Rosa Campos Gómez

El 23 de abril pertenece a los días fecundos. Es una gran fiesta que incita a leer con más pasión, si hay hábito, o a iniciar costumbre. Leer nos empodera.
Gratos encuentros en las calles de Madrid
Hace unos días me dirigía hacia la estación de ferrocarril ciezana para tomar el tren de la mañana camino de Madrid, y mientras me acercaba me llegaron a la memoria dos recuerdos que suelen acudirme por esta ruta. Uno de ellos es una canción que escuchaba de niña, no muchas veces, pero sí las suficientes como para que una de sus estrofas, que me chirriaba, no se cuele por el agujero del olvido sin haberla revisado: «Bajaba todos los días / de su casa a la estación / con un libro entre las manos / de Bécquer o Campoamor. / Era delgada y morena, / era de cintura fina, / era más cursi que un guante / la señorita Adelina» , de La niña de la estación. Porque lo leía, para eso llevaba un libro «entre las manos», que es lo que se hace cuando se abre y se lee en ese perfecto invento tecnológico que recoge la palabra escrita a través de los siglos. Y, confiando en que el fundamento de su cursilería no se diera por leer a Bécquer, me pregunto por qué el autor pintó con tanta ridiculez a esa mujer que se sabía los versos del poeta sevillano del romanticismo español al dedillo. Pero, ¿y si no eran cursiladas lo que veía en ella, sino que el ver a una mujer lectora lo desconcertaba, y, costándole trabajo reconocerlo, tiró por la sorna?
El
otro recuerdo pertenece a los ratos de ocio que vivían muchas familias, cuando llevaban a sus
pequeños a la estación de ferrocarril local en las tardes soleadas de invierno
o en las mañanas de domingo de cualquier estación del año, cuando esa era una
buena opción para los que no tenían posibles para acudir a otras actividades.
Eran unas horas ante el espectáculo que proporcionaba el arte de la ingeniería, que, a paso armónicamente machacón, pasaba
inusitadamente ante los ojos que aún guardaban la virtud de la curiosidad y la
sorpresa.
Viajar en tren me resulta agradable, igual que son esos minutos de espera que me permiten recorrer unos metros más allá de donde están los bancos al aire libre y el enorme reloj que enuncia con gran visibilidad el tránsito del tiempo aunque te alejes un poco.
El entorno de una estación sugiere cosas… Mirar los raíles de las vías ir alejándose a la vez que se van uniendo, dejando de ser líneas paralelas para convertirse en una en ese horizonte por donde después aparecerá el tren esperado, volviéndolas a desunir con ese ritmo de máquina algo distinto al de antaño pero que todavía sigue rememorando a aquél otro de los trenes antiguos, al de las películas del Oeste...
Cuando
me acomodé en el asiento, saqué un libro para leer y observé
que entre los pasajeros que estaban al alcance de mi vista habían bastantes que
llevaban libros abiertos (sólo vi un ebook), predominando las mujeres.
De
Cieza a Madrid hay unas cuatro horas de
tranquilidad prodigiosa que permiten leer en largos tirones. El texto que llevaba entre manos está dedicado a la
figura de Maquiavelo, pertenece a una colección de filosofía que constará de 30
títulos, todos dedicados a pensadores
masculinos excepto uno que tratará sobre Hannah Arendt (menos mal que hay una
filósofa entre ellos, me dije, y aunque
sea por los pelos esta colección cumple las expectativas de una campaña reciente que tiene por lema `No
sin mujeres´). Que
todos los hombres que componen la colección tienen hechos y fama bien asentada,
está claro, también que las mujeres no han tenido las mismas posibilidades de
formación y de divulgación
que ellos a lo largo de la historia, y aun así las hay, por lo que me cuestioné por qué no se las había incluido: ¿Por qué no son materia de estudio en
esta lista ni en muchas otras? ¿Por qué su pensamiento no se considera de tanta
envergadura como el de ellos? ¿Han
aportado a las sociedades que les ha tocado vivir tanto como lo han hecho ellos? ¿Por qué no han recibido sus trabajos la
misma divulgación que han tenido los de ellos? ¿Por qué no se las ha escuchado como a ellos?… María Zambrano dice: «la
actitud de preguntar supone la aparición de la conciencia».
