viernes, 18 de diciembre de 2015

DOCE GRAMOS DE ALEGRÍA, UN MAR DE LIBROS


   Jesús A. Salmerón Giménez

Se lee por el esplendor, como quiere Emerson, y esa prodigiosa cualidad es la que he encontrado, a lo largo de 2015, en esto libros que ahora te propongo, caro lector de Notas: a veces solo han sido esquirlas de belleza o un brillo que han saltado desde el fondo de una historia o de la magnificencia de la prosa, pero que han bastado para herirme como espadas de dulzura en la noche o meterse dentro de mi cabeza y acompañarme durante el día, deliciosamente, como un viejo amigo con el que mantenemos la más libre de las conversaciones. Son libros magníficos, cada uno a su manera, que me han conmovido en este breve, fugaz año que termina y que, como siempre, nos ha ido dejando los mejores dones de la vida y las más tristes de las ausencias. Aquí los tienes, amiga, amigo, torpemente comentados, pero siempre de forma genuina e intentando comunicarte la experiencia, la inefable emoción que produce la lectura de los buenos libros.

Feliz y próspero año 2016. Leyendo y, al tiempo, caminando.


* El marciano, de Andy Weir. Empecé el año por las nubes. Aunque no frecuento mucho la ciencia ficción (reflexionar sobre nuestro mundo y los posibles futuros que nos esperan), esta novela me enganchó desde Sol 6: una maravillosa vuelta de tuerca de La isla misteriosa de Verne y también del Robinson Crusoe, pero en un paisaje inhóspito, extremo, como es el planeta Marte. Una intensa y estimulante historia de supervivencia, brillantemente construida, con un suspense sorprendente. La lucha por sobrevivir en soledad, desde la ciencia y la inteligencia, lo que no le resta ni un ápice de épica. Y todo con el humor  del protagonista que se hace indispensable en una situación tan hostil y extrema como la que está viviendo. (Después vería la magnífica versión de Ridley Scott, pero esa es otra historia).


* El balcón en invierno, de Luis Landero. Con un lenguaje claro y certero (experto alquimista de las palabras: conoce su  peso exacto y multiplica su valor en precisas y sabias combinaciones), nos asoma al balcón de la vida: sus años de aprendizaje entre la remota Extremadura rural de los 50 y el Madrid de los 60 (rompeolas de la emigración masiva del campo a la ciudad de aquellos años). Deja memoria de su vida y de la de sus mayores: gentes sencillas, pero prodigiosas; de unos tiempos sombríos, pero también mágicos: Cada recuerdo que destila su pluma es un portento, por como lo cuenta y por lo contado: debajo de su estilo sobrio y limpio, late la imaginación desbocada de su fantástica abuela Frasca, que le enseñó los arcanos y los ritmos de la narración oral. Más que una novela, pura vida.


* Montaigne, de Stefan Zweig. Unos buenos (y generosos) amigos, que conocen mi fervor por Montaigne, me regalaron este espléndido libro, que me leí en el tiempo que se pela una patata, seducido por la hermosa y las perspicaces reflexiones de  Stefan Zweig, uno de los grandes de la literatura centroeuropea de entreguerras, quien, huyendo del terror nazi y todo lo que representó (símbolo de una sociedad cada vez más brutal y gregaria), fijó su atención en el Montaigne que, en unas trágicas circunstancias similares, supo salvar su independencia y preservar su libertad. Y el perigordiano se convierte, en esa hermandad de destino, para el fascinante escritor que es Zweig, en mi hermano indispensable, en mi amigo, mi amparo y mi consuelo. La mejor introducción a la lectura de Los ensayos, en los que habita la voz adictiva y amigable de Montaigne.


* Órdenes sagradas, de John Banville. Benjamin Black, el otro yo de Banville, nos regaló una nueva entrega de la prodigiosa serie de novela negra protagonizada por el doctor Quirke, nuestro patólogo de cabecera. En este nuevo caso de la legendaria saga, el curioso y perspicaz forense, más confuso y desorientado que nunca, camina con paso seguro hacia el desastre. La mente de Quirke –en medio de una trama intrincada y particularmente oscura-es el verdadero misterio: Este grandullón, y gran bebedor, con su aire atormentado y perdido en el neblinoso Dublín de los 50, nos seduce una vez más. Sin duda, la deliciosa prosa de Banville (armada frase a frase: exquisito orfebre de las palabras), su magnético poder narrativo tienen algo que ver en ello.  Es el sexto libro de la serie, y espero que siga durante mucho, mucho tiempo...


