Paloma Rodríguez García
Fue una mañana. Todo pasó en una
mañana.
Un sábado normal acaba de despertar
para Mauro. Su madre lo llama a gritos desde la cocina, y él, tan perezoso como
siempre, emite un gruñido fastidiado por la interrupción de su maravilloso
sueño. Se da la vuelta en la cama y mira el reloj, al principio ve borroso pero
enfoca y: las 10:14. Inmediatamente vuelve a cerrar los ojos con un resoplido,
es temprano para él. Al cabo de un rato sube su madre, da dos toquecitos a la
puerta, como siempre hace, y entra. Sube la persiana para que entre la luz,
abre la ventana para ventilar la habitación y le retira las sábanas a su hijo,
el cual vuelve a resoplar.
– Venga ya Mauro, tu hermana ya ha
desayunado y se ha ido a danza. Mientras, tú sigues aquí... ¡Arriba!
Y sale de la habitación malhumorada
y murmurando: "Siempre igual..."
Mauro vuelve a mirar el reloj
(10:37) y se levanta muy a su pesar. Se peina con las manos su perfecto
flequillo, busca las zapatillas a tientas y se dirige al aseo para lavarse la
cara. Tras esto, va a la cocina. En la mesa están las típicas tostadas de los
sábados de tomate, aceite y sal, y junto a ellas un vaso de zumo. Desayuna
mirando un punto fijo, cuando de repente se acuerda: ¡hoy es SÁBADO! Casi pega
un brinco en la silla. Esta noche va a salir con sus amigos, lo pasará de lujo,
se emborrachará, y, quién sabe, puede que encuentre algún que otro lío, como
siempre... Y, ante esta perspectiva, dibuja una media sonrisa en su rostro y
termina de desayunar tranquila y alegremente. Mientras sube las escaleras su
madre le grita algo así como: "¡Haz tu cama!", pero él va absorto en
sus pensamientos, ¿qué se pone para esta noche?
Es tan inmaduro, tan descuidado
(excepto con su flequillo), tan superficial y tan egocéntrico que no le
importan los demás, solo él: su vida. Piensa que va por el buen camino: el de
no estudiar, salir en cuanto se presenta la ocasión, no hacer caso a nada de lo
que le digan (excepto sus amigos), amenazar a algún que otro blandengue y, cómo
no, peinarse su flequillo. Claro, visto así no son cosas buenas, pero para él es
lo correcto, cada persona es de una manera y piensa diferente...
Llega a su habitación y decide
sentarse en la silla que hay junto a su escritorio para pensar todos los
detalles de "la prometedora noche".
Se deja caer sobre ella y,
distraído, se pone a mirar la calle por la ventana. Es un día soleado, no asoma
ni una nube, y la calle está tranquila, únicamente pasean un matrimonio de
ancianos cogidos de la mano y una niña con su bicicleta. Mauro observa y se
centra en las ruedas de la bici, es de un azul eléctrico. La niña es rubia.
Mientras pedalea va moviendo la cabeza suavemente de un lado a otro y va
tarareando una cancioncilla. Mauro ya la ha visto alguna vez, es de su barrio,
vive a unas dos manzanas de su casa, y se pregunta qué hace por aquí ya que conoce
a su madre y sabe que es muy cuidadosa y no la deja irse muy lejos de casa...
Y, mientras piensa todo esto, dos calles más a la derecha, un señor circula con
su coche.
El conductor gira a la derecha.
Empieza a sonar una canción que parece no gustarle ya que frunce el ceño y
cambia la emisora de radio, suena otra canción y, satisfecho con la nueva
melodía, coloca de nuevo su mano sobre el volante. Gira a la derecha de nuevo
mientras pisa un poco el freno, va a pasar por una calle estrecha. Y el mundo se
le viene encima.
Mauro sigue observándola extrañado,
a ella y a su bici, y lo ve. Un coche acaba de doblar la esquina.
La ciclista de 7 años sigue
tarareando su canción con la mirada perdida, ajena al mundo.
La mente del conductor recuerda una
calle peatonal por ese barrio, pero demasiado tarde.
Y Mauro lo ve todo sin pestañear,
sin hacer nada. No grita, no se levanta de su silla. Se queda inmóvil. El mundo
parece abalanzarse sobre él y siente el fuerte golpe del manillar color azul
eléctrico en su pecho, siente que cae hacia la derecha y su hombro ahora es el
que recibe, siente lágrimas aflorar y surcar su rostro como si de dos
hormiguitas pequeñas se tratase. Lo siente todo, y, sin embargo, está sentado
en su silla tan cómoda, con su cama al lado desecha, su ropa recién doblada por
su madre sobre la mesa, mirando a través de un cristal que no está roto y
siente que aquello es una broma. Una parte de él muere, ¿qué haría sin su
hermana?, ¿qué sería de él si su preciosa hermana de 7 años hubiese estado en el
lugar de aquella a la que está observando?, ¿qué sentido tiene estar ahí, sin
poder hacer nada?, ¿qué importa la fiesta de esa noche?, ¿su hermana está en
clase de danza de verdad?, ¿qué tienes que hacer en la vida?, mejor dicho: ¿qué
es la vida?
