Pedro Diego Gil López
Hoy quiero hablar de un lugar donde se concentra un punto energético determinante,
la confluencia de dos ríos, una singularidad que aísla un paraje concreto,
reducido y rodeado de almadenes de aspecto inaccesible.
El río Segura recibe
en este punto a uno de sus afluentes por su margen derecha, el río Quipar, que
llega hasta él a través de un cañón propio, presentando un espacio de laderas
desiertas salpicadas de pinos carrascos, hasta el cauce principal donde una
explosión vegetal aprovecha la constante humedad, formando un impenetrable
entramado de zarzas, aneas y mimbreras, un denso cañar y pequeñas alamedas que
compiten con el porte de los pinos, ejemplares, en este caso, que parecen de
otra especie distinta a la de sus hermanos de la sierra.
El paisaje presenta,
en un principio, dos orillas casi enfrentadas, la de la margen izquierda
presenta una generosa accesibilidad de campos y vegas, hasta que el río Segura
se encajona en su cañón de Almadenes. Esta orilla, opuesta a la desembocadura
del Quipar, cultivada antiguamente por el hombre, está salpicada de higueras y
granados, que en su abandono compiten con aladiernos y baladres.
Hablo de un paraje hecho de cuatro orillas,
rodeado en su mayor parte de un monte severo. Hablo de ríos, de abundancia, de
caudales y afluencias, y a la vez, de confusiones y desordenes, de crecidas y
riadas. Hablo de mundos y magnetismos acuáticos, y de filtraciones milenarias,
una suma de energías en un espacio muy concreto, en un lugar hermoso y natural,
hábitat seguro, microclima preservado, que se ha ido excavando en su propia
orografía, abriéndose paso entre fracturas y fallas, disolviendo las rocas con
el paso del tiempo. Inicio de un sistema kárstico que da lugar a una inusitada
vida a través de turgencias, cuevas y simas. Un espacio despoblado, de dura
apariencia, en contradicción con la riqueza del agua. El cauce principal, en
este espacio, da de sí una barrera, un límite entre dos formidables orillas que
separa la confluencia del cañón del Quipar y la aísla, en su propia naturaleza,
de la accesibilidad humana. El Segura recibe las exiguas aguas del río Quipar,
retenidas en su mayor parte en una cárcel de cemento, en la presa del pantano
de Alfonso XIII. Luego sus propias aguas, también son retenidas en la presa
cercana de la Mulata, obra hidráulica que obtiene la parte más superficial de
su energía, para producir electricidad en el Salto de Almadenes, dejando en su
naturaleza lo más valioso de su poder. Con el estancamiento que provoca la
presa se inunda la confluencia, se altera el cauce y se ralentiza la corriente.
El Segura es aquí, de por sí, un río dominado por el hombre, un cúmulo de
hojas, una depósito de flores, una llegada de cuerpos alados, silbidos de
remolinos que componen una música en la corriente. Las aguas que discurren
sobre su lecho dividido se hieren de vida cuando acogen al afluente, sienten la
compañía vertida de aguas distantes, de humedales imposibles, de la sal del
tiempo acumulada en otros lechos. Llega el agua a jugar con la ova, depurándose
en tu tarquín y tu lodo. Río coronado de zarzas, vestido de aneas, quieren las
cañas cegarte y te salvan las humildes alamedas.
La historia del paraje es asombrosa,
primitiva, legendaria. Abundan en los alrededores cuevas con pinturas rupestres
que atestiguan la importancia que tuvo en otros tiempos para la vida humana,
prueba de que desde muy antiguo ya se percibía esa energía que trasmite el
lugar. Han quedado como muestra de los hechos ídolos enigmáticos, matriarcales
figuraciones, simbólicas danzas de guerreros, estilizadas partidas de caza y
una fauna desaparecida.
Mucho más recientemente, allí, justo frente a la junta
de los ríos, en un alto, a salvo de las posibles riadas, alguien erigió una
escuela, un edificio que se alza hacia
el cielo de una forma casi mágica, hoy abandonado y en ruinas, pero de alguna
forma aún latente. La gente se refiere a esta edificación como la Casa de la
Maestra. A destacar la lejanía de cualquier núcleo de población, por pequeño
que pudiera ser. Otros tiempos que pasaron, huellas que van desapareciendo,
mientras la soledad, al otro lado del río, se agranda de forma opuesta. Yo me
quedo mirando un punto concreto de las aguas, que permanecen en una relativa
calma, una falsa quietud, alterada por una poderosa sinergia, que muestran los
pequeños remolinos y los repentinos borbotones de la corriente.
La
contemplación, el canto de los pájaros, el roce de las cañas con el viento,
penachos y hojas, el azul del cielo y esas nubes que dan forma a las ligeras
sombras que recorren el paisaje. Las flores de los baladres, de los granados,
de la ajedrea. Hay día, luz, verdor. Trampa visual, encantamiento, olvido. Es
la soledad, la mirada alejándose, llegando a lo inhóspito como frontera,
estampa de estos almadenes del Quipar, del Segura que se ve frenado a la
entrada a su cañón, a su fuga de milenios hacia el mar. Lugar, encuentro,
perderse por aquí, cruzar a la otra orilla, internarse en las laderas de la
sierra, avanzar, despertar, cumplir los sueños. Una maestra, una escuela.
Confederaciones hidrográficas y compañías eléctricas desdibujando la
naturaleza, tratando de robar la energía, de encauzarla para utilizarla a su
antojo. Una energía imposible, profunda, incontrolable y persistente, la que
queda prestando todo su poder a los entornos. El río como fuente, la naturaleza
como referente, el agua fantástica.
El lugar
pertenece al término municipal de Calasparra, sin embargo es un paraje muy
vinculado a Cieza, nombrado como La junta de los ríos, sobre todo la zona
comprendida entre la margen derecha del río Segura y el cañón del Quipar, hasta
el Salto de Almadenes, ya en el término de Cieza, desde el cual se accede a pie
por la senda que comunica la central eléctrica de Almadenes con la presa de la
Mulata, que resulta un recorrido impresionante. Llegar hasta este lugar por la
margen izquierda es más fácil. Al iniciar la carretera asfaltada que baja a la
presa de la Mulata, unos metros más allá, sale un camino de tierra. Avanzando
por él, pronto descenderemos al río. Pero lo primero que llamará la atención
será la Casa de la Maestra y luego, el precioso paisaje del río en contraste
con las sierras. Desde allí parte una ruta: El sendero de las lomas de la
Mulata que llega hasta los campos de arrozales de Calasparra.
© Pedro Diego Gil López
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