* Tarde o temprano, de José Emilio Pacheco. Una de las mayores felicidades que me deparó el año fue la lectura de Tarde o temprano -el volumen que recoge toda la obra poética de José Emilio Pacheco-, uno de libros más generosos e inquietantes que he leído en mi vida, me acompañó durante meses: a veces me producía  un efecto plácido o sedante, otras me impactaba como un meteorito, pletórico de incesantes e inagotables sorpresas. En momentos difíciles encontré  consuelo (los días me parecieron menos grises, duros, amargos); en los momentos mejores, su lectura multiplicó mi felicidad (la vida mejoraba con su lectura). Es un  libro intenso, genuino, pletórico de espiritualidad, naturaleza y sentimiento, preñado de lirismo y sentido del humor, compromiso social, ironía, amor por la literatura, por los animales, por la música...


* El Hambre, de Martín Caparrós. Desde las primeras y dramáticas líneas (describe como una mujer, en un hospital de Níger, carga a su hijo a la espalda para llevarlo de regreso a casa. El chico está muerto: muerto por hambre), un escalofrío recorre el alma lector, y no nos abandona ya en esta noche oscura del hambre -solo iluminada por súbitos relámpagos de rabia, que estremecen a quienes se abisman en la lectura de este insólito y durísimo libro de Martín Caparrós. El hambre no es una estadística, el hambre no existe fuera de las personas que la sufren. El tema no es el hambre, son las personas. Y estas personas habitan -(mal) viven y mueren- a lo largo de las seiscientas escalofriantes páginas de este libro valiente, incómodo, apasionado, necesario. La crónica y la exploración del mayor fracaso humano: se mueren 25.000 personas cada día por hambre.


* Casa Desolada, de Charles Dickens. Con las lluvias de abril y el sol de mayo atravesaba Murcia, a velocidad de crucero, en busca de la promesa de felicidad de Casa Desolada, de la espléndida compañía de Dickens. No es una  de sus novelas más conocidas, pero sí la más memorable. Se inicia con la historia tortuosa, kafkiana, de un proceso judicial que no se resuelve nunca y termina abarcando toda la ciudad del Londres decimonónico, el ciclo completo de la vida, el universo entero. La maestría técnica, la ambición narrativa, los elementos del folletín, el moralismo, el sentimentalismo, la comicidad deslumbrante y también las preocupaciones sociales en una época de intensa industrialización y profundos cambios sociales. Todo Dickens está en Casa Desolada, el mejor Dickens, la grandeza de Dickens. 


* La biblioteca del capitá Nemo, de Per Olov Enquist. En una sala de un hospital, dos mujeres de una misma aldea dan a luz a un niño. Seis años después se descubre que por un error, las madres se llevaron a casa el recién nacido equivocado. Este punto de partida le sirve a Per Olov Enquist para elaborar, como un orfebre de la palabra, esta joya literaria: un perfecto ensayo narrativo sobre los sentimientos, sobre el sentido de la vida, sobre la infancia (es difícil contar las infancias, "porque no tenemos una sola infancia, felizmente varias, y ahí están todas para gozo del lector"). Un retrato profundo, desolador, auténtico, hermoso, de la condición humana. Su lectura supuso para mí una revelación. Acabé de leerlo una noche tórrida del eterno verano murciano, y al cerrar el libro añoraba ya su lectura, como a esa aurora boreal que se desvanece al final de La biblioteca del capitán Nemo. Sospecho que voy seguir leyendo a Per Olov Enquist, a perpetuidad.


* La librería ambulante, de Christopher Marley. Una novela corta, deliciosa, ligera, que nos pasea en un carromato legendario (¡espléndida road movie!), cargado de libros, por los rurales Estados Unidos de principios del siglo pasado. Esta historia optimista, vibrante, es un bálsamo para el alma. Se lee con una sonrisa y se degusta despacio, como los buenos vinos: las frases, los carismáticos personajes (Helen y Roger), los paisajes idílicos, las (surrealistas) situaciones en el marco del maravilloso paisaje de Nueva Inglaterra. Una historia llena de encanto y alegría. La lectura de un clásico en siempre un descubrimiento: lejos de envejecer, nos sigue conmoviendo, nos toca de lleno, aun pasados cien años, como es el caso de esta pequeña joya de la literatura: Resultó una  lectura fresca para los ardientes días de verano, sobre todo en mi caso que, tras salir del túnel de algunos libros indolentes y grises, necesitaba ver la luz al final del libro, recuperar el bendito placer de leer.