Es un segundo, miles de preguntas en
un mísero y rápido segundo. Ninguna respuesta. El mundo da vueltas, no tiene
sentido, ¿qué está pasando? Se marea y tiene que agarrarse con fuerza a la mesa
para no caer, tiene los nudillos blancos. Se queda sin aliento, ¿qué le ocurre?
y descubre que se ha quedado sordo. Mira hacia el accidente y ve a muchas
personas histéricas de aquí para allá, gritando, llamando a la policía, y, al
conductor. Se ha quedado pálido y no puede articular palabra sentado en el
asiento de su coche, no se mueve, ni pestañea, ¿qué ha hecho?
Entonces Mauro lo ve. Algo o alguien
baja flotando junto a los árboles cuyas hojas son agitadas suavemente por la
brisa. Parece un sueño. Aterriza junto a la niña y le sonríe, se nota que la
joven tiene miedo, no quiere despegarse del suelo, no se quiere ir... Y Mauro,
a pesar de estar tan lejos y de estar sordo, escucha la voz de aquel ser:
– Venga, arriba te esperan, es un
lugar maravilloso, ni te lo imaginas. Todos están felices, no hay nadie enfermo
o con dificultades. Desearás haber estado toda tu vida allí.
Es una voz suave, tranquila,
pausada, que lo expresa todo y, es tan bella y segura, que dan ganas de
escucharla todo el día.
Tras estas palabras, la niña
responde con el rostro surcado de lágrimas y sus grandes ojos abiertos tanto
como puede:
– Pero, ¿y mi madre? ¡No puedo
dejarla aquí!
Y aquel ser sonríe, con la sonrisa
verdadera, la que no miente, no engaña, aquella que solo algunas personas
tienen, y le responde:
– Estarás con ella siempre, no
físicamente, pero la sentirás a tu lado, y, aunque a ella le cueste, se
acostumbrará a tenerte de esa manera, y será feliz con ello. Te lo prometo.
Y la niña, agotada, se deja llevar
por ese abrazo que le arranca el alma de su cuerpo.
Las personas estamos tan perdidas en
un accidente así que no prestamos atención a lo que pasa alrededor, solo nos
preocupa llamar a alguien, para que intente ayudar a aquella pobre niña. Por
eso, nadie ha presenciado esta magnífica conversación y escena.
Excepto Mauro, que, sin saber por
qué, lo ha presenciado todo como si estuviese al lado, ahí abajo, en la calle,
junto a la destrozada bicicleta azul eléctrico y junto al cuerpo de la niña.
La ve subir en brazos de aquel ser,
con el rostro más feliz que ha visto en la vida, hacia arriba, hacia quién sabe
dónde.
Cuando pierde de vista la escena
siente que se escapa algo, que falta algo, no tiene ni idea de lo que pasa pero
no tiene sentido nada a su alrededor. Con la mirada perdida intenta avistar el
cielo en busca de ese extraño ser, sin resultados, pero al cabo de unos minutos
lo vuelve a ver. Baja con serenidad, sin miedo, y Mauro se queda como una
estatua: va hacia él, le está sonriendo a él.
No se quiere ir, lo tiene muy claro,
es muy joven, ¡no ha vivido lo suficiente! Y mientras piensa todo esto él (o
ella) ya ha llegado frente a Mauro.
– No tengas miedo, no voy a llevarte
conmigo –dice sonriendo.
– Yo... Yo... ¿q... quién e...eres?
– Tranquilo, poca gente me ve cuando
en realidad no vengo a por ellos. Solo quería enseñarte una cosa, un par de
acontecimientos que creo que te sonarán...
Y, de repente, desaparece su
habitación. Está sentado en la arena y descubre, horrorizado, que es un bebé.
