domingo, 8 de marzo de 2015

LAS ESCRITORAS DE MI VIDA


 Jesús A. Salmerón Giménez


    No yerran las mujeres en modo alguno cuando rechazan las normas de vida que rigen el mundo; pues hanlas hecho los hombres sin contar con ellas.
                                               Montaigne, “Sobre unos versos de Virgilio”.

   En la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, hoy 8 de marzo, no voy a entrar a glosar la marginación secular de la mujer a lo largo de la historia –terrible situación que, salvo en determinadas parcelas del mundo occidental, siguen padeciendo hoy en día cientos de millones de personas-, ni a rebatir los argumentos de aquellos que lo justifican, pues considero más que evidente que estamos formados todos por el mismo molde, y solo el fanatismo que auspicia la religión o determinadas ideologías totalitarias pueden sostener la superioridad de un género sobre otro. Prefiero, siendo fiel a este rincón que me ha regalado Rosa, donde puedo ser el escribidor del lector que soy, hablar de las escritoras de mi vida, aquellas que, con sus libros, han dejado una huella indeleble en mi alma y me han regalado gratísimos momento de lectura. Sin exprimir mucho los recuerdos, hay dos que saltan como panteras de talento en el arca de mi memoria: Patricia Highsmith y Virginia Woolf.



Escribir es una forma de organizar la vida. Y la necesidad de hacerlo sigue presente aunque no se tenga público.
                                    Patricia Highsmith

A la primera dama, comencé a leerla en la adolescencia y sus novelas forman parte del haber sentimental de mi vida. Con mis amigos, también asiduos lectores de esta americana impasible -y tortuosa-, compartía el deslumbramiento que sentíamos por sus relatos perturbadores e hipnóticos. Nos pasábamos las noches en blanco devorando las intrincadas historias que urdía esta escritora excepcional, que siempre te dejaban en permanente estado de estupor y desasosiego. Sus pesadillas eran adictivas, pues se basan en un hondo conocimiento de la naturaleza humana y se sostienen en un perfecto suspense (una mezcla explosiva de cálculo frío y emoción al límite) que impresionó al mismo Hitchcock (quien llevaría –magistralmente- al cine su inquietante novela Extraños en un tren –el crimen perfecto: un crimen sin móviles).

Pero si hay un personaje, salido de su pavorosa pluma, que nos cautivó y, por lo menos a mí (cuando lo releo sus novelas o asoma en algunas de las estimables versiones cinematográficas que se han hecho de este singular personaje) me sigue encandilando, es el ambiguo, turbio, expeditivo, amoral, seductor, tormentoso y brutal Tom Ripley. A lo largo de las cinco novelas que componen la saga del oscuro y siempre peligroso Tom Ripley -en máxima tensión y continua zozobra- este espléndido profesional de la impostura, con su determinación y extraño encanto, nos pone inevitablemente de su parte, es el antihéroe de nuestro tiempo.

Esta gran dama del crimen, penetrante y sabia, que reveló nuestros tormentos interiores y nos asomó al misterio, será para siempre nuestra (inquietante) amiga americana.




No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.
                       Virginia Woolf



Siempre he sentido fascinación por Virginia Woolf: por la persona y por su literatura. He admirado sus ideas, expresadas siempre con extraordinaria claridad y agudeza:

“La vida es un halo luminoso, una envoltura semitransparente que nos envuelve desde que tenemos una conciencia hasta el final.”

“Sí, siempre mantened los clásicos a la mano para prevenir la caída”.

“La vida es un sueño, el despertar es lo que nos mata.”

“Uno no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no ha comido bien.”

“El pasado solo vuelve cuando el presente fluye tan armonioso como la superficie deslizante de un río profundo. Entonces se ve a través de la superficie deslizante de un río profundo. En esos momentos encuentro una de mis mayores satisfacciones, no en el hecho de estar pensando en el pasado, sino que es entonces cuando estoy viviendo el presente más intensamente.”

“Empiezo a desear un lenguaje parco como el que usan los amantes, palabras rotas, palabras quebradas, como el roce de las pisadas en la acera, palabras de una sílaba como las que usan los niños cuando entran en un cuarto donde su madre está cosiendo y cogen del suelo una hebra de lana blanca, una pluma, o un retal de chintz. Necesito un aullido, un grito.”

“Porque es una lástima muy grande no decir nunca lo que uno siente…”

Y me han asombrado sus maravillosas  novelas, pletóricas siempre de poesía y genio  (libros como La señora Dalloway, Al faro, Las olas), en las que nos subyuga el estilo, la forma única que tiene de captar los sentimientos y las sensaciones. Como escribió Borges:

Virginia Woolf ha sido considerada «el primer novelista de Inglaterra». La jerarquía exacta no importa, ya que la literatura no es un certamen, pero lo indiscutible es que se trata de una de las inteligencias e imaginaciones más delicadas que ahora ensayan felices experimentos con la novela inglesa.

Virginia Woolf, una de las escritoras y ensayistas más prominentes del siglo XX, fue también adalid del movimiento feminista: en Una habitación propia nos regala una espléndida reflexión sobre la dificultad de labrarse una carrera literaria como mujer, en un mundo de hombres.

© Jesús A. Salmerón Giménez


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