Jesús A. Salmerón Giménez
Don Miguel, bueno y valiente.
Tal día como hoy -al igual que Cervantes, a cuyo Don Quijote dedicó un libro memorable-, hace 151 años, el 29 de septiembre de 1864, el filósofo y escritor veía la luz del mundo, que tanto le fascinó, en Bilbao.
Miguel
de Unamuno contribuyó enormemente a la literatura y a la filosofía con una
producción íntima y crítica, consecuencia de una profunda reflexión. Este
hombre, con su eterna pinta de viejo profesor, siempre me ha provocado un
emocionado respeto. Un gran escritor, por el que siento una admiración y
simpatía casi adolescente. Pues, además de ser uno de los más grandes
escritores de su generación (de entre su ingente obra destaco San Manuel, bueno y mártir, Niebla o Del sentimiento trágico de la vida), demostró a lo largo de su vida
una grandeza espiritual y un coraje moral poco usual en el ruedo ibérico, que
culminó con aquel ya legendario zas! en toda la boca al fascista tullido de
Millán Astray, en medio de una multitud enardecida y fanática, el 12 de octubre
de 1936, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, donde convergieron la
inteligencia más excelsa y la más criminal del momento:
“Éste
es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando
su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no
convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaríais
algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que
penséis en España. He dicho.”
1. Miguel de Unamuno, pintado por Ignacio Zuloaga.
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