Jesús A. Salmerón Giménez
“En algún lugar de un
libro hay una frase esperándonos para darle un sentido a la existencia”.
(Cervantes).
No
comparto (del todo) la propuesta de Vila-Matas de que el Día del libro, que
celebramos el pasado 23 de abril, pase a ser el Día del Hueso (aunque no de
oliva), ahora que parece haber más interés en los huesos de Cervantes que en su
obra -que no lee nadie-, y dada la actual tendencia de novelas escuálidas en
ideas “los lectores piden sólo libros deshuesados y
sin cuitas de estilo, alejados de excesivas complejidades”. Sin embargo,
algo (o mucho) de razón tiene el genial catalán, pues son muchas las razones
para que cunda la frustración y el desaliento en relación al estado de la
lectura en España (leer no es el verbo preferido de los españoles). Si echamos
una ojeada a las últimas estadísticas (barómetro CIS), el 35% de los encuestados no lee “casi nunca”
o directamente “nunca”; cada español lee una media de 10 libros al año (en
Finlandia son 47); en España existen 14 bibliotecas por cada 100.000
habitantes; en Finlandia 17 por cada 100.000). Por otro lado, sólo un tercio de
los españoles lee libros todos o casi todos los días de la semana y la mitad no
ha comprado ningún libro en los últimos doce meses. Además, el 35% no lee nunca
o casi nunca. Y, para terminar de arreglar la situación, sólo 3% de los alumnos
alcanzan el nivel más alto de resultados de la prueba OCDE-PISA, en destreza
lectora, y su índice de lectura está a la cola de Europa. Podemos afirmar, y
afirmamos, que el aserto de Azaña sigue plenamente vigente: “Hoy, en España, se lee tan poco que para guardar un
secreto, lo mejor es publicarlo en un libro.”
El
panorama es desolador, sí, para echarse a llorar, también -sobre un montón de
libros-, mas yo, como buen autodidacta, me considero hijo de la Ilustración
–ínfimo rescoldo de sus poderosas luces-, y aun consciente de que aquel siglo
dejó muchos cadáveres sin enterrar (no echo en saco roto el aviso para
navegantes de Steiner -“Ni la gran lectura, ni la
música, ni el arte han podido impedir la barbarie total", pero
modestamente pienso que más puñalás da la ignorancia; en lo que vengo a
coincidir con el gran Max Aub: "Pase lo que
pase: sólo la ignorancia es mala"),
he depositado una fe casi ciega (procuro, por un atavismo campesino, dejar
siempre una rendija para que penetre la luz) en el conocimiento, estando
siempre a favor de de la cultura, en todas sus manifestaciones. Y considero que
desarrollar el gusto por la lectura no es cuestión meramente de voluntad
individual: Que el fomento de la lectura, el afán por animar a leer, es y debe
ser una prioridad de todo el sistema educativo, pues la importancia de la
lectura como medio de informarse y, sobre todo, de formarse, es enorme.
La
lectura es un instrumento fundamental para el crecimiento personal y social de
los individuos; y esto, desde mi punto
de vista, es algo irrebatible, pues hay muchas razones de peso y una sólida
base científica para explicarlo: estimula la convivencia, contribuye a aumentar
el vocabulario, fomenta el razonamiento abstracto, potencia el pensamiento
creativo, estimula la conciencia crítica, etc. Pero además constituye una fuente inagotable de placer.
En
mi infancia y primera juventud, en aquella larga y atrabiliaria siesta que fue
el franquismo, la enseñanza de literatura era un espectáculo que oscilaba entre
lo abúlico y lo grotesco; la metodología de enseñanza consistía en memorizar
autores, obras y títulos, y abundaban las lápidas (¡Pobre el que no supiera el
año en que -famosamente- la palmó Calderón de la Barca!). Como afirma Muñoz
Molina: “la educación literaria era, y en ocasiones
sigue siendo, una manera rápida y barata de lograr que los adolescentes se
mantuvieran obstinadamente alejados de los libros”. Y la lectura es todo
lo contrario: un goce, un placer extraordinario, una forma de felicidad.
Bienvenida
sea pues la celebración del 23 de abril (por cierto, que tal día, ni es el día
en que murió Cervantes, ni es el día en que murió Shakespeare, ni es el día que
nació Nabokov, ni es el día que Islero le dió la cornada a Manolete), el Día
del Libro, el Sonría, por favor y todo aquello que anime y coadyuve al fomento
de la lectura. Pero recordemos también siempre que “El
amor por la lectura se aprende, pero no se enseña. Nadie puede obligarnos a
enamorarnos” (Alberto Manguel).
Como
nos hizo aprender el inmenso e inolvidable José Luis Sampedro:
“¿Habéis navegado alguna vez en un velero a lo largo de la
costa, movidos por una suave brisa que susurra en las velas, y viendo a poca
distancia cómo van apareciendo y quedando atrás lo detalles del litoral? (…)
Esa navegación en la librería, (…), y esa conquista fácil de otros mundos, de
otras vidas, que nunca conocería sin el libro es la fuerza, la magia, la
salvadora vivencia de la lectura. (…) Mientras yo no pierda los ojos ni la
razón, la lectura llenará mis deseos, provocará otros y me descubrirá lo que no
sospecho dando a mi limitada vida física perspectivas innumerables.
¡Desdichados los que se privan de estas navegaciones insustituibles,
indispensables, enriquecedoras! ¡Abramos sus ojos a la lectura!"
© Jesús A. Salmerón Giménez