* Pecados originales, de Rafael Chirbes. La lectura (tardía) de Crematorio, de Rafael Chirbes, marcó un hito en mi vida de lector. Sin embargo, sus primeras novelas -cortas, maravillosas- La buena letra y Los disparos del cazador, agrupadas en un volumen titulado Pecados originales- me han parecido todavía mejores. De esta forma, con la llegada del otoño,  caí en los sencillos, hondos abismos de pasión de Ana, en el final de la guerra y el principio de la derrota, los trabajos y los días por mantener la dignidad en los tiempos -sin corazón-, sombríos del franquismo. Y caminé junto a Carlos, en la larga marcha de su ascenso social, cargado de traiciones, sus infamias, el dinero amasado en las arenas movedizas de la corrupción. Un díptico de lucidez deslumbrante, un gran regalo para el lector, uno de esos que perduran, inolvidables. Hasta siempre, maestro.


* Arenas movedizas, de Henning Mankell. En esta conmovedora autobiografía, Mankell nos cuenta el inicio de su enfermedad y su evolución, entreveradas con historias -fogonazos secos, maravillosos, memorables- de su vida. Este hombre, que  nos narró como nadie las penurias del estado de bienestar y puso en el mapa mundial la integración de los inmigrantes y la violencia de género, a través del atormentado inspector Wallander, quiso compartir también con nosotros, al final de su vida, el proceso letal de su enfermedad, su desasosiego, su angustia. Y también, lejos por completo de los llamados libros de autoayuda, nos muestra su valeroso ejemplo de como enfrentar la temible enfermedad, a través de los libros y los recuerdos. Varios días después de finalizar la lectura,  conocí la triste noticia de su muerte. Descanse en paz.


* El arte de la fuga, de Vicente Valero. En este admirable libro, el poeta ibicenco Vicente Valero nos muestra un recorrido íntimo de la fuga (muerte, locura y desdoblamiento) de los tres inmensos poetas: Juan de la Cruz (s. SVI), Friedrich Hölderlin (s. XIX) y Fernando Pessoa (s. XX). En el camino (de perfección) que emprenden se van dejando jirones de su alma, hasta la aniquilación personal: es el precio que paga el artista que persigue la esencia del arte, de la belleza. Nosotros, a un lado del camino, los acompañamos en la extraordinaria búsqueda, embelesados, de frase en frase -cada una, pequeña obra de arte o "soledad infinita"-sin aliento, hasta el final de la escapada, contemplándolo todo con un respeto profundo, estremecidos por la emoción y la belleza y con la impresión de haber asistido a un prodigio.

© Jesús A. Salmerón Giménez

TRES DESEOS Y UNA EXPLICACIÓN


                                                                                                                   Rosa Campos Gómez 

   Primer deseo: Alegría


QUE TODA LA ALEGRÍA POSIBLE HAGA NIDO

                       EN ESTAS FIESTAS Y EN EL NUEVO AÑO



Chorro de estrellas, R. Campos.  Acuarela.



                        « No es momento para quedarse en casa,

                            sino para salir y entregarse al jardín...»

                                                                                              Rumi




Explicación

Notas revista cultural, espacio al  que tanto tengo que agradecer por permitirme caminar en tan buena compañía, cumple  un año y medio de andadura y le ha llegado el momento de cerrar un capítulo de su vida, capítulo que veo (las alas de la imaginación son incansables) como un volumen de una posible serie colocado en una estantería virtual a la que podemos acudir cada vez que nos apetezca (esa es la gran virtud de este medio de comunicación) para entrar en cualquiera de los artículos que contiene recorriendo territorio de letras,  de arte, de música, de teatro...; para conocer a escritores, a pintores, a músicos, a actores…, creadores de ambos géneros que producen riqueza anímica, necesaria para  una sana  estructura social (gracias a todos los que han aportado sus obras y sus palabras). Artículos que corresponden única y exclusivamente a sus autores, por lo que si se utilizan por otras personas es justo que se les cite.

