Jesús A. Salmerón Giménez
“Un niño, más que cualquier otro don
que la tierra le ofrezca al hombre que
declina,
trae consigo esperanzas y pensamientos de
futuro”.
Wordworth
“Yo no recibía ningún
consejo, ningún apoyo, ningún estimulante, ningún consuelo, ninguna asistencia
de ningún tipo, de nadie que me pudiera recordar. ¡Cuánto deseaba ir al
cielo!”.
David Copperfield, Dickens
Los
niños –forman parte de uno de los colectivos más vulnerables ante el actual
panorama económico del país, a pesar de lo cual se han convertido en los
grandes olvidados. Los últimos datos de Eurostat publicados son estremecedores,
al señalar que ya son más de 2,8 millones los niños y niñas que en España viven
por debajo del umbral de la pobreza (sólo Rumanía, con el 35% de su población
infantil en situación de pobreza, presenta datos peores entre los países de la
Unión Europea).
Es
un drama monstruoso que se produce en este país, y que sufren cada día uno de
cada tres niños españoles. Ser pobre en España no es como en los países del
Otromundo -ya reseñé aquí el descomunal
libro de Martín Caparrós, El Hambre, en el que nos relata ese holocausto
cotidiano-, tener hambre pero sí mala calidad de alimentación: “en nuestro país, para 30 de cada 100 niños la fruta es un
lujo porque no pueden tomar siquiera una pieza al día. 30 de cada 100 niños no
toman verdura a diario porque sus familias no se lo pueden permitir, y 20 de
cada 100 niños no han estrenado ropa y no tienen más que un par de zapatos.”
(Save The Children). No es no poder ir a la escuela, sino no tener material
para estudiar: “Hablamos con padres que por las
noches han dejado de cenar para ahorrar esa parte del presupuesto familiar e
invertirlo en los libros que el colegio pide para sus hijos" (Save
The Children). Ser pobre en España significa falta de oportunidades y
vulneración de los derechos de los niños.
Y,
además de sus evidentes efectos inmediatos, las consecuencias a medio y largo
plazo de la pobreza infantil son devastadoras: las secuelas que puede generar
en los jóvenes a nivel físico, psicológico y educativo pueden ser muy graves,
determinando, por ejemplo, sus enfermedades de adulto, sus capacidades de poder
o no estudiar una carrera universitaria, su personalidad o sus relaciones
sociales.
Entre
las principales consecuencias de la pobreza que describe UNICEF, se encuentran:
- Una mayor propensión a las enfermedades:
los niños que se alimenta mal o comen demasiado poco, crecen para sufrir más
enfermedades -hipertensión, diabetes, obesidad, anemia, descalcificación de los
huesos- y a tener una mayor tendencia a padecer enfermedades respiratorias e
infecciosas (José Mª Moreno, coordinador del Comité de Nutrición de la
Asociación Española de Pediatría)
- Malnutrición: A un adulto ya
desarrollado la carencias alimentaria le afecta, pero en el caso de un niño le
puede marcar para siempre en función de sus condiciones genéticas y ser
dramático para su salud en el futuro", afirma García Pérez.
- Fomenta la hipocondría y la depresión:
los niños que observan a su alrededor dificultades constantes tienden a sentir
indefensión y culpabilidad. Al no tener capacidad de entender qué pasa y por
qué pueden sentirse responsables y eso lleva a la alerta constante cuando son
adultos. Pueden hacerse muy hipocondríacos y muy inseguros (Antonio Cano,
catedrático de psicología de la UCM)
- Incita al fracaso escolar: Las
adversidades que un niño sufra en sus tres primero años de vida marcan su
desarrollo cognitivo y esto puede hacer que en un futuro un niño esté o no
preparado para avanzar e ir a la universidad (Antonio Cano).
