Jesús A. Salmerón Giménez
No
yerran las mujeres en modo alguno cuando rechazan las normas de vida que rigen
el mundo; pues hanlas hecho los hombres sin contar con ellas.
Montaigne,
“Sobre unos versos de Virgilio”.
En la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, hoy 8 de marzo, no voy a
entrar a glosar la marginación secular de la mujer a lo largo de la historia
–terrible situación que, salvo en determinadas parcelas del mundo occidental,
siguen padeciendo hoy en día cientos de millones de personas-, ni a rebatir los
argumentos de aquellos que lo justifican, pues considero más que evidente que
estamos formados todos por el mismo molde, y solo el fanatismo que auspicia la
religión o determinadas ideologías totalitarias pueden sostener la superioridad
de un género sobre otro. Prefiero, siendo fiel a este rincón que me ha regalado
Rosa, donde puedo ser el escribidor del lector que soy, hablar de las
escritoras de mi vida, aquellas que, con sus libros, han dejado una huella
indeleble en mi alma y me han regalado gratísimos momento de lectura. Sin
exprimir mucho los recuerdos, hay dos que saltan como panteras de talento en el
arca de mi memoria: Patricia Highsmith y Virginia Woolf.
Escribir es una forma de organizar la
vida. Y la necesidad de hacerlo sigue presente aunque no se tenga público.
Patricia Highsmith
A
la primera dama, comencé a leerla en la adolescencia y sus novelas forman parte
del haber sentimental de mi vida. Con mis amigos, también asiduos lectores de
esta americana impasible -y tortuosa-, compartía el deslumbramiento que
sentíamos por sus relatos perturbadores e hipnóticos. Nos pasábamos las noches
en blanco devorando las intrincadas historias que urdía esta escritora
excepcional, que siempre te dejaban en permanente estado de estupor y
desasosiego. Sus pesadillas eran adictivas, pues se basan en un hondo
conocimiento de la naturaleza humana y se sostienen en un perfecto suspense
(una mezcla explosiva de cálculo frío y emoción al límite) que impresionó al
mismo Hitchcock (quien llevaría –magistralmente- al cine su inquietante
novela Extraños en un tren –el crimen perfecto: un crimen sin
móviles).
Pero
si hay un personaje, salido de su pavorosa pluma, que nos cautivó y, por lo
menos a mí (cuando lo releo sus novelas o asoma en algunas de las estimables
versiones cinematográficas que se han hecho de este singular personaje) me
sigue encandilando, es el ambiguo, turbio, expeditivo, amoral,
seductor, tormentoso y brutal Tom Ripley. A lo largo de las cinco novelas que
componen la saga del oscuro y siempre peligroso Tom Ripley -en máxima tensión y
continua zozobra- este espléndido profesional de la impostura, con su
determinación y extraño encanto, nos pone inevitablemente de su parte, es el
antihéroe de nuestro tiempo.
Esta
gran dama del crimen, penetrante y sabia, que reveló nuestros tormentos
interiores y nos asomó al misterio, será para siempre nuestra (inquietante)
amiga americana.
No
hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.
Virginia
Woolf
Siempre
he sentido fascinación por Virginia Woolf: por la persona y por su literatura.
He admirado sus ideas, expresadas siempre con extraordinaria claridad y
agudeza:
“La
vida es un halo luminoso, una envoltura semitransparente que nos envuelve desde
que tenemos una conciencia hasta el final.”
“Sí,
siempre mantened los clásicos a la mano para prevenir la caída”.
“La
vida es un sueño, el despertar es lo que nos mata.”
“Uno
no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no ha comido bien.”
“El
pasado solo vuelve cuando el presente fluye tan armonioso como la superficie
deslizante de un río profundo. Entonces se ve a través de la superficie
deslizante de un río profundo. En esos momentos encuentro una de mis mayores
satisfacciones, no en el hecho de estar pensando en el pasado, sino que es
entonces cuando estoy viviendo el presente más intensamente.”
“Empiezo
a desear un lenguaje parco como el que usan los amantes, palabras rotas,
palabras quebradas, como el roce de las pisadas en la acera, palabras de una
sílaba como las que usan los niños cuando entran en un cuarto donde su madre
está cosiendo y cogen del suelo una hebra de lana blanca, una pluma, o un retal
de chintz. Necesito un aullido, un grito.”
“Porque
es una lástima muy grande no decir nunca lo que uno siente…”
Y
me han asombrado sus maravillosas novelas, pletóricas siempre de
poesía y genio (libros como La señora Dalloway,
Al faro, Las olas), en las que nos subyuga el estilo, la forma única
que tiene de captar los sentimientos y las sensaciones. Como escribió Borges:
Virginia
Woolf ha sido considerada «el primer novelista de Inglaterra». La jerarquía
exacta no importa, ya que la literatura no es un certamen, pero lo indiscutible
es que se trata de una de las inteligencias e imaginaciones más delicadas que
ahora ensayan felices experimentos con la novela inglesa.
Virginia
Woolf, una de las escritoras y ensayistas más prominentes del siglo XX,
fue también adalid del movimiento feminista: en Una habitación
propia nos regala una espléndida reflexión sobre la dificultad de
labrarse una carrera literaria como mujer, en un mundo de hombres.
© Jesús A. Salmerón Giménez
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