Jesús A. Salmerón Giménez
De joven, dice, “leía
para la ostentación”, para hacer gala de conocimientos y alardear de ellos; más
adelante, para ser un poco más sabio, y ahora simplemente, por placer, nunca
por el beneficio. Si un libro le aburre, toma otro. Si un libro le resulta
demasiado difícil, “no me muerdo las uñas por las dificultades que encuentro en
un libro. Después de uno o dos intentos, renuncio, pues mi cabeza actúa sólo al
primer impulso. Si no comprendo un punto a primera vista, es inútil repetir los
esfuerzos, sólo consiguen hacerlo más oscuro”.
Montaigne citado por
Stefan Zweig.
Ilustración: Quint Buchholz
Como
a estas alturas de NOTAS sabe más de uno, para mí leer es más que una afición:
una necesidad, una pasión, un placer profundo. Con mi admirado Montaigne
sostengo que los libros “…Son las mejores provisiones que he
encontrado para este viaje de la vida”.
Y hacer una reseña me regala siempre la oportunidad de
ser el "escribidor" del lector que soy. Comparto aquí una segunda
entrega de mis experiencias de lectura a lo largo de las tardes de enero
("¡Cómo cae la
bruma en el alma/perfumada de amor y recuerdos!/ ¡Cuantas almas se van de la
vida/ estas tardes sin sol ni luceros!”
JRJ).
Ahora
que tantos se afanan (y medios y voluntades se disponen) en la búsqueda de los
despojos de Cervantes, conviene leer a quien lo busca donde realmente se
encuentra: en sus libros ("Cervantes habita su gran libro de
manera tan omnipresente que necesitamos darnos cuenta que contiene tres
personalidades: el caballero andante, Sancho y el propio Cervantes").
Con el título de este ensayo (desde Martín de Riquer, no había leído una
aproximación tan original y brillante al Manco de Lepanto)
se da nombre a una colección de artículos del grandísimo Sergio Pitol, que
pivotan sobre temas -de lo más variopintos- que configuran su particular
geografía de lector: la amistad, México, el arte, las vanguardias, los libros
(le dedica unas hermosas páginas a un libro -y a su autor- para mí desconocido,
sobre el que me voy a lanzar como un lobo a una herida abierta: Cómo me hice
monja, de César Aira), escritores (lúcida y reivindicativa reflexión sobre
Galdós, uno de los pocos autores en castellano que aprendieron y se aplicaron
la lección de Cervantes), cine (la reivindicación de modernidad -y celebración
de la vida- que hace de Blow Up -película de Antonioni sobre una idea de
Cortázar- me ha emocionado: me ha traído a la memoria los días felices y
cinéfilos de mi juventud)…Como en los buenos libros, con la lectura de estos
ensayos uno tiene la impresión de mantener una conversación literaria con un
escritor inteligente, que nos ilustra, que arroja luz sobre la noche de nuestra
alma (aunque también hemos aprendido que, "cuando el círculo de luz se
amplía, otro tanto hace la zona circundante de oscuridad").
«La
juventud es un libro en numerosos volúmenes que constituye apenas una mera
estantería en la enorme biblioteca de la vida» Henry James
Este
libro de carácter autobiográfico de Henry James (un cuaderno de notas que
escribió dos años antes de morir, y dejó inacabado), publicado por la
(excelente) editorial Periférica bajo el título El comienzo de la madurez, y
traducido por el escritor Juan Sebastián Cárdenas, nos habla de la soledad y de
la dedicación al arte, pero sobre todo es el retrato (con cierta dosis de
melancolía) del paso del escritor por el rubicón de la vida, su particular
“línea de sombra” conradiana, ese momento en el que la ambigüedad de la
juventud se torna claridad y precisión: “El punto en el que el mundo claudica,
se (re)ordena y adquiere consistencia, nitidez y credibilidad”.
El texto es un tapiz de recuerdos,
remembranzas, impresiones...contados con esa forma de narrar tan peculiar de
Henry James (construida a través de su característica -enrevesada- sintaxis:
frases vacilantes y subordinadas, interminables, que van matizando -y a veces
minando- la oración principal), el estilo puntillista de un hombre
extraordinariamente escrupuloso con la perfección de su arte.
Como a estas alturas del baile sabemos, Henry
James es un autor que requiere del lector una disposición de ánimo muy atenta
-y un entorno apropiado- para enfrentar sus textos. A cambio, nos ofrece
siempre el poder hipnótico de su admirable prosa: y nos permite descifrar un
mensaje que deja asombrado al lector desavisado. La inteligencia siempre
agradece su lectura (en sabias dosis, claro).
De
una tacada, sin aliento, seducido desde las primeras líneas, he leído este
hermoso libro, que me han regalado unos grandes, atentos amigos, que conocen mi
fervor por Montaigne.
STEFAN ZWEIG, uno de los grandes escritores
de la literatura centroeuropea de entreguerras, huyendo del terror nazi y todo
lo que representó: símbolo de una sociedad cada vez más brutal y gregaria, fija
su atención en el Montaigne que, en unas trágicas circunstancias similares,
supo salvar su independencia y preservar su libertad. Y el perigordiano se
convierte, en esa hermandad de destino, para el fascinante escritor que es
Zweig, "en mi hermano indispensable, en mi amigo, mi amparo y mi consuelo
(...)".
El libro quedó inacabado. El escritor, en
1942, ingirió un veneno letal con su mujer, Lotte, en la ciudad de Petrópolis,
a 66 kilómetros de Río de Janeiro. Zweig no pudo superar aquella barbarie, la
terrible noche en la que se sumió Europa. O tal vez pensó en lo que escribió su
admirado Montaigne, y que él mismo cita en este hermoso libro: "La vida
depende de la voluntad ajena; la muerte de la nuestra. La muerte más voluntaria
es la más hermosa".
"Y, a los de nuestra
generación, nos parecía que Montaigne daba tirones inútiles a cadenas
que creíamos rotas hacía tiempo, sin sospechar que el destino las había forjado
ya de nuevo para nosotros, más duras y crueles que nunca. Y así, honrábamos y
respetábamos su lucha por la libertad del espíritu como una lucha histórica que
para nosotros era superflua y fútil desde mucho antes. Una de las misteriosas
leyes de la vida es que descubrimos siempre tarde sus auténticos y más
esenciales valores: la juventud, cuando desaparece; la salud, tan pronto como
nos abandona, y la libertad, esa esencia preciosísima de nuestra alma,
sólo cuando está a punto de sernos arrebatada o ya nos ha sido
arrebatada”
Stefan Zweig, Montaigne.
© Jesús A. Salmerón Giménez
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