En octubre les comuniqué a  los colaboradores  con quienes he compartido este último tramo de publicaciones (ha sido un honor y un placer contar con su ayuda) que  tras la pausa de diciembre tendríamos cambios, yo dejaría de ser la coordinadora o administradora (¡qué tremendo suena este término en este contexto!), para convertir Notas en un espacio más abierto, administrado en comunidad, teniendo todos  la misma facilidad para  publicar y compartir los temas en las dos redes principales en que se divulga, un hecho para el que había que hacer algunas modificaciones técnicas. Nos pondremos a ello tras un periodo de descanso  (si así se decide en común).


Segundo deseo: Amor


Un concepto tan amplio y con una cavidad tan inmensa que resumirlo en pocas palabras es complicado, pero es el más hermoso, por lo que me arriesgo a dar unas pinceladas, y para hacerlo echo mano de una frase que no olvido (recogida de un libro leído hace muchos años), y que guardé en mi memoria porque me pareció de una lucidez tan sencilla y evidente que entendí que se ajustaba al concepto: «amas cuando ves un clavo por el camino y lo quitas para que nadie que pase por ahí se haga daño» (frase reelaborada,  al volver a esas páginas de este fabuloso libro, después de bastantes años, me he dado cuenta).
Este es al fragmento que la contiene con exactitud, pertenece a Antony de Mello y está en Una llamada al amor:  «¿Pero,  qué significa amar? Significa ser sensible a la vida, a las cosas y a las personas; tener sentimientos hacia todo y hacia todos, sin excluir nada ni a nadie. Porque a la exclusión sólo se llega a base de endurecerse, a base de cerrar las propias puertas. Y el endurecimiento mata la sensibilidad. No te resultará  difícil encontrar ejemplos de esta clase de sensibilidad en tu propia vida. ¿No te has detenido nunca a retirar un clavo de la carretera para evitar que alguien [a quien puede que no llegues a conocer nunca]  pueda sufrir daño. (...) en esos y otros muchos momentos el amor ha aflorado a la superficie de tu vida, haciendo ver que se hallaba en tu interior esperando ser liberado.» Que el nuevo gobierno que destinemos a gobernar se empape, por favor, que elimine lo que causa daño al pueblo... Y que todos sintamos que lo llevamos dentro, esperando ser liberado.


Tercer deseo: Cuidado
Que el cuidado y respeto  hacia la Naturaleza, es decir, hacia todo lo que somos, lo que nos contiene  y nos acompaña vaya en aumento constante. Cuidado en forma de respeto hacia la mujer, en todos los terrenos donde sufra carencias (que son demasiados) y, muy particularmente, respeto absoluto hacia su vida.
En la Cumbre sobre el Cambio Climático, celebrada recientemente en París, han sido las mujeres las que han llevado más propuestas y proyectos ya en marcha para favorecer esta mudanza ineludible. La mujer ha desarrollado más la capacidad  de cuidar (en general, luego habrá excepciones) porque ha puesto el poder de amar por encima.

Buscando un poema escrito por una mujer para ilustrar este deseo, he elegido una joya literaria que me llegó de manos de una excelente persona ya en su adolescencia. Me lo regaló traído de Argentina (país en el que nació), allí recordó que en algunas tardes de taller, cuando hablamos de escritores hispanoamericanos, por los que tengo devoción,  le hablé de `La higuera´, poema de  Juana de Ibarbourou (Uruguay, 1892-1979), que es grato de leer a cualquier edad y lo encontró en una librería dentro de este libro, cuyo diseño  libro es cálido y bello, y frescos y hondos los versos:

                       



Una mujer, Dorothy Reading,  pintada, con respeto manifiesto a través de su acto de leer, por un hombre, Mischa Askenazy (Ordessa, Rusia 1888 - Los Ángeles, EE UU,  1961):


Leer... Leer, ese genuino acto de libertad.


