Jesús A. Salmerón Giménez
Se lee por el esplendor, como quiere Emerson, y
esa prodigiosa cualidad es la que he encontrado, a lo largo de 2015, en esto
libros que ahora te propongo, caro lector de Notas: a veces solo han sido esquirlas
de belleza o un brillo que han saltado desde el fondo de una historia o de la
magnificencia de la prosa, pero que han bastado para herirme como espadas de dulzura en la noche o meterse dentro de mi cabeza y acompañarme
durante el día, deliciosamente, como un viejo amigo con el que mantenemos la
más libre de las conversaciones. Son libros magníficos, cada uno a su manera, que
me han conmovido en este breve, fugaz año que termina y que, como siempre, nos
ha ido dejando los mejores dones de la vida y las más tristes de las ausencias.
Aquí los tienes, amiga, amigo, torpemente comentados, pero siempre de forma
genuina e intentando comunicarte la experiencia, la inefable emoción que
produce la lectura de los buenos libros.
Feliz y próspero año 2016. Leyendo y, al tiempo, caminando.
* El marciano, de Andy Weir. Empecé el año por las
nubes. Aunque no frecuento mucho la ciencia ficción (reflexionar
sobre nuestro mundo y los posibles futuros que nos esperan), esta novela
me enganchó desde Sol 6: una maravillosa vuelta de tuerca de La isla misteriosa
de Verne y también del Robinson Crusoe, pero en un paisaje
inhóspito, extremo, como es el planeta Marte. Una intensa y estimulante
historia de supervivencia, brillantemente construida, con un suspense
sorprendente. La lucha por sobrevivir en soledad, desde la ciencia y la
inteligencia, lo que no le resta ni un ápice de épica. Y todo con el humor del protagonista que se hace indispensable en
una situación tan hostil y extrema como la que está viviendo. (Después vería la
magnífica versión de Ridley Scott,
pero esa es otra historia).
* El balcón en invierno, de Luis Landero. Con un lenguaje claro y certero (experto alquimista de las palabras:
conoce su peso exacto y multiplica su valor en precisas y sabias
combinaciones), nos asoma al balcón de la vida: sus años de aprendizaje entre
la remota Extremadura rural de los 50 y el Madrid de los 60 (rompeolas de la
emigración masiva del campo a la ciudad de aquellos años). Deja memoria de su
vida y de la de sus mayores: gentes sencillas, pero prodigiosas; de unos
tiempos sombríos, pero también mágicos: Cada recuerdo que destila su pluma es
un portento, por como lo cuenta y por lo contado: debajo de su estilo sobrio y
limpio, late la imaginación desbocada de su fantástica abuela Frasca, que le enseñó los arcanos y los
ritmos de la narración oral. Más que una
novela, pura vida.
* Montaigne, de Stefan Zweig. Unos buenos (y generosos) amigos, que conocen mi fervor por Montaigne, me regalaron este espléndido
libro, que me leí en el tiempo que se pela una patata, seducido por la hermosa
y las perspicaces reflexiones de Stefan
Zweig, uno de los grandes de la literatura centroeuropea de entreguerras, quien,
huyendo del terror nazi y todo lo que representó (símbolo de una sociedad cada
vez más brutal y gregaria), fijó su atención en el Montaigne que, en unas
trágicas circunstancias similares, supo salvar su independencia y preservar su
libertad. Y el perigordiano se convierte, en esa hermandad de destino, para el
fascinante escritor que es Zweig, en mi hermano
indispensable, en mi amigo, mi amparo y mi consuelo. La mejor introducción a la lectura de Los ensayos, en los que habita la voz adictiva y amigable de
Montaigne.
