y al amor desde variadas vertientes.
Jesús Cánovas Martínez, en El Quinto
camino, nos propone entrar en el mundo
de una mujer con unas determinadas características y en un determinado contexto
y, a través de ella, en el del hombre al que quiso y quiere a pesar de la gran
fisura existente, y lo hace desde una concepción filosófica propia, en la que la búsqueda del amor está
presente como núcleo hacia el que se
quiere llegar para permanecer, relegando a la muerte a
un plano de inferior jerarquía: «No puede ser que el amor vivido alguna vez
por un ser humano pueda desaparecer con él (…) el amor niega a la muerte (…) un
ser, por el amor, salva a otro ser». Amor al que llega por caminos con tramos escarpados, no fáciles, que desde
lo onírico también transita: «Dejé de soñar con cuchillos pero seguí
subiendo y bajando montes por las noches»), en los que va aprendiendo
de una vida en la que no ha vivido todo
lo deseado (soñé de adolescente en
huir de la casa de mis padres, pero no huí de su casa; soñé con extraños y
caprichosos viajes (a Venecia o Katmandú, o a Los Ángeles, California), pero no
recorrí el mundo»), y sí recogido las
sombras y las luces, desde las que sondear por sí misma su particular quinto camino.
Es
una novela que nos invita a recorrer todo ese mundo aquí apenas esbozado, en la que nos encontraremos poesía en la sonora y rica prosa, tanto en
emociones en las que acampa la tristeza: «desaparecieron
la gracia y la armonía de la música para ser sustituidas por ruidos (…) los
colores, por otro lado, eran tristes y apagados, casi no existían; me vi
inmersa en un mundo de grises.», como en las que se esparce la alegría: «Las estaciones se suceden , traen y se
llevan, cada una, su belleza (…) El verano se desliza entre música y cigarras,
y nos parece todo joven y fiesta, alegría, y la alegría restalla como el mar en las playas, y suenan las
arenas» o el sentido de la vida en una compañía que no caduca, cuando se ha
dado y recibido: «Yo no estoy sola porque
he amado, he amado y he sido amada.»
© Rosa Campos Gómez
Muchísimas gracias, Rosa, por esta preciosidad de Reseña que con tu permiso comparto. Un abrazo grande.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, Jesús, y por El Quinto camino. Te deseo mucho éxito con él. Un abrazo grande.
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