martes, 3 de noviembre de 2015

LA "CASA TRISTE" DE MANUEL AZAÑA

                                                                          Jesús A. Salmerón Giménez


«He comprobado una vez más que vuelvo siempre de Alcalá con los humores revueltos, sobre todo si me asomo a la casa triste y desolada»



Hoy se cumplen 75 años de la muerte de Manuel Azaña, presidente de la Segunda República española entre 1936 y 1939 (murió en el exilio, en Montauban,  el 3 de noviembre de 1940. Como escribió Santo Juliá: Amortajado por la tristeza y la nostalgia, recordó El Escorial y sus campanas, y quizá Alcalá y sus monjas).

Sin embargo, este demócrata radical y convencido europeísta (siempre mantuvo la idea de que la solución de los problemas de España pasaba por su incorporación a Europa), ha sido arrojado al muladar del olvido (lugar, por cierto,  muy concurrido por la inteligencia española). Nacido en Alcalá de Henares a finales del siglo XIX, el recuerdo del político republicano todavía es conflictivo incluso en su lugar de origen, como he podido comprobar en un reciente viaje. Su casa, inadvertida para  muchos turistas, da testimonio de ello: en pleno casco histórico –un imponente edificio de fachada amplia, con balcones y ventanales, con  una mínima placa conmemorativa…-,  mira con cierta envidia la casa de Cervantes, situada a la vuelta de la esquina y convertida en museo, en la que se arremolinan colegiales de excursión y turistas procedentes de los cuatro puntos cardinales.  La casona familiar de los Azaña, un noble edificio del siglo XVI -¡una propiedad particular!-,  trasera de un convento de carmelitas, visitada acaso por las sombras de los pájaros, se encuentra en una soledad infinita. Como la figura y el pensamiento de este político y excelente escritor (Los Diarios de Azaña, rebosantes de lucidez, inteligencia y talento literario, debían ser obligada lectura en este país iletrado y amnésico):
«No puede llegarse normalmente a la cumbre del poder político y conservar la integridad y entereza del propio ser, con la vitalidad de los veinte años, si ha ido uno sufriendo las mutilaciones de una larga ‘carrera’. Yo no he hecho carrera, y estoy interiormente tan recio y tan en mi ser como hace veinte años».

© Jesús A. Salmerón Giménez

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