Jesús A. Salmerón Giménez
En su memoria
Cuando he vuelto del trabajo a mi casa (ese mito del eterno retorno cotidiano), mi hijo, con toda la delicadeza posible, me da la noticia, que Henning Mankell ha muerto. Y me quedo inmóvil -la vista levemente nublada, anegada ya en un fondo de tristeza-, mientras intento asimilar la trágica información. Hace unos pocos días acabé Arenas movedizas, su conmovedora autobiografía, en la que nos cuenta -lo más objetivamente posible, en estos casos extremos en los que sentimos el gélido hálito de la muerte-, el inicio de su enfermedad y su evolución, entreveradas con historias -fogonazos secos, maravillosos, memorables- de su vida. Este hombre, que nos narró como nadie las penurias del estado de bienestar y puso en el mapa mundial la integración de los inmigrantes y la violencia de género, a través del atormentado inspector Wallander; que tuvo el arrojo de embarcarse en la flotilla que intentó romper el cruel bloqueo impuesto por Israel al pueblo de Palestina; el que llevó su compromiso con África y con el Medio ambiente a unos extremos de sacrificio personal que nos hacen al resto aparecer como cabreados liliputienses ante la estatura moral de este Gulliver del Norte.
Este hombre valiente quiso compartir también con nosotros el proceso letal de su enfermedad, su desasosiego, su angustia. Y, lejos por completo de los llamados libros de autoayuda, nos muestra con su valeroso ejemplo como enfrentar la temible enfermedad, las tablas de salvación que nos pueden servir en el naufragio: “Coger un libro y perderme en el texto en los momentos difíciles ha sido siempre mi modo de buscar alivio, consuelo o, al menos, un respiro”. Y sus recuerdos, que relaciona maravillosamente con las grandes preguntas del hombre:
Y estando allí esa fría mañana de hace cincuenta y siete años, vivo uno de esos instantes decisivos que marcarán mi vida para siempre. Recuerdo la situación con una claridad casi excesiva. Es como si tuviera el recuerdo grabado a fuego en la memoria. De repente me sobreviene una certeza inesperada. Como una descarga eléctrica. Las palabras se organizan solas en la cabeza.
«Yo soy yo y ningún otro. Yo soy yo.»
Este escritor, que hizo la vida más hermosa con sus libros y sus obras, contra lo que pueda esperarse no ha sido engullido por esas Arenas movedizas que tanto le aterraron de niño, pues al igual que él descubrió la verdad que las rodea, su mito, nosotros lo rescataremos una y otra vez de la muerte, leyendo sus prodigiosos libros, y aferrándonos, náufragos nosotros también en este territorio incierto y minado de la vida, al esplendor de su recuerdo:
“(…) la verdadera fuente de energía de nuestros éxitos son las ganas de vivir y la alegría de vivir que tengamos. Si la equiparamos con una curiosidad y un ansia de saber permanentes, obtendremos la imagen de la verdadera capacidad única del hombre”
Descansa en paz, Henning Mankell.
© Jesús A. Salmerón Giménez
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