© Rosa Campos Gómez

sábado, 12 de diciembre de 2015

EL ARTE DE SOÑAR (CULTURA PARA LA INVESTIGACIÓN)

                                                                                                                        Rosa Campos Gómez 


Le dije al almendro:
«¡Hermano, háblame de Dios!»
Y el almendro se cubrió de flores.
                            Nikos Kazantzakis



En El arte de soñar, exposición que se inaugurará el próximo 27 de diciembre a las 12,30 h. en el Centro de Folklore  de Cieza (Murcia), la Cultura, a través de las Artes Plásticas,  colabora con la Asociación `Yo Nemalínica´, aportando trabajos  con el fin de recaudar fondos destinados a la investigación de esta patología.



Mirar la vida a la cara,
siempre hay que mirarla a la cara y conocerla,
por lo que es.
Así podremos conocerla, quererla,
por lo que es,
Y luego guardarla dentro.

                                                                                        Virginia Woolf

La Cultura, solidaria por naturaleza, es consciente de las necesidades y de las carencias,  y siempre está ahí, saltando todos los obstáculos que los tiempos sociales le deparen, razones más que suficientes para felicitar a quienes con sus obras apoyan la investigación científica para la mejora  de calidad de la vida.
La Cultura crea belleza, entre infinidad de valores y de hechos, y lo hace junto  a las familias que luchan por todo ello, cuya  la labor es digna  de admiración, y junto a las personas que colaboran adquiriendo los trabajos. Como un entramado hermoso  y fuerte entre somos.

GENTE NECESARIA
Hay gente que con solo decir una palabra
enciende la ilusión y los rosales,
que con solo sonreír entre los ojos
nos invita a viajar por otras zonas,
nos hace recorrer toda la magia.

Hay gente, que con solo dar la mano
rompe la soledad, pone la mesa,
sirve el puchero, coloca las guirnaldas.
Que con solo empuñar una guitarra
hace una sinfonía de entrecasa.

Hay gente que con solo abrir la boca
llega hasta todos los límites del alma,
alimenta una flor, inventa sueños,
hace cantar el vino en las tinajas
y se queda después, como si nada.

Y uno se va de novio con la vida
desterrando una muerte solitaria,
pues sabe, que a la vuelta de la esquina,
hay gente que es así, tan necesaria.
                               Hamlet Lima Quintana

Exponen (generan cultura artística) en El arte de soñar :

Adela Verdeguer Sahuquillo (Valencia), Águeda Tenorio (Sevilla), Agustín
Israel (Sevilla), Alissia (Alcoy) Álvaro Peña (Murcia), Ana Almela (Cieza), Andrea Zamora Villena (Valencia), Carlos Saorín Sánchez (Cieza) Carmen Carrillo (Cieza), Colectivo Canyada D’Art (Valencia), Concha Martínez (Sevilla), Fran Akore (Barcelona), Francisco Bernal Muñoz (Murcia), Francisco Ruiz Bernal (Cieza), Javier Lorente (Cartagena), José Mª Marín Guevara (Murcia),  José Miguel Masiá Pérez (Murcia), José Vicente Losada (Sevilla), José Víctor Villalba (Cieza), Juan Antonio Abellán (Cieza), Juan Camacho (Cieza), Juan Mariano Balibrea (Murcia), Laura Pedraza Valls (Valencia), Lola Romero García (Murcia), Lucas Brox (Murcia), Mª Dolores García Amo (Cieza), Mª Joaquina Sánchez Dato (Cieza), Mª Pilar García Jaén (Cieza), María Solís (Sevilla), Mariano Luque (Sevilla), Mariano Rojas (Cieza), María Sánchez (Valencia), Miguel Flores (Granada), Miriam Martínez Abellán (Cieza), Pascual Lucas Motellón (Cieza), Paulina Real (Cieza), Pedro Avellaneda (Cieza), Pepe Semitiel Segura (Cieza), Quiveu (Sevilla), Rafael Torres (Cieza), Rosa Campos (Cieza), Ruiz Tortosa (Cieza), Salvador Rus (Alcoy), Santi García Cánovas (Murcia), Sofía Tornero (Cieza), Teresa Pitarch Tortajada (Valencia), Torregar (Murcia), Yolanda Forner (Valencia).


                        

miércoles, 9 de diciembre de 2015

AL FINAL DE LA ESCAPADA: TOMAD NOTAS DE UN LIBRO PRODIGIOSO

                                                                                Jesús A. Salmerón Giménez

                     “la certidumbre que aguarda siempre entre los escombros”.