* Órdenes sagradas, de John Banville. Benjamin Black, el otro yo de Banville,
nos regaló una nueva entrega de la prodigiosa serie de novela negra
protagonizada por el doctor Quirke,
nuestro patólogo de cabecera. En este nuevo caso de la legendaria saga, el
curioso y perspicaz forense, más confuso y desorientado que nunca, camina con
paso seguro hacia el desastre. La mente de Quirke –en
medio de una trama intrincada y particularmente oscura-es el verdadero misterio: Este
grandullón, y gran bebedor, con su aire atormentado y perdido en el neblinoso
Dublín de los 50, nos seduce una vez más. Sin duda, la deliciosa prosa de
Banville (armada frase a frase: exquisito orfebre de las palabras), su
magnético poder narrativo tienen algo que ver en ello. Es
el sexto libro de la serie, y espero que siga durante mucho, mucho tiempo...
* Tarde o temprano, de José Emilio
Pacheco. Una de las mayores felicidades que me deparó el año fue
la lectura de Tarde o temprano -el volumen que recoge toda la obra poética de José Emilio Pacheco-, uno de libros más
generosos e inquietantes que he leído en mi vida, me acompañó durante meses: a
veces me producía un efecto plácido o
sedante, otras me impactaba como un meteorito, pletórico de incesantes e
inagotables sorpresas. En momentos difíciles encontré consuelo (los días me parecieron menos
grises, duros, amargos); en los momentos mejores, su lectura multiplicó mi
felicidad (la vida mejoraba con su lectura). Es un libro
intenso, genuino, pletórico de espiritualidad, naturaleza y sentimiento,
preñado de lirismo y sentido del humor, compromiso social, ironía, amor por la
literatura, por los animales, por la música...
* El Hambre, de Martín Caparrós. Desde las primeras y dramáticas líneas (describe como una
mujer, en un hospital de Níger, carga a su hijo a la espalda para llevarlo de
regreso a casa. El chico está muerto: muerto por hambre), un escalofrío recorre
el alma lector, y no nos abandona ya en esta noche oscura del hambre -solo
iluminada por súbitos relámpagos de rabia, que estremecen a quienes se abisman
en la lectura de este insólito y durísimo libro de Martín Caparrós. El hambre no es una estadística, el hambre no existe fuera de las personas que la sufren. El tema no
es el hambre, son las personas. Y estas personas
habitan -(mal) viven y mueren- a lo largo de las seiscientas escalofriantes
páginas de este libro valiente, incómodo, apasionado, necesario. La crónica y
la exploración del mayor fracaso humano: se mueren 25.000 personas cada día por
hambre.
* Casa Desolada, de Charles Dickens. Con las lluvias de abril y
el sol de mayo atravesaba Murcia, a velocidad de crucero, en busca de la
promesa de felicidad de Casa Desolada,
de la espléndida compañía de Dickens.
No es una de sus novelas más conocidas, pero sí la más
memorable. Se inicia con la historia tortuosa, kafkiana, de un proceso judicial
que no se resuelve nunca y termina abarcando toda la ciudad del Londres
decimonónico, el ciclo completo de la vida, el universo entero. La maestría
técnica, la ambición narrativa, los elementos del folletín, el moralismo, el
sentimentalismo, la comicidad deslumbrante y también las preocupaciones
sociales en una época de intensa industrialización y profundos cambios
sociales. Todo Dickens está en Casa Desolada, el mejor Dickens, la
grandeza de Dickens.
* La biblioteca del capitá Nemo, de Per
Olov Enquist. En una sala de un hospital, dos mujeres de una misma aldea
dan a luz a un niño. Seis años después se descubre que por un error, las madres
se llevaron a casa el recién nacido equivocado. Este punto de partida le sirve
a Per Olov Enquist para elaborar, como un orfebre de la palabra, esta
joya literaria: un perfecto ensayo narrativo sobre los sentimientos, sobre el
sentido de la vida, sobre la infancia (es difícil contar las infancias, "porque no tenemos una sola infancia, felizmente varias, y
ahí están todas para gozo del lector").
Un retrato profundo, desolador, auténtico, hermoso, de la condición humana. Su
lectura supuso para mí una revelación. Acabé de leerlo una noche tórrida del
eterno verano murciano, y al cerrar el libro añoraba ya su lectura, como a esa
aurora boreal que se desvanece al final de La biblioteca del capitán Nemo.
