David Botía Ordaz
Últimamente me llama la atención
el tema de las momias –no así el de la
momificación, que también pero menos–, y en particular las razones por las
cuales momificaban a los muertos, bien por ser un valor cultural propio, bien
por haber adquirido esta costumbre la cultura invasora –como hicieron los
romanos–. Incluso, hoy en día, se sigue momificando en ciertas culturas y/o bajo
ciertas significaciones.
Ilustración de Aliki
También me llaman la
atención las momias naturales, me refiero a aquellas de personas, o animales, que
han llegado a nuestros días en un grado de momificación apreciable y permiten
comprender “cosas” de su tiempo. Siempre ocurre porque se dan las
circunstancias naturales para que se produzca, sin existir intervenciones
divinas o diabólicas, aunque sí supersticiones, fanatismos y supercherías
varias.
Desde mi ignorancia, que
ahora comprendo que era casi completa, he aprendido muchas cosas y, como es
normal, las he puesto en la fila de dudas existenciales que me surgen.
Verdaderamente me ha suscitado mucha sorpresa, y me refuerza la intuición que
ya sentía desde hace mucho tiempo sobre mi ser “espiritual”.
Veo con claridad que es la
“cultura” quien consigue que las “cosas” perduren en el tiempo, que estamos
viviendo en un momento de descubrimiento público impresionante sobre otras
culturas y, hoy por hoy, esto hay que agradecerlo a quien lo practica y nos lo
muestra. Se ven las culturas como circunstancias históricas en las que vivieron
quienes nacieron en cada época, y que eran personas con unas determinadas
características, y no monigotes grotescos imaginarios, quienes sentían y quienes
estaban regidos por unos sistemas de gobierno entorno a los cuales desarrollaban
sus vidas; dándonos cuenta de que en realidad, no somos tan distintos.
Comprendemos que la
persona siempre se ha guiado por ideas y conceptos y que esto era tan
importante como las necesidades fisiológicas. A poco que nos esforcemos,
llegamos a la conclusión de que ambos grupos eran necesidades personales
imperantes que perseguían un mismo resultado, sentir lo “mejor posible que se
pueda”.
He aprendido que la
humanidad ha sentido y siente de manera física natural y piensa de manera
física natural, y ambas cosas son la vida de cualquier persona, que en todas
las civilizaciones, como en la actual, se ha dado amor, cariño, generosidad,
respeto, odio, altruismo, mercantilismo, robos, traiciones, imposiciones,
bondad, maldad, esclavitud, libertad….
en fin, todo ello siempre dentro de un entender cultural que organiza
todos los sentires en orden a las sensaciones que los generan o desde donde se
generan, y, como sucede hoy en día, para gobernar las riquezas materiales en
aras a un ideal de individuo, grupo, familia y sociedad.
Desde el inicio de la
humanidad hasta ahora, han muerto más personas de las que existen, de algunas
se sabe algo y de la mayoría, nada o casi nada, y, cada cual de nosotros sabemos de primera mano de nuestros ancestros conocidos o los conocidos de los
que nosotros conocemos y… al menos de ellos sí que podemos seguir su legado, es
decir, su huella cultural y personal. Podemos concluir sin lugar a dudas que el
muerto, muerto queda, por muy momificado que esté, y, lo que perdura es su
recuerdo, en forma de legado cultural.
Después de éste esquema de
mis pensamientos me surge una duda: ¿existe ese mundo espiritual que cada
cultura protege como valor fundamental de la misma y por la que sus súbditos o
ciudadanos o pueblo deben respetar y creer incluso por encima de sus propias
vidas?
Que cada cual responda si
quiere, pero en cuanto a mi respuesta personal,
ya, sólo creo en mí… me refiero a que creo que soy el resumen de la
humanidad en mi singularidad, y como yo... tú, y que, al menos en mí, lo que
más valoro es lo que doy, quizá porque espere recibir, pero, sé que si no recibo
no me sucede nada, porque me sucede algo cuando no doy, ya que siento la
incomodidad de sentirme incompleto, como el que sabe que no ha llegado a hacer
lo que necesita para alcanzar ese grado de “lo mejor posible que se pueda” que
señalé antes.
Comprendo, también, que
ésta es mi percepción vital y que habrá otras personas con otras percepciones
vitales propias, pero lo que tengo claro es que la vida es un dar y un recibir y
sólo hay tres tipos de caracteres personales, los que se sienten bien dando,
los que se sienten bien recibiendo y los que se sienten bien intentando ser
equilibrados, y esto, tal y como pienso hoy, ha sido siempre así.
Metafóricamente hablando,
tres son los sustentos mínimos de un plano y me imagino una esfera perfecta
sobre él, a modo de pelota de acero sobre una mesa con tres patas ajustables en
altura, así que la cultura, según alargue o acorte a cada una de las patas, la
esfera tenderá a desplazarse y suponer un sobrepeso sobre las más cortas, que
pueden llegar a romperse y desmoronarse todo. Éste desmoronarse todo, en
realidad supone… cambio, pero éste cambio, que vendrá de la mano de cualquier
Dios o Demonio disfrazado de necesidad, estará sometido exclusivamente a la
explotación oportunista de este principio.
Comprendo que como resumen
de vida que soy, soy cultura para los míos y los cercanos a mí, y que en mí
está intentar que esa pelota de acero no les aplaste porque después de mi vida
seguro que hay otra, pero esa ya no seré yo, sino, quizá, algo de mi
transmisión cultural.
© David Botía Ordaz
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