- Exceso de estrés tóxico y estigmatización:
Quienes viven en pobreza o riesgo de exclusión no sólo se encuentran “cansados
psicológicamente, preocupados y/o estresados por la situación que viven en
casa” cuando llegan al aula, sino que están “cansados también físicamente
porque comen mal”. Y éste aumenta cuando no recibe la atención necesaria de
vuelta en la casa (estrés tóxico) y cuando son “señalados y apuntados” por sus
pares (estigmatización). Sus
altos niveles pueden afectar drásticamente el desarrollo cognitivo y la
capacidad de aprendizaje (UNICEF España).
Y
son casi tres millones los niños y niñas que sufren esta lacra en España. Todos
nos preguntamos: ¿Dónde está el Estado? ¿Qué hacen las administraciones? ¿Quién
rescata a esta gente? Como destaca un estudio de la Obra Social La Caixa: “la pobreza infantil en España tiene su causa última en
determinadas características tanto estructurales, del propio modelo de
crecimiento, como institucionales. España es, por ejemplo, uno de los pocos
países europeos donde no existe una prestación universal por hijo, cuando está
demostrado que la generosidad de las prestaciones sociales está directamente
relacionada con una menor pobreza infantil”.
En
mi opinión, los altos y preocupantes niveles de pobreza y exclusión social de
la infancia que se dan en nuestro país son, además de las causas “sin
pasaporte” –crisis económica y financiera; anemia de políticas sociales…- que
han afectado severamente a niños y niñas de todo el mundo, producto de una
España trágica, que no termina de desaparecer -la España de la picaresca y el
esperpento-, que parece mantenerse incólume e indiferente al embate de los siglos
y del progreso, extraño país éste en el que medran perillanes y maulas de toda
laya, garrapatas feroces que han excretado Gürtel, Bárcenas, sobresueldos,
sobres y sobornos, los E.R.E. de Andalucía, aeropuertos sin aviones, rescate de
autopistas, rescate de las cajas de ahorro, las preferentes, tarjetas black,
Urdangarín, el pequeño Nicolás, la familia Pujol…. De aquellos miércoles estos
estiércoles.
De
cualquier forma, no hay tiempo para rasgarse las vestiduras, se precisa un
profunda reflexión por parte de la clase política y del conjunto de la sociedad
sobre el futuro que queremos para nuestros niños y actuar contra esta terrible
lacra, impidiendo que se perpetúe de generación en generación. Y, para ello,
además de procurar las medidas asistenciales que se requieren de manera
inmediata para estos niños y niñas, todos nuestros esfuerzos y compromisos se
deben de dirigir a la educación (como sostuvo el maravilloso Emilio Lledó en la
impagable entrevista que le hizo el Gran Wyoming el pasado 4 de junio en el
programa El Intermedio: “La Educación es la solución”). Todos los expertos
coinciden, la educación es la clave: “El acceso a
una educación de calidad desde las primeras etapas de la vida es el mejor
instrumento para combatir la pobreza y la exclusión social, así como su
transmisión intergeneracional”. A pesar de ello, en los últimos años la
inversión estatal en educación se ha recortado un
16,7% desde 2010. La conciencia social (“no
me preocupa tanto la corrupción económica como la corrupción de la mente”,
declaró Emilio Lledó en la citada
entrevista) es la que debe de impulsar a que este tipo de políticas, que han
tenido consecuencias tan nefastas, cambien y se consideren una prioridad la
educación y la lucha contra la pobreza infantil, en definitiva el bienestar de
los niños y las niñas de este país: “Los niños son
el sismógrafo más sensible del progreso de los pueblos” (UNICEF).
La
injusta situación de la infancia en situación de pobreza en España es altamente
preocupante, pues trunca las vidas de millones de niños y niñas, que no pueden
realizarse, ni llevar una vida decente. Desde mi punto de vista, la extrema
desigualdad y la pobreza infantil son incompatibles con la democracia. Y esta
realidad dramática debe ser revertida y abordada como una emergencia nacional,
que, además de destinar los recursos a paliar la pobreza infantil, fomente al
mismo tiempo la educación y la innovación. Ellos tienen derecho de disfrutar su
infancia y educarse, démosle esa oportunidad.
© Jesús A. Salmerón Giménez
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