Jesús A. Salmerón Giménez
No sé
si el verano es el mejor tiempo para la lectura (Vila-Matas sí parece tenerlo
claro: “Idóneo
el verano para leer no lo es en absoluto. Basta recordar lo que les pasa a los
libros que llevamos a la playa y que acaban destrozados por el viento y la
arena”. Ahora que, también es cierto, nuestro irónico escritor no
parece albergar grandes expectativas con esta estación del año: El verano es
tiempo “de recibir turistas que se tiran de los balcones de sus cuartos de hotel.
Y tiempo de ver cómo si uno no piensa como los que no piensan, acaba siendo
señalado por ellos”).
En cualquier caso, pedir recomendaciones para elegir los libros que se meterán en la maleta durante las vacaciones es un clásico en estas fechas, y yo no podía dejar a mis lectores de NOTAS (me ha dicho Rosa que, haberlos, haylos) ayunos de ellas (sea para seguirlas o para todo lo contrario: saber que libros no tiene usted que leerse este verano). Como comprobará -generoso lector que ha aguardado hasta el final-, es una propuesta heterogénea, tanto en lo que a temáticas como a autores se refiere, que condensa las mejores referencias de mis últimas lecturas, de las que, aseguro, he aprendido mucho (como dijo don Quijote: "El que lee mucho y anda mucho, vee mucho y sabe mucho" ).
En cualquier caso, pedir recomendaciones para elegir los libros que se meterán en la maleta durante las vacaciones es un clásico en estas fechas, y yo no podía dejar a mis lectores de NOTAS (me ha dicho Rosa que, haberlos, haylos) ayunos de ellas (sea para seguirlas o para todo lo contrario: saber que libros no tiene usted que leerse este verano). Como comprobará -generoso lector que ha aguardado hasta el final-, es una propuesta heterogénea, tanto en lo que a temáticas como a autores se refiere, que condensa las mejores referencias de mis últimas lecturas, de las que, aseguro, he aprendido mucho (como dijo don Quijote: "El que lee mucho y anda mucho, vee mucho y sabe mucho" ).
* Blitz, de David Trueba. En
la jornada de reflexión de las últimas elecciones, siguiendo los consejos de un
amigo de facebook, leí este libro - pintiparado para la ocasión: la han
definido como una novela de la crisis -económica, social, de identidad, y hasta
de la crisis de pareja-. Y realmente mereció la pena. Es una obra breve, en la
que un joven arquitecto que llega a Munich, invitado a participar en un
concurso, conoce a una sexagenaria con la que mantendrá una relación sexual.
Escrita con un lenguaje directo, coloquial, pero preciso y ameno, con un humor
inteligente que recorre todo el relato, nos cuenta una historia turbadora -con
varias capas de lectura: un envoltorio de comedia para un retrato de la soledad
y el fracaso- que nos engancha desde las primeras líneas (desternillante el
fragmento sobre los móviles: el mensaje delator que desencadena toda la
historia: el naufragio vital y profesional del paisajista en tierras bávaras).
No había leído nada de Trueba (sólo los artículos de El País), pero había visto la excelente Vivir es fácil con los ojos
cerrados (para mí, junto a La isla mínima,
una de las mejores películas españolas de los últimos años), y sabía que es un
tipo inteligente, honesto, y un creador de talento. Todo esto se refleja en
esta excelente novela, que se lee de un tirón, y que nos deja la sensación
feliz que te dejan los buenos libros, como dice Prado: algo que te hace recordar lo mejor del ser humano.
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Añadir leyenda |
* La vida perenne, de José Luis Sampedro. Dos
años después de la muerte de José Luis Sampedro, su viuda, Olga Lucas, publica
un libro del maestro, referente moral de
todas las personas de bien de este país (disculpad que me incluya), que
seguimos necesitando de sus enseñanzas, parte de las cuales ha reunido en La vida perenne, una obra que es, nos dice,
"un
antídoto contra la prisa".
La vida perenne es un viaje a través de la filosofía vital del
autor fallecido el 8 de abril de 2013, en el que los pensamientos y
sentimientos de Sampedro se mezclan con las voces de los sabios de Oriente y
Occidente de los que aprendió, desde San Juan de la Cruz a los maestros sufíes
o del taoísmo, acompañados por las imágenes del fotógrafo Chema Madoz.