Los tres relatos que componen este admirable libro (recrea tres episodios históricos protagonizados por tres poetas míticos: San Juan de la Cruz, Friedrich Hölderlin y Fernando Pessoa), escritos con extrema delicadeza y serenidad, te embelesan desde el primer momento, desde los maravillosos títulos ("Ven hermana mía esposa"; "Parece que vivimos en una edad de plomo"; "No sé quién soy ni qué alma tengo") con los que, en cada uno de ellos, se inicia  el camino  (en actitud de huida) del que ya no tornamos igual, nunca.

La prosa del poeta es liviana y precisa: avaro de palabras, sabe del valor de cada una de ellas y también que todas cuentan: Las palabras, de puntillas, "ingrávidas y gentiles", atraviesan la narración (llenas de luz: celebran la vida) y van creando las historias que llegan directas al corazón y a la inteligencia del lector.

En este libro, el poeta ibicenco Vicente Valero (a quien no conocía: pronto remediaré tamaña ignorancia) nos muestra un recorrido íntimo de la fuga (muerte, locura y desdoblamiento) de los tres inmensos poetas: Juan de la Cruz (s. SVI), Friedrich Hölderlin (s. XIX) y Fernando Pessoa (s. XX).

En el camino (de perfección) que emprenden se van dejando jirones de su alma, hasta la aniquilación personal: es el precio que paga el artista que persigue la esencia del arte, de la belleza. Nosotros los acompañamos en la extraordinaria búsqueda, saltando de frase en frase -cada una, pequeña obra de arte o "soledad infinita"-, sin aliento, hasta el final de la escapada, contemplándolo todo con un respeto profundo, estremecidos por la emoción y la belleza y con la impresión de haber asistido a un prodigio.

"Aquel orfebre órfico que era Fernando, engastador de girasoles abstractos y acentos circunflejos, parecía tener el don de vislumbrar, parecía conocer ya bien el oficio que se aprende a oscuras


© Jesús A. Salmerón Giménez

domingo, 6 de diciembre de 2015

A VUELTAS CON CERVANTES


Jesús A. Salmerón Giménez


Misterioso asesinato en casa de Cervantes -libro con el que Juan Eslava Galán ganó el último Premio Primavera de Novela- se centra en uno de los últimos infortunios que vivió el autor del Quijote cuando era ya un "hombre viejo y fracasado": a las puertas de la casa de Cervantes aparece el cadáver de un hidalgo de nombre Gaspar de Ezpeleta, circunstancia que, además de venir pintiparada para una novela negra, provocó que nuestro héroe de Lepanto “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”, acompañado de sus hermanas y sobrinas (las no menos misteriosas -y siempre “entre lenguas"- Cervantas) diera de nuevo con sus desdichados huesos en las cárceles del rey (los mismos por los que, cuatrocientos años más tarde, tanto se afanarían en recuperar, una legión de científicos armados con tecnología punta, en el Convento de las Trinitarias en Madrid).

1
La novela, con "las licencias necesarias para facilitar la lectura al lector", intenta remedar el estilo de la época (además de en el lenguaje –por cierto, de extraordinaria riqueza-, la extensión del libro es más o menos el de una novela ejemplar de Cervantes y el título de los capítulos es también, a imitación de aquellas, explicativo) y el color de aquellos años convulsos de la España del Siglo de Oro, agotada por las guerras y con sus calles llenas de pícaros, tullidos y busconas. Y resulta fiel a los hechos históricos, además de estar escrita con admiración y respeto por la figura del autor de El Quijote (la primera novela moderna y la mejor de todas ellas). No obstante, a pesar de lo dicho, la verdadera protagonista de la novela es la bella, graciosa y perspicaz Dorotea (¡Ay, como la de Lope!), un personaje femenino que nada tiene que ver con el de mujer sojuzgada y analfabeta, que podemos definir como estándar en la literatura de la época. Las Cervantas saben más que los ratones coloraos, y, desde luego, leer y escribir: En la familia existía la tradición de que la mujer tenía que aprender a valerse por sí misma (de todos es sabido que la visión que tiene Cervantes de la mujer es muy adelantada para su época). Esta reivindicación de la mujer, de su fuerza,  sabiduría y buen hacer, es, a mi juicio, otro punto fuerte de esta deliciosa novela, que se lee como un episodio cervantino más.


