Jesús A. Salmerón Giménez
No sé por qué
escribimos, querido George.
Y a veces me pregunto
por qué más tarde
publicamos lo escrito.
Es decir, lanzamos
una botella al mar,
harto y repleto
de basura y botellas con
mensajes.
Nunca sabremos
a quién ni adónde la
llevarán las mareas.
Lo más probable es que
sucumba en la tempestad y el abismo.
José Emilio Pacheco
Los
libros que se cruzan en nuestras vidas establecen con nosotros, lectores, una
infinita red de historias. ¿Por qué escogemos ese libro de la montaña de
pendientes? ¿Por qué en ese momento? ¿Cómo llegó a nuestras manos? Cuando no
nos gusta, ¿persistimos en su lectura, como minero que escarba hasta el final
en busca del oro que nunca halla? O si un libro nos aburre, ¿renunciamos a él y
tomamos otro? ¿Por qué ese libro quedará grabado a fuego en nuestra memoria? ¿O
por qué será pasto del olvido? Son muchas las perplejidades y maravillas que
nos produce la lectura. Pero una cosa es clara, los libros con los que
conectamos (y circula la corriente, como diría el gran José Emilio Pacheco),
expanden nuestra alma y nos regalan siempre un placer extraordinario. De todo
eso es de lo que yo escribo aquí en Notas, narrar esa historia particular de
cada libro, trasladar esa experiencia, dar voz al lector que soy -con mejor o
peor prosa, con más o menos acierto-, en definitiva, dar cumplida cuenta de la
esplendorosa aventura de leer.
* Ahogada en
llamas, de Jesús Ruiz Mantilla.
La
última novela del escritor Jesús Ruiz
Mantilla, Ahogada en llamas, es un fresco del Santander de la primera
mitad del siglo XX enmarcado por dos tragedias, la explosión del buque Cabo
Machichaco (1893) y el incendio que devastó la ciudad en 1941.
Me interesó el libro a raíz de una entrevista
que le hicieron al autor en un programa literario de la radio, en la que
hablaba con pasión de Galdós (al que
en mi casa tenemos en un altar, aunque sea yo el único que le enciende velas),
que tenía una casa en la playa del Sardinero (San Quintín) en la que pasaba
prolongados períodos vacacionales. Eso, y que yo tenía un viaje programado a
esa hermosísima ciudad para julio, fue lo que me decidió a coger este libro de
la montaña de los pendientes. Y no me decepcionó, tal vez porque mis
expectativas no eran muy altas, la verdad. Ruiz Mantilla escribe bien. Su libro
reivindica el carácter épico de Santander, muy bien recreada, por cierto, y
escoge para ello una etapa interesante que cuenta a través de las miradas y
vivencias de una familia santanderina burguesa cuyo patriarca es Diego Martín.
Pero (¡Dios te libre de la línea de las adversativas!), para mí los personajes
son estereotipos, sin vida propia, heterónomos del autor. En cualquier caso, de
la trama principal me desentiendo rápidamente, y sólo me interesa el libro
cuando aparece Galdós, y sus relaciones con otros dos extraordinarios
personajes reales: Menéndez Pelayo y
Pereda, con los que, a pesar de las
sustanciales diferencias ideológicas, le unía una gran amistad, basada en el
mutuo respeto y admiración.
En
definitiva, aunque no me interesó mucho la historia que nos cuenta, el libro me
proporcionó una valiosa información sobre Pérez Galdós, de quien se narra toda
una vida, su casa de veraneo, sus ideales políticos y escarceos amorosos entre
otros con Emilia Pardo Bazán, además
de las interesantes alusiones a Picasso,
Baroja, Federico García Lorca…
[Por
cierto, intenté conocer San Quintín, pero ninguna de las personas con las que
hablé en Santander sabía nada de la historia de Galdós en la ciudad, ni mucho
menos de la casa. Sólo al final de la estancia en la hermosa ciudad cántabra,
cuando visitamos la Fundación Gerardo Diego, sita detrás de la casa museo
Menéndez Pelayo, en la que, a pesar de no estar abierta al público, nos
recibieron con extrema amabilidad -nos presentamos: un joven matemático en
ciernes (mi hijo) y un viejo funcionario con inquietudes literarias (yo)-, nos informaron que la casa ya no existía, que
la habían derribado, y eso me entristeció, pero todo esto es otra historia...]
* Pecados
originales, de Rafael Chirbes.
"Hay una
especie de amor por los de abajo en todos mis libros. No me acabo de curar de
eso”.
El
día que leí Crematorio de Rafael Chirbes marcó un hito en mi vida
de lector; existe un antes y un después de la lectura de esa extraordinaria
novela.
Desde
entonces nada de Chirbes me es ajeno. Y ahora, después de años y lecturas,
vuelvo a sus primeras novelas -cortas, maravillosas- (La buena letra y Los disparos
del cazador agrupadas en un volumen titulado Pecados originales) y, como entonces, retorna el asombro y el
placer cabalgando (veloz corcel entre los breves capítulos, percherón-mortal-
cuando se aproxima el temido final), recorriendo una y otra vez esas páginas
prodigiosas. Y vuelvo a recobrar la plenitud, la felicidad (el esplendor, diría
Emerson) del lector adolescente que
fui: y nazco y muero en cada frase, y río y lloro con todos los personajes.
Caigo en los (sencillos, hondos) abismos de pasión de Ana, en el final de la
guerra y el principio de la derrota, los trabajos y los días por mantener la
dignidad en los tiempos -sin corazón-, sombríos del franquismo. Y camino junto
a Carlos, en la larga marcha de su ascenso social (ascensor hacia el cadalso)
cargado de traiciones, sus infamias, el dinero amasado en las arenas movedizas
de la corrupción (en las que zozobra siempre nuestra historia). Chirbes extrae
belleza del pozo triste y hondo del corazón de sus desolados personajes
-auténticos, genuinos-, ráfagas de luz -de arte- de las penumbras de aquellos
años terribles. Pecados originales es
un díptico de lucidez deslumbrante, dos pequeñas obras maestras de la
literatura que componen un gran regalo para el lector, uno de esos que
perduran, inolvidables. Hasta siempre, maestro.
1. Ilustración: Quint Buchholz
© Jesús A. Salmerón Giménez© Jesús A. Salmerón Giménez
Hay un especial encanto en los primeros libros que solemos leer, en mi caso, tal vez por la edad tan temprana en la que se produjo, fue la Iliada, y el Lazarillo de Tormes. Dos libros que abrieron las puertas a todos los que vinieron después. Siempre ha habido libros a mi alrededor.
ResponderEliminarNo fueron malos los comienzos, amigo: dos obras maestras indiscutibles de la literatura universal (los míos fueron más modestos: los primeros libros que recuerdo son los de Enyd Blyton, que por aque remoto entonces me tenían sorbido el seso). No me extraña que, por lo que dices, luego hayas buscado siempre su compañía. En muchos de ellos encontramos sabiduría y belleza, como en tus cuadros (los pocos que he tenido oportunidad de ver). Gracias por el comentario.
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