viernes, 11 de septiembre de 2015

LA JUNTA DE LOS RÍOS

Pedro Diego Gil López

Hoy quiero hablar de un lugar donde se concentra un punto energético determinante, la confluencia de dos ríos, una singularidad que aísla un paraje concreto, reducido y rodeado de almadenes de aspecto inaccesible. 

El río Segura recibe en este punto a uno de sus afluentes por su margen derecha, el río Quipar, que llega hasta él a través de un cañón propio, presentando un espacio de laderas desiertas salpicadas de pinos carrascos, hasta el cauce principal donde una explosión vegetal aprovecha la constante humedad, formando un impenetrable entramado de zarzas, aneas y mimbreras, un denso cañar y pequeñas alamedas que compiten con el porte de los pinos, ejemplares, en este caso, que parecen de otra especie distinta a la de sus hermanos de la sierra. 


El paisaje presenta, en un principio, dos orillas casi enfrentadas, la de la margen izquierda presenta una generosa accesibilidad de campos y vegas, hasta que el río Segura se encajona en su cañón de Almadenes. Esta orilla, opuesta a la desembocadura del Quipar, cultivada antiguamente por el hombre, está salpicada de higueras y granados, que en su abandono compiten con aladiernos y baladres. 

Hablo de un paraje hecho de cuatro orillas, rodeado en su mayor parte de un monte severo. Hablo de ríos, de abundancia, de caudales y afluencias, y a la vez, de confusiones y desordenes, de crecidas y riadas. Hablo de mundos y magnetismos acuáticos, y de filtraciones milenarias, una suma de energías en un espacio muy concreto, en un lugar hermoso y natural, hábitat seguro, microclima preservado, que se ha ido excavando en su propia orografía, abriéndose paso entre fracturas y fallas, disolviendo las rocas con el paso del tiempo. Inicio de un sistema kárstico que da lugar a una inusitada vida a través de turgencias, cuevas y simas. Un espacio despoblado, de dura apariencia, en contradicción con la riqueza del agua. El cauce principal, en este espacio, da de sí una barrera, un límite entre dos formidables orillas que separa la confluencia del cañón del Quipar y la aísla, en su propia naturaleza, de la accesibilidad humana. El Segura recibe las exiguas aguas del río Quipar, retenidas en su mayor parte en una cárcel de cemento, en la presa del pantano de Alfonso XIII. Luego sus propias aguas, también son retenidas en la presa cercana de la Mulata, obra hidráulica que obtiene la parte más superficial de su energía, para producir electricidad en el Salto de Almadenes, dejando en su naturaleza lo más valioso de su poder. Con el estancamiento que provoca la presa se inunda la confluencia, se altera el cauce y se ralentiza la corriente. 


El Segura es aquí, de por sí, un río dominado por el hombre, un cúmulo de hojas, una depósito de flores, una llegada de cuerpos alados, silbidos de remolinos que componen una música en la corriente. Las aguas que discurren sobre su lecho dividido se hieren de vida cuando acogen al afluente, sienten la compañía vertida de aguas distantes, de humedales imposibles, de la sal del tiempo acumulada en otros lechos. Llega el agua a jugar con la ova, depurándose en tu tarquín y tu lodo. Río coronado de zarzas, vestido de aneas, quieren las cañas cegarte y te salvan las humildes alamedas.                                                                              
La historia del paraje es asombrosa, primitiva, legendaria. Abundan en los alrededores cuevas con pinturas rupestres que atestiguan la importancia que tuvo en otros tiempos para la vida humana, prueba de que desde muy antiguo ya se percibía esa energía que trasmite el lugar. Han quedado como muestra de los hechos ídolos enigmáticos, matriarcales figuraciones, simbólicas danzas de guerreros, estilizadas partidas de caza y una fauna desaparecida. 


Mucho más recientemente, allí, justo frente a la junta de los ríos, en un alto, a salvo de las posibles riadas, alguien erigió una escuela, un  edificio que se alza hacia el cielo de una forma casi mágica, hoy abandonado y en ruinas, pero de alguna forma aún latente. La gente se refiere a esta edificación como la Casa de la Maestra. A destacar la lejanía de cualquier núcleo de población, por pequeño que pudiera ser. Otros tiempos que pasaron, huellas que van desapareciendo, mientras la soledad, al otro lado del río, se agranda de forma opuesta. Yo me quedo mirando un punto concreto de las aguas, que permanecen en una relativa calma, una falsa quietud, alterada por una poderosa sinergia, que muestran los pequeños remolinos y los repentinos borbotones de la corriente. 


La contemplación, el canto de los pájaros, el roce de las cañas con el viento, penachos y hojas, el azul del cielo y esas nubes que dan forma a las ligeras sombras que recorren el paisaje. Las flores de los baladres, de los granados, de la ajedrea. Hay día, luz, verdor. Trampa visual, encantamiento, olvido. Es la soledad, la mirada alejándose, llegando a lo inhóspito como frontera, estampa de estos almadenes del Quipar, del Segura que se ve frenado a la entrada a su cañón, a su fuga de milenios hacia el mar. Lugar, encuentro, perderse por aquí, cruzar a la otra orilla, internarse en las laderas de la sierra, avanzar, despertar, cumplir los sueños. Una maestra, una escuela. Confederaciones hidrográficas y compañías eléctricas desdibujando la naturaleza, tratando de robar la energía, de encauzarla para utilizarla a su antojo. Una energía imposible, profunda, incontrolable y persistente, la que queda prestando todo su poder a los entornos. El río como fuente, la naturaleza como referente, el agua fantástica.   
El lugar pertenece al término municipal de Calasparra, sin embargo es un paraje muy vinculado a Cieza, nombrado como La junta de los ríos, sobre todo la zona comprendida entre la margen derecha del río Segura y el cañón del Quipar, hasta el Salto de Almadenes, ya en el término de Cieza, desde el cual se accede a pie por la senda que comunica la central eléctrica de Almadenes con la presa de la Mulata, que resulta un recorrido impresionante. Llegar hasta este lugar por la margen izquierda es más fácil. Al iniciar la carretera asfaltada que baja a la presa de la Mulata, unos metros más allá, sale un camino de tierra. Avanzando por él, pronto descenderemos al río. Pero lo primero que llamará la atención será la Casa de la Maestra y luego, el precioso paisaje del río en contraste con las sierras. Desde allí parte una ruta: El sendero de las lomas de la Mulata que llega hasta los campos de arrozales de Calasparra.

© Pedro Diego Gil López 


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