2
En resumen, la novela -histórica, con trama noir- mantiene el interés, se lee rápido y nos lleva ante la inmensa figura de Cervantes, que a mí, a pesar de que la intriga está bien construida, es lo que más me interesa, porque tengo una gran familiaridad con él (don Miguel es, aunque no tenga plato en la mesa, uno más en mi casa), lo leo continuamente y me interesa todo lo referente a su vida (por cierto, con más puntos oscuros que Plutón).



Imágenes:
1. Dorotea, grabado de Gustave Doré (Estrasburgo 1832- París, 1883), de la edición en italiano De Quijote, que hizo E. Perino en 1888.
2. Miguel de Cervantes, atribuido a Juan de Jáuregui  (Sevilla,1583 - Madrid,1641), pintor, poeta y teórico literario español del Siglo de Oro.

© Jesús A. Salmerón Giménez

viernes, 4 de diciembre de 2015

LA FUENTE DEL REY


Pedro Diego Gil López

Hay una historia del agua oculta en la tierra, un relato de nacimientos y fuentes, de encauzamientos y entubados, de albercas y embalses; un discurrir humano, agrícola y provechoso, que ha ido dando luz a la vida y creando aquellas sabias costumbres que el tiempo  se ha ido llevando en la memoria de aquellas generaciones que las adoptaron para su supervivencia.  



No obstante, hablo de hermosos rincones, de huertas ya abandonadas, donde sobreviven prodigiosos vegetales, y no de esos latifundios de monocultivos que han invadido las grandes extensiones, artificialmente creadas, que se irrigan con aguas muy lejanas. Esta historia del agua, es una historia local, casi personal, que se amplía con vivos acontecimientos aún futuros. Es también el cuento de los granados perdidos, es la poesía de los membrilleros solitarios, esos relatos que aún dictan las frondosas higueras con las que soñaron nuestros abuelos en los tiempos del hambre, y sobre todo, son un auténtico compendio de vida capitulado en cada vieja olivera que subsiste, dando cada año su fruto, un maná para las aves. Es un resistir de olmo centenario, de acacias que rebrotan y rebrotan de sí mismas, o de esas carrascas que el hombre olvidó talar.  
                                                        
Es un discurrir de hilillos, un cúmulo de goteos que se van uniendo en la oscuridad a través de las rocas calizas y margas, que bullen entre la tierra hasta que surge el afloramiento, y se crea ese espacio húmedo, imposible ya de apaciguar, porque la vida lo alborotará para siempre. Quiero retener ese caño continuo, inacabable, como la luz, de despertares, soñando entre perspectivas acuáticas. Quiero llenarme las manos de agua, de esa agua recién nacida, y echármela a la cara. Lo haré siempre después de una larga caminata por esos iniciáticos lugares, donde un suave silencio es armonizado por ese chorro de agua dulce, que tamborilea sobre su alegre poza, escapándose por un aliviadero con un sonido de castañuelas, para correr al compás por aquella aflautada cañería de barro antiguo, que llega a un final, con un acorde de alberca. Quiero beber esa sinfonía del agua y saciar mi sed humana.     
                               

Aquí estoy, junto al chorro de agua fresca. Allí me encuentro ya, ¡hace tanto tiempo! Estoy en ese continuo discurrir, en una tierra verde de abundancia, con el objeto de la plenitud en la frente, aclarando la vista para contemplar los duros entornos, a la par que se diluyen las gotas que salpica el agua. Me encuentro con la mente en blanco, esperando una motivación para definir, nada menos, que el trascurrir de la vida, tratando de verle un sentido implícito. Un sentido que solo el agua puede darme, pero que, a la vez, escapa, sin que pueda retenerlo, y como el agua, continua diluyéndose en el inicio de la idea y, así, se lleva mis pensamientos, como una hoja seca que cae sobre la corriente.     
                            