Sospecho que voy seguir leyendo a Per Olov Enquist, a perpetuidad.
* La librería ambulante, de Christopher
Marley. Una novela
corta, deliciosa, ligera, que nos pasea en un carromato legendario (¡espléndida
road movie!), cargado de libros, por los rurales Estados Unidos de principios
del siglo pasado. Esta historia optimista, vibrante, es un bálsamo para el
alma. Se lee con una sonrisa y se degusta despacio, como los buenos vinos: las
frases, los carismáticos personajes (Helen
y Roger), los paisajes idílicos, las
(surrealistas) situaciones en el marco del maravilloso paisaje de Nueva
Inglaterra. Una historia llena de encanto y alegría. La lectura de un clásico
en siempre un descubrimiento: lejos de envejecer, nos sigue conmoviendo, nos
toca de lleno, aun pasados cien años, como es el caso de esta pequeña joya de
la literatura: Resultó una lectura fresca
para los ardientes días de verano, sobre todo en mi caso que, tras salir del
túnel de algunos libros indolentes y grises, necesitaba ver la luz al final del
libro, recuperar el bendito placer de leer.
* Pecados originales, de Rafael Chirbes. La lectura (tardía) de Crematorio, de Rafael Chirbes, marcó un hito en mi vida de lector. Sin embargo, sus primeras
novelas -cortas, maravillosas- La buena letra y Los disparos del
cazador, agrupadas en un
volumen titulado Pecados originales- me han parecido todavía mejores. De
esta forma, con la llegada del otoño,
caí en los sencillos, hondos abismos de pasión de Ana, en el final de la guerra y el principio de la derrota, los
trabajos y los días por mantener la dignidad en los tiempos -sin corazón-,
sombríos del franquismo. Y caminé junto a Carlos,
en la larga marcha de su ascenso social, cargado de traiciones, sus infamias,
el dinero amasado en las arenas movedizas de la corrupción. Un díptico de
lucidez deslumbrante, un gran regalo para el lector, uno de esos que perduran,
inolvidables. Hasta siempre, maestro.
* Arenas movedizas, de Henning Mankell. En esta conmovedora autobiografía, Mankell nos cuenta el inicio de su enfermedad y su evolución,
entreveradas con historias -fogonazos secos, maravillosos, memorables- de su
vida. Este hombre, que nos narró como
nadie las penurias del estado de bienestar y puso en el mapa mundial la
integración de los inmigrantes y la violencia de género, a través del
atormentado inspector Wallander,
quiso compartir también con nosotros, al final de su vida, el proceso letal de
su enfermedad, su desasosiego, su angustia. Y también, lejos por completo de
los llamados libros de autoayuda, nos muestra su valeroso ejemplo de como
enfrentar la temible enfermedad, a través de los libros y los recuerdos. Varios
días después de finalizar la lectura,
conocí la triste noticia de su muerte. Descanse en paz.
* El arte de la fuga, de Vicente Valero. En este admirable libro, el poeta ibicenco Vicente Valero
nos muestra un recorrido íntimo de la fuga (muerte, locura y desdoblamiento) de
los tres inmensos poetas: Juan de la
Cruz (s. SVI), Friedrich Hölderlin
(s. XIX) y Fernando Pessoa (s. XX). En
el camino (de perfección) que emprenden se van dejando jirones de su alma,
hasta la aniquilación personal: es el precio que paga el artista que persigue
la esencia del arte, de la belleza. Nosotros, a un lado del camino, los
acompañamos en la extraordinaria búsqueda, embelesados, de frase en frase -cada
una, pequeña obra de arte o "soledad infinita"-sin aliento, hasta el final de la escapada,
contemplándolo todo con un respeto profundo, estremecidos por la emoción y la
belleza y con la impresión de haber asistido a un prodigio.
© Jesús A. Salmerón Giménez
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