Rosa Campos Gómez
Rosa Parks
(Tuskegee, Alabama, 4 de febrero de 1913 - Detroit, Míchigan, 24 de octubre de
2005), fue una mujer importante para la sociedad entera, porque se negó a levantarse, desobedeciendo de forma pacífica e inteligente.
Corría
el año 1955 y EE UU cosechaba, en
pintura, la primera generación de expresionistas abstractos con Jackson
Pollock, Willem de Kooning y Mark Rothko a la cabeza, y con el Pop Art abriendo la puerta de entrada;
en literatura, J.D. Salinger (El guardián entre el centeno, publicado cuatro años atrás), era un ídolo de lectores, y la Beat Generation, con Jack Kerouac y El Camino en primera línea, eran la vanguardia; y en cine se estrenaba La noche del cazador, única dirigida por Charles Laughton, y una de las grandes de la
historia cinematográfica. La
mujer, que en los años cuarenta se había visto más implicada en actividades
laborales y sociales fuera del hogar, en los cincuenta, por todos los medios
publicitarios al alcance se había tratado de que sus actividades se volcaran en
el hogar y la familia, en un paraíso hecho para ellas.
Pero
a pesar de tanta modernidad y genialidad cultural, y tanto sosiego deparado a las mujeres, la
segregación racial era tremenda: los ciudadanos negros eran considerados
inferiores a los blancos, hasta tal punto que, sobre todo en el sur del país,
los negros nacían en hospitales separados y después de una vida en la que no podían estudiar en las escuelas para blancos, ni
viajar en sus asientos, ni comer en sus restaurantes, ni orinar en el mismo
retrete público... los enterraban en zonas diferentes.
Y en este contexto, un 1 de diciembre de aquel año, Rosa Parks, una mujer negra, modista de
oficio, y activista en la lucha por los derechos sociales (secretaria desde 1950
en la National Association for the Advancement of Colored People en Montgomery, Alabama), tuvo la dignidad de no levantarse del asiento del autobús para
dejárselo a un blanco, algo que con 15 años ya hizo Claudette Colvin, también
afroamericana, de Alabama, unos meses antes, pero sin alcanzar la repercusión que
tuvo con Parks, ala que encarcelaron por este «delito», pero nadie de los que padecían estas
injusticias sociales se calló, y junto a ellos el pastor Martin Luther King y la activista Johnnie
Carr, organizando a su gente para que no tomaran los autobuses, generando una
huelga, que duró 381 días, y que concluyó con la resolución del Tribunal
Supremo que ilegalizó los autobuses con departamentos de segregación en la
ciudad (los negros tenían subir pagar al conductor y luego bajar y montarse
por la parte de atrás donde tenían destinados sus asientos, que ocupaban la
mayoría de estos vehículos por que los tomaban más que los blancos, y si los
destinados a los blancos estaban ocupados, los negros se tenían que levantar de
los suyos y cedérselos a aquellos). Aquella decisión judicial fue una de las
primeras piedras para construir la Ley de Derechos Civiles en EE UU, que se
promulgaría en 1964
El «delito» por el que la encarcelaron fue por el de «mala conducta de una costurera
cansada» , sin embargo ella, en My Life, su autobiografía, deja escrito
que no es verdad que estuviera físicamente cansada sino «cansada (harta) de
ceder» .
Con
Rosa Parks vemos la dignidad y la calidad de vida que reporta el decir No a lo
injusto, y nos invita a mirar cerca
y lejos de nuestro entorno (como
sociedad planetaria), también ahora, y
ver qué causas sociales-políticas-humanitarias nos siguen
segregando, y comprender que están esperando
nuestro No.
© Rosa Campos Gómez
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