* Mis chistes, mi filosofía, de Slajov Žižek. De muy distinta traza es el libro Mis chistes, mi filosofía, del esloveno Slavoj Žižek, a quien se ha
calificado del «filósofo más peligroso de Occidente», y que aquí parece el
cómico más ácido y chocarrero del club de la comedia.
«El presente libro reúne 107 chistes,
desperdigados por toda la obra de Žižek, en un volumen que parece dar la razón
a la frase de Wittgenstein: «Una obra filosófica seria debería estar compuesta
enteramente de chistes.»
* Monasterio, de Eduardo
Halfon. El
escritor Eduardo Halfon, guatemalteco por equivocación (sus antepasados, que
huían en barco dejando atrás una Europa en llamas, desembarcaron en Guatemala
por error creyendo que era Panamá, adonde se dirigían por tener allí un pariente
judío), nos deslumbra con Monasterio, una novela breve, de corte
testimonial, a mitad de camino entre la ficción y la autobiografía, en la que
nos relata, con talento narrativo, con un lenguaje sencillo y eficaz, pero
también intenso y sutil, un viaje a Jerusalén para asistir a la boda de su
hermana (ultraortodoxa), que se convierte en un búsqueda febril de la
identidad: «Monasterio
es un viaje conmovedor e intenso a las profundidades de la identidad, la
intolerancia religiosa, y los límites y ficciones que el hombre usa para
entenderse y sobrevivir.»
Quizá leer sea una forma de
redimirnos. Como sostiene Eduardo Halfon,
‘cada
persona elige cómo quiere salvarse'.
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* Ya no es tarde , Benjamín
Prado. Un espléndido poemario, un viaje -como sostiene el poeta- entendido
como un modo de alejarse hacia sí mismo.
Un libro de amor
(llega
María, acaba el invierno, sale el sol, la nieve llora lágrimas de gigante vencido
/ y de pronto la puerta no es un error del muro / y la calma no es cal viva en
el alma / y mis llaves no cierran y abren una prisión.), y lecturas
(He
aprendido a nadar en los libros de Conrad; / a huir en los poemas de Vallejo y
Rimbaud. / Hablo cualquier idioma. Vivo en todas las épocas. / Me llamaban
Machado: / mi tumba está en Colliure ), y denuncia social ("Mira como
funciona el negocio de la desigualdad: para que sigan llenas algunas cajas
fuertes, tiene que haber millones de neveras vacías"); y la
experiencia de la muerte ("guardaré sus palabras, custodiaré sus huellas; y jamás
voy a darla por perdida: la memoria es el margen de error del olvido").
Sus poemas
emocionan y hieren, porque son sinceros. Sus versos son relámpagos en los que
aletea el frágil pájaro de la vida.
¿Quién da más?
* Cuentos de
horror , de Horacio
Quiroga. No
es el mejor título (como sostiene Manguel, el terror y el horror son
sentimientos opuestos: "El
primero agudiza nuestras facultades. El segundo las apaga"), pero recoge un puñado de
cuentos magistrales de Horacio Quiroga, un consumado maestro del escalofrío
(Quiroga es considerado un modelo de cuentista en castellano y uno de los
mejores narradores latinoamericanos de todos los tiempos).
Sus relatos (ambientados en Misiones, el duro y selvático
territorio argentino fronterizo con Brasil y
Paraguay) están perfectamente estructurados, con tensión narrativa y siempre
cuentan con un cierre perfecto, impactante.
Aunque
no suelo frecuentar la literatura de terror -a pesar del placer que me suele
deparar su lectura-, en mi memoria ocupan un pequeño rincón algunos títulos
conocidos de la imaginación aterradora: Los mitos de Cthulhu, de Lovecraft (esas formas 'imposibles de
describir'...); Bestiario, de Cortázar,
y el inexplicable acoso de Casa tomada ; la pesadilla de El Proceso,
de Kafka; esa prodigiosa vuelta de
tuerca al mito de los vampiros que es Soy leyenda, de Richard Matheson; el insuperable Frankenstein, de Mary Shelley; El doctor Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson; La Isla del doctor Moreau, de Wells; y quizás el más terrorífico de
todos, El Horla, de Maupassant...
