Jesús A. Salmerón Giménez
“(…)
lo que está ocurriendo respecto al retraso de la conmemoración, me parece
normal: un ejemplo del desprecio que las élites de su tiempo sintieron por
Cervantes y más concretamente por el Quijote. Esto me ha resuelto una duda. Me
había preguntado muchas veces si los españoles nos merecíamos a Cervantes.
Ahora ya sé que no. Es más: que los ingleses se queden a Cervantes; lo tratarán
mejor. Lo prefiero. Fueron ellos antes que nadie quienes pusieron en valor el
Quijote y lo utilizaron como referencia de lo que consideraron la primera
novela moderna”.
Javier Cercas
Javier Cercas
Desde
luego, el aura de desgraciado que arrastra Miguel de Cervantes desde el Siglo
de Oro (¿o del Lloro?) no anima mucho a la hora de celebrar los fastos del
cuarto centenario de su muerte. El alcalaíno -hoy- universal perdió todas la
batallas (para una que ganó, se le quedó inutilizada de por vida la mano
izquierda) y habitó en todas las cárceles. En sus últimos años acabó como había
vivido: pobre y anacrónico (cuando en 1615, unos caballeros franceses
preguntaron por el famoso autor de La Galatea, contesta el interpelado –
Márquez Torres-: “Halléme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y
pobre”).
Cómo
será la cosa que hasta el ínclito Unamuno le discute la autoría del ´Quijote´,
pues cómo podía aquel desdichado, que terminó sus días trabajando de ayudante
de garitero (portaba la palmatoria en las timbas de cartas), haber escrito la
mejor novela de la historia: «Dios no mandó a Cervantes al mundo más que para
que escribiese el Quijote, y me parece que hubiera sido una ventaja el que no
conociéramos siquiera el nombre del autor».
Y
en este estado de cosas, siendo don Miguel de Unamuno un sabio (un sabio un
tanto envidioso, todo hay que decirlo, que, secretamente, como Pierre Menard,
anhelaba ser el autor del Quijote), cómo nuestro Gobierno (en funciones), que
desprecia cuanto ignora, como ha demostrado con políticas hostiles a la cultura
y la educación (pues no podemos olvidar que sólo una educación de calidad
procurará que permanezca vivo el autor del Quijote y su obra), va a pensar y
organizar, ¡y mucho menos planificar con antelación!, la conmemoración de los
cuatrocientos años de la muerte del más alto escritor que vieron los siglos
pasados, presentes y verán los venideros.
Pero
no despejemos balones, y siempre en la misma dirección, amigos, que no sólo de
políticos vive la corrupción y la desidia cultural de este país: como en todo,
el origen de nuestros males patrios se encuentra también en una sociedad civil
apática y desmovilizada, que practica una cultura ágrafa, más propensa al
jolgorio y a la “escapada” que a la lectura y el estudio, como no se cansan de
reflejar las contumaces y demoledoras estadísticas del CIS: el 35% de los
encuestados no lee “casi nunca” o directamente “nunca”; cada español lee una
media de 10 libros al año (en Finlandia son 47). En cuanto a la lectura
específica de “El Quijote”, en el
barómetro de junio de 2015, una quinta parte de la población afirma que lo ha
leído completo, y de éstos más de la mitad “por motivos de estudio”, sólo un 16% contesta acertadamente cuando le
preguntan por el nombre real de Don Quijote (Alonso Quijano) y no llegan al 20
% los que conocen a un personaje del libro que no sea el propio Don Quijote o
su escudero Sancho o el caballo Rocinante!!
En
España, parafraseando a Cela, se puede afirmar que se lee mucho, pero somos
siempre los mismos. Ellos se lo pierden,
pues leer por primera vez El Quijote -de joven o a una edad madura- es un
placer extraordinario (¡y releído se disfruta mucho más!). ¿O tan embrutecidos
estamos en este país que desdeñamos la profunda emoción estética y afectiva que
nos produce siempre la lectura de la sugestiva, musical, poética prosa del gran
Cervantes?
Paciencia
y barajar, amigos y amigas, frase que pone Cervantes en boca de Durandarte en
la apócrifa aventura de la cueva de Montesinos: “Y cuando así no sea —respondió
el lastimado Durandarte con voz desmayada y baja—, cuando así no sea, ¡oh,
primo!, digo paciencia y barajar”, y que he escogido como nombre para agrupar
mis colaboraciones en esta nueva aventura de Notas (¡¡esperemos que sea tan
afortunada como la memorable segunda parte de Don Quijote!!), pues, creo, es
una máxima pintiparada para estos
tiempos convulsos, en los que se necesita tener paciencia para arrostrar las
adversidades, entre tanta vocinglería inútil y desinformada, y al mismo tiempo
requiere seguir trabajando, arrimando el hombro, para echar aunque sea un
palito en la gran hoguera de la regeneración que precisa este país.
© Jesús A. Salmerón Giménez
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