Sigue pensando como él piensa pero el que actúa es el bebé en cuyo cuerpo está
ahora encerrado. Levanta la vista y, por la esquina del tobogán que hay frente
a él, asoma otro bebé que se dirige gateando hasta él. Sin saber por qué,
siente miedo, pero se calla y se queda sentado. El otro bebé ya ha llegado a su
lado y, con una sonrisa maliciosa, le arrebata el cochecito con el que jugaba y
se va lo más rápido que puede. Mauro, mejor dicho, el bebé al que le acaban de
robar el coche, rompe a llorar e intenta ir tras el pequeño ladrón, pero no
sabe gatear, de manera que se queda en su sitio sentado y llorando sin poder
hacer nada. Mauro no está seguro, pero cree que el pequeño ladronzuelo es él
cuando apenas tenía 3 años. Contrariado por esta escena, se da cuenta de que
todo da vueltas de nuevo. Ahora es una niña regordeta, bajita y con gafas, de
unos 9 años. Está sentada en su pupitre de la clase, el profesor todavía no ha
llegado. De repente entra un chico y Mauro siente como se ruboriza, aunque en
realidad es la chica la que lo hace. Se pone nerviosa y baja la vista ya que el
chico la ha mirado y se dirige hacia ella. Empieza a sudar mientras él se
acerca y cuando éste llega a su pupitre le dice con una deslumbrante y
desafiante sonrisa:
– Buenos días gordi, ¿me has hecho
los deberes?
Ella intenta responder pero no puede
articular palabra, está nerviosa, de manera que le mira y asiente con la
cabeza. La cabeza de Mauro, en el cuerpo de esa niña, estalla. Ese chico es él
de pequeño, ahora está seguro.
Venga, ¿a qué esperas para dármelos
niña tonta?
– Emm...
Varios chicos sentados cerca de allí
se ríen ante el nerviosismo de la niña.
Ella se da cuenta y, para evitar que
le vean la cara, ahora colorada, se da la vuelta y busca los deberes prometidos
en su mochila. Se los da, sin poder mirarlo a la cara, y Mauro niño se los
arrebata de la mano, se va sin decir palabra y se reúne con sus amigos,
contagiándose de su risa, mientras ella llora en silencio y con la cabeza baja.
Todo da vueltas nuevamente, ahora es
un chico de 13 años, largirucho y con gafas. Va andando por el pasillo del
instituto, pero muy inseguro y, cada vez que va a girar por otro pasillo, se
asoma para ver si hay alguien. Se supone que todos están abajo en el patio ya
que es la hora del recreo, pero él teme bajar...
– Aquí estabas...
Esa voz, esa temida voz a sus
espaldas, hace que se le erice el vello de la nuca y palidezca en apenas un
segundo. Sin pensarlo echa a correr e inmediatamente oye las pisadas de tres
chicos tras él, en su persecución. Nunca ha sido un gran atleta así que al cabo
de muy poco tiene que pararse para tomar aliento, paso decisivo para que los
tres gamberros lo alcancen. Sin cruzar una palabra dos de ellos cogen de los
brazos al pobre chico, que resopla e intenta soltarse, pero sin éxito. El
tercero se coloca a un paso de ellos y lo mira a la cara. Mauro, aun sabiendo a
quién se iba a encontrar al levantar la cabeza aquel flacucho muchacho, se
siente aterrado por su imagen y sin poder remediarlo grita:
– ¡Basta, quiero que esto acabe!
Sácame de aquí, por favor...
Ya no está en el cuerpo de otra
persona, es él.
Está sentado en la silla de su
habitación, como hace algunos minutos, y tiembla. Como nunca antes a temblado.
Despiertan en él sentimientos de rabia e impotencia, y se odia a sí mismo.
¿Cómo es tan estúpido? Sus ojos, bañados en lágrimas, le impiden ver al ser que
lo ha llevado a vivir aquellos horribles minutos, que empieza a hablar de nuevo
y pausadamente:
– No tenías por qué haberme visto,
pero al verme has sido obligado a presenciar esto. Eres tú el que lo ha
provocado todo.
Mira, cada persona viene a este
mundo con un objetivo, una finalidad, pero nunca para hacer el mal. Llevas toda
tu vida haciendo cosas del estilo que acabas de ver, pero siempre has pensado
que así eres el mejor, llamas la atención en algo. Si supieras la cantidad de
gente que hay en el mundo que piensa y actúa como tú... Os envían para hacer el
bien, ayudar y ser buenos, solo así podrás realizarte y llegar a lo más alto.
Recuerda siempre que estamos en esta vida de paso, a nadie le importa realmente
lo que hagamos, solo a Él, y es tan
grande que te perdonará por todo, siempre. De nada sirve hacer daño si, al
final, todo lo que hay a tu alrededor se esfumará, incluso tú, entonces no te
quedará nada, y ¿qué harás?, ¿a dónde irás? Al único lugar en el mundo que hay
eterno...
Y entonces, Mauro levanta la vista,
con unos ojos nuevos, que ven el mundo distinto, unos oídos nuevos, que
escuchan distinto, y un nuevo propósito, un propósito distinto.
...
Paloma Rodríguez García nació el 3 de junio de 1999 (16 años).
Actualmente ha terminado 4º de ESO en el IES Emilio Pérez Piñero de Calasparra, estudios que compagina con 3º de Piano de Grado Medio, en el Conservatorio Profesional de Música de Caravaca de la Cruz.
Tope
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