A
partir de ahora, 'La gallina degollada'
y 'El almohadón de plumas', de Horacio Quiroga; tendrán un sitio en
ese rincón deliciosamente oscuro de mi memoria.
*El vuelo de la razón, de Vicente
de Muñoz Puelles. Nada relacionado con Goya me es ajeno. Para
mí, el pintor aragonés es el artista español por excelencia y uno de los más
grandes creadores universales que en el mundo han sido. Por lo que,
entenderéis, que todo lo relacionado con este sordo genial lo lea con fruición,
y más si está bien escrito y aporta algo nuevo al siempre magro caudal de mis
conocimientos sobre el artista y su obra. Ese es el caso de El vuelo de la razón (Goya, pintor de la
libertad), de Vicente Muñoz
Puelles, escritor que no conocía y quien - según he descubierto- tiene otro
libro sobre nuestro pintor -que pienso leer pronto, claro-, en el que aborda la
misteriosa desaparición del cráneo de Goya (pero esa es otra historia...). En
este libro es el mismo pintor el que repasa su vida a partir de tres cuadros
emblemáticos: La familia de Carlos
IV (obra realista y nada complaciente con los personajes retratados);
Los fusilamientos del 3 de mayo de
1808 (Goya se convierte en un reportero de guerra: usa los pinceles
como un fotógrafo usa su cámara para denunciar lo que ocurre); y La lechera de Burdeos,
realizado en el exilio con un nuevo estilo, más libre y suelto. Y esta última
etapa de Goya es la que más me interesa,
la que siempre me ha producido una profunda fascinación.
El
gran Moratín, exiliado en Burdeos, le acucia -esa eterna llamada española, vente a Alemania, Pepe- :"Vente a Burdeos -me escribía, y con tus ahorros
vivirás como un sátrapa. Vente, y no me envidiarás. Vente antes de que te coja
el carro. Vente, que, si aguardas más, cuando quieras ya no será tiempo..."
Y
ahí que va el anciano Goya: un viejo de 78 años que emprende una nueva vida,
con renovado brío, como si disfrutara de una segunda juventud. Un Goya
desafiante y cabezón hasta el final, que se encuentra y transforma en la
hermosa ciudad de Burdeos (todo le gusta: las calles anchas y limpias, el campo
próximo, el clima, la comida, los vinos, la tranquilidad de que disfruta) y
deja atrás el infierno de su patria, la
feroz represión de Fernando VII, un pueblo cruel que se revuelve contra sus
mejores hombres. Atrás también la pintura violenta, a golpes, utilizando
cuchillos y dedos, como si matara (las maravillosas y terribles pinturas
negras, que realizaría -abismado en la soledad y la locura- en su exilio
interior de la Quinta del Sordo; y descubre la pincelada suelta, luminosa
("...me falta todo menos mi fuerza
de voluntad y esa la tengo en exceso")
con la que, anticipándose al impresionismo, pinta su última obra maestra: La
lechera de Burdeos, un vibrante lienzo en el que Goya se expresa con total
libertad y optimismo ("La
serena delicadeza que envuelve a la joven, y el recuperado entusiasmo por el
color, por la luz y la belleza, parecen revelar una reconciliación con la vida,
una nueva juventud de Goya en la bella ciudad de Burdeos").
Por
último, el clásico recordatorio de la lectura de un clásico. Como saben todos
aquellos que hayan seguido estas colaboraciones en Notas, Los ensayos de Montaigne representan para mí una guía para la vida: es una lectura
continua y atemporal, con la que paso horas enteras. Os digo: Leed a Montaigne...Os tranquilizará. Pero también: Leedlo para vivir.
Feliz Verano, amigos. (Leyendo y, al tiempo, caminando).
Feliz Verano, amigos. (Leyendo y, al tiempo, caminando).
Ilustraciones de Quint Buchholz
© Jesús A. Salmerón Giménez
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