No obstante, e independientemente de lo cuestionado, los libros de esta serie que he leído, que no son todos los que se van publicando, ni por orden de aparición, me parecen muy amenos e ilustran bien el contexto en el que vivió y se movió cada filósofo y su pensamiento, propiciando un rato de lectura grata incluso para quienes no sean muy aficionados a estos temas, y probablemente editados con esa precisa intención.
Volvamos
al tren: voy leyendo y miro al mundo (interiormente, por
supuesto, porque no hay ventana tan grande que lo abarque entero) y veo de la
similitud entre lo que él dice en El Príncipe y los quehaceres de algunos gobernantes y me
cuesta entender cómo pueden ser tan empecinados en caer en los enredos del
poder, con los descréditos que la historia les depara (por no añadir sustantivos mayores).
Filosofía
que trata de lo real y espurio es la consignada
por el autor florentino en su manual de El Principe, al que se le reconoce la novedad de contar, y bien, lo que se daba sin que nadie antes lo hubiera especificado por escrito, entre otras cosas eso de hacer el mal cuando la persecución para obtener un fin grande lo requiera… Leyéndolo
se hace atractivo ir contracorriente: elegir los mejores medios para el camino
hacia una meta, y aborrecer los malos, algo que, a buen seguro, el propio
Nicolás Maquiavelo fuera lo que más deseaba y lo que en el fondo, de forma indirecta, pretendía con su texto.
Ya en Atocha, mientras espero al tren de
cercanías que lleva a Sol, me encuentro junto a dos mujeres leyendo, una de ellas de pie junto al andén, como si cualquier resquicio de tiempo fuera un tesoro que llenara su placentera actividad; por pudor no le pido permiso para hacerle una foto.
Madrid es una ciudad hermosa. Los árboles en flor se suceden por sus vías y mi mirada lo agradece, hecha como está a la
floración ciezana y a la calasparreña.

Me
vuelvo hacia el busto de Clara
Campoamor y siento orgullo ajeno y
agradecimiento por lo que representa su
trayectoria intelectual y política, y su lucha por conseguir el sufragio
femenino. Me doy cuenta de que pronto habrán elecciones, y me cuestiono si realmente sabemos lo que supone
votar, si sabemos el poder que ese acto tiene en nuestras manos, y veo
necesario traer aquí estas palabras que escribió:
« (...) Resolved lo que queráis, pero afrontando la
responsabilidad de dar entrada a esa mitad de género humano en política, para
que la política sea cosa de dos, porque sólo hay una cosa que hace un sexo
solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y no podéis venir aquí
vosotros a legislar, a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la
raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras. »
(El voto femenino y yo. Ed. Horas. Madrid,
2006, p. 107)
Pienso en lo inevitable que es la política, y en lo necesaria. Nadie estamos al margen de ella, siendo responsables, en neto, los que la ejecutan y los que la procuran, parte esta última en la que estamos los votantes; y si apreciamos con nitidez el poder ingente que tenemos por el hecho de votar será fácil empoderarnos hasta los dientes de razones donde la justicia social conlleve al bien común, y leeremos con lupa los programas para elegir lo mejor, y si no está, para exigirlo.
Vuelvo a acordarme de todas las lectoras y lectores que vi en el tren de media distancia o mientras esperaban el de cercanías, con un libro entre sus manos; y de Maquiavelo y su manual para gobernantes y veo que no hay un manual del votante, ni creo que haga falta, solo hace falta leer en los libros, en los programas y en la vida para crear esa sociedad con significado de bien común, tan necesitada de apearse de la nube que la envuelve para empezar a pisar esa tierra que la vista y calce. Sí, leamos.
Sí, el 23 de abril, pertenece a los días fecundos. Es una gran fiesta que incita a leer con más pasión, si hay hábito, o a iniciar costumbre. Fiesta que hace del cuarto mes tiempo de libros, y que puede ir a más... porque leer nos empodera.
Entrañable "Quijote" que me encontré al día siguiente, camino del Museo del Prado.
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