Estoy sentado al borde de esta alberca con un fondo de algas esmeraldas, y esto es lo que presiento, me alegro de ello, soy sincero conmigo mismo, estoy en un manantial eterno. Aquí podría morir y no sentiría la muerte, porque un croar de ranas, perfecto, no para de invitarme a vivir. Estoy en la Fuente del Rey, como suena.
     ¡Fuente, un rey me siento! exclamo.
El enorme murmullo del agua  viene de un pozo en galería con lumbreras, excavado en tiempos inmemoriales, y brota como la más fresca de las fragancias naturales. Surge a unos cien metros, aproximadamente, bajo una viva roca, que escurre el líquido hasta un charco. Este depósito natural se colmata y el líquido no para de emerger. El hombre la canalizó a escuadra, le dio luz, y el agua le dio vida al hombre; a ese yo perpetuo, continuo, que ha saciado su sed milenaria, su angustia primitiva, la avaricia de su alma y con la que ha mitigado sus miedos.
Así discurre el tiempo, aquí, como chorrea el agua, en estos espacios que aún hay que descubrir. Lástima que no podamos acumularlo el tiempo cómo las albercas hacen con el agua. Se nos va de las manos, vuela. Solo podemos beberlo, como el agua, hasta ahogarnos en él. 

¿Cuánta agua bebí de estas fuentes? Chorros de agua que discurren por mí  como yo por la vida. Aquí sentado en el borde de esta alberca, junto a la encina inspiradora.  ¡Cómo pasa el tiempo! Aquí estaré hasta que la tierra lo oculte todo y todo se vuelva del revés. Cuando este manantial se oculte, yo estaré aún aquí para volver a escavar y descubrirlo. Un hecho repetitivo, uniforme, prolongándose en el tiempo y en la vida de los hombres que se perpetúan a sí mismos, uno tras otro, aquí sentados, en los siglos, contemplando quizás el mismo paisaje y pensando lo mismo, mientras el agua armoniza la vida con sus murmullos.       
Aquí beberán esos asnos cíclicos que llevan en sus grupas el mundo, se saciaran con el agua las cabras del futuro, se empancinarán los ciervos mientras ven la Luna reflejada en su alberca eterna. Todos los animales mitológicos tendrán aquí su idílico abrevadero del tiempo.  Y los pastores, sesgados por las costumbres del agua, seguirán remontando la vida, llevando a cuestas todas las voluntades humanas entre los pinares de la sierra. Soñaran, quizás, con un beso de agua, con  el agua de los besos que habrán de beber.



Esta es la fuente, de aquí salen los suspiros de las más naturales creencias sobre la vida, porque aquí se producen las mejores vinculaciones con el pensamiento, en forma de  connotaciones  esotéricas, y se fabrican las provocaciones humanas donde la imaginación consigue despegar de la oscuridad y volar. Es la fuente que habla, que dice que los sueños son esos ríos que el agua que bebemos genera, los que transitan en nuestra sangre, y de su riqueza se nutre nuestro cerebro. No puede ser de otra manera. ¿Qué porcentaje de agua hay en nosotros?... Seamos entonces del agua más pura. Habrá que respetar esas surgencias de agua que tan voluntariosamente demandamos. La gran calidad de nosotros mismos y nuestra pureza están en juego.     

Hoy he saltado de fuente en fuente, como en un juego, pero ha sido un juego truncado. Al llegar a una de ellas he sentido dolor, porque estaba muerta, tan muerta como su caño que baja de la sierra, tan agotada como el agua de su alberca, y no le he podido encontrar explicación. No hace tanto tiempo que sentí el chorro de vida de la sierra del Oro caer entre mis manos. No hace tanto que vi su gran alberca rebosando. Y el recuerdo, que aún ve brotar la frescura de unas aguas sin igual, hace que la realidad sea el producto más amargo de un presente, verdaderamente, preocupante. La fuente del Madroñal ya no produce su música, ni nos entrega tan bondadosamente su sinergia vital, y las causas tendré que buscarlas entre el cúmulo de desidias, enquistadas en nuestra absurda localidad, en nuestro fatal evolucionismo y nuestra inaptitud colectiva. Este es el reproche que empaña la visión de las fuentes y su historia, la pena de los entornos en este insensato presente. Sin embargo, vuelvo a saltar, para sentir la alegría del día, la necesito, y la Fuente del Rey prevalece, resiste y cierra aún ese círculo de vida, llegando al kilómetro diez de la carretera de Cieza a Mula, entre las curvas de un asfalto de otra época. Y podrá prevalecer dependiendo de nuestras manos, de nuestro tesón y solo de nuestro respeto, durante el tiempo que deseemos. 

© Pedro Diego Gil López