Jesús A. Salmerón Giménez
«He comprobado una vez más que vuelvo siempre de Alcalá con los humores revueltos, sobre todo si me asomo a la casa triste y desolada»
Hoy
se cumplen 75 años de la muerte de Manuel Azaña, presidente de la Segunda República española entre 1936 y 1939 (murió
en el exilio, en Montauban, el 3 de
noviembre de 1940. Como escribió Santo Juliá: Amortajado por la tristeza y la
nostalgia, recordó El Escorial y sus campanas, y quizá Alcalá y sus monjas).
Sin
embargo, este demócrata radical y convencido europeísta (siempre mantuvo la
idea de que la solución de los problemas de España pasaba por su incorporación
a Europa), ha sido arrojado al muladar del olvido (lugar, por cierto, muy concurrido por la inteligencia española).
Nacido en Alcalá de Henares a finales del siglo XIX, el recuerdo del político
republicano todavía es conflictivo incluso en su lugar de origen, como he
podido comprobar en un reciente viaje. Su casa, inadvertida para muchos turistas, da testimonio de ello: en
pleno casco histórico –un imponente edificio de fachada amplia, con balcones y
ventanales, con una mínima placa
conmemorativa…-, mira con cierta envidia
la casa de Cervantes, situada a la vuelta de la esquina y convertida en museo,
en la que se arremolinan colegiales de excursión y turistas procedentes de los
cuatro puntos cardinales. La casona
familiar de los Azaña, un noble edificio del siglo XVI -¡una propiedad
particular!-, trasera de un convento de
carmelitas, visitada acaso por las sombras de los pájaros, se encuentra en una
soledad infinita. Como la figura y el pensamiento de este político y excelente
escritor (Los Diarios de Azaña, rebosantes de lucidez, inteligencia y talento
literario, debían ser obligada lectura en este país iletrado y amnésico):
«No
puede llegarse normalmente a la cumbre del poder político y conservar la
integridad y entereza del propio ser, con la vitalidad de los veinte años, si
ha ido uno sufriendo las mutilaciones de una larga ‘carrera’. Yo no he hecho
carrera, y estoy interiormente tan recio y tan en mi ser como hace veinte
años».
© Jesús A. Salmerón Giménez
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