Pedro Diego Gil López
Hay un reducto de aguas vivas en un lugar
llamado río Muerto, una condición retroactiva que configura un espacio de
casualidad, de constancia natural y controversia hídrica. Un río que está sujeto
a una regulación inventada en provecho de un progreso eléctrico determinante. Un
río que discurre entre arboledas, en ese tramo donde quedó relegado después de
aquella partición acuática imposible. Las aguas que discurren por el suave
desnivel, desde la cota de su origen hasta la cota de su verdadera muerte, como
un principio y un fin, lo hacen en estado de gracia, siendo testigo de lo que
en ellas se refleja como si tuvieran memoria, y río abajo recuerdan, sin duda, toda
la luz que reciben allí, hasta llegar al mar.
Para no engañar a nadie, el río Muerto es
un tramo relicto del río Segura. Un tramo aparte, relegado en su provecho, hoy
extrañamente favorecido para formar un limbo paisajístico, en una excepción
casi desahuciada sujeta a un compendio de figuras legales, que por arte de
magia lo han preservado en uno de esos lugares donde la naturaleza consigue
jugar a ser casi lo que era, como en aquellos tiempos en los que los hombres
tenían menos poder.
Cuando llegas a sus inmediaciones te
propone de inmediato un paseo. Yo he aceptado esa propuesta muchas veces, y he
visto en sus márgenes un devenir plástico de un interés peculiar. Por eso hasta
le hablo, después de recorrer sus orillas y de contemplar sus rincones, después
de oír el murmullo de sus aguas y el canto de las aves que lo habitan. Quizás
solo me hable a mí mismo, o quizás le hable a alguien que, supuestamente, está
en la orilla opuesta esperando que yo me vaya y lo deje tranquilo pescar.
Quizás entable conversación con el pastor que acerca sus ovejas a abrevar por
la vereda de enfrente. Pero la verdad es que los arenales de sus orillas están
desiertos y la soledad los contempla.
Estas muerto, le
digo, desde el azul del cielo hasta la parda penumbra de tu lecho. Muerto tu
cauce regulado, cuando tu corriente fue detenida por muros represados y tu
volumen desviado a canales de triste ingeniería. Encerrada está tu atmósfera en
una burbuja alargadísima, en un clima de prodigios vegetales, rodeado de una
sabiduría agrícola imperfecta, y de eso te vales para ser, eso, un enorme
recodo paisajístico que deslumbra. Tienes por estas cosas un destino incierto,
de ahí puede que venga tu nombre de Muerto, con su paradoja de significado
visiblemente absurdo. Ha de notarse la vida que aún tienes, pese a ese nombre.
La huella que dejas, más la distancia de tu devenir, le da plena libertad a las
estaciones para perpetuarse, unas a otras, en tu bravo y colorido entorno.
Ellas son las que te llevan, las que te prolongan hasta que no pueden hacer más
por ti y te entregan a tus aguas mayores.
Río Muerto, eres el otoño puro cuando por
esa corriente tuya de cerúleos reflejos maduran los amarillos claros y se
mezclan tan caóticamente con tantos verdes languidecidos. Cobijas la diáfana
luz de tus orillas y te llevas cada reflejo vivo en las ondas que mueven tus
aguas, desde tus anaranjadas orillas salpicadas de grana. Si entonces llueve,
se suman un sinfín de vibraciones grises, tintineando en las alamedas, y el
viento recorre la amplitud de tus olmedas, y le silba a tu corriente engreída,
a su propio encanto. Allí donde se sobresaltan los ánades que ocultas en la
niebla, de sorpresa en sorpresa, me llevas; me dejo llevar por tus rincones, y
escucho las sugerencias de tus miles de orillas. ¿Quién no es capaz de recrearse en tu armonía
y no coge con la vista el ritmo de tu plácida corriente?
Te aseguro, río Muerto, que cuando llega a
tus orillas el invierno, desencadenas un desfile de ramajes cruzados, de
troncos vencidos y fustes inhiestos, de lo más sugerente. Tu arboleda de roces,
llena de nidos vacíos, verdaderamente provoca a quién la contempla. Esa quietud
que el ser humano tanto persigue, se encuentra en ti. En esa arboleda que alzas sobre ti mismo, con
esa fría quietud iridiscente, te digo que te conviertes en el silencio
sobresaliente, en un deseo, en una vuelta atrás, larga y relajada. Así lo
guardo en mi mente.
Te veo entre la
hojarasca, por un plácido camino, en la dura belleza que te apremia cuando te contemplo,
en contra del más allá de tus alrededores, con todas esas circunstancias que
quiere hacer de ti un espacio a penas visible, cada vez más disimulado, donde
parezcas un sueño. Quiero retomar tu libertad recorriéndote despacio, valorarte
lentamente desde tantos ángulos como pueda, después de volver, una y otra vez,
para contemplar el esplendor de las estaciones.
Vuelvo
y vuelvo a decírtelo, Río Muerto, una música de hojas verdes te reaviva cada
primavera y se diluye en tu corriente plateada, bajo la niebla, o bajo la
escarcha tardía. Esta constatación se convierte en fuerza sustancial, porque vives
en el canto de los mirlos, en el porte de las garzas, en el revoloteo de las
fochas, y renaces cada día con esos rayos de sol profundos que te atraviesan y
trasfiguran los tallos y los brotes que reactivan tu amable naturaleza.
Entonces, eres la abeja, la flor, la nube, la rama, el trozo de cielo, nada más
que eso, sin necesidad de ser otra cosa.
Así, en ese tiempo, Río Muerto, estás
siempre reservado por mi memoria al renacer de la vida en un baño idílico, en
el verano caluroso y eterno que cada año me ofreces, desnudos tú y yo, y el
mundo, cuando nado aguas abajo, llevado por tu corriente como una de tus hojas
de envés plateado, de limbo aserrado, de nervada textura. Y veo los hilillos de
tu corriente como se tejen en los remolinos de tus viejas olmas, entre aneas y
juncos, formando un manto de agua clara, zambullida, arremansada, preservada en
la fresca sombra. Una higuera, una parra y un nogal alcanzan tu orilla. Y llego
a sumergirme en la noche de tus aguas, bajo el reflejo de la Luna, en el agua
oscura y muerta, donde perdura tu agonía de río entregado, como un obstinado
superviviente. Obtengo la libertad nadando en tus torrentes repentinos y en
alguno de tus remansos me encarcelo y me quedo a reposar.
Entre encajes de
ramas de álamo viejo, entre las melosas mimbreras y las espinosas zarzas, cobijas
la esperanza de preservarte. Incluso en los inviernos que desnudan tu porte
arbóreo y desvisten tus raíces primigenias, entre baladres y cañas, aún ocultas
todo tu misterio. De tus derroches vegetales se poblarán siempre tus limos,
cumpliendo contigo la condena de morir viviendo tanto.
Eres, río Muerto, un paseo en
perfecto contraluz y una ribera de espirituales mañanas, pasos y más pasos de
agua y arena. Eres de amaneceres rosados y limpios, que crecen hasta ese nítido
carácter diurno de tu vigor. Eres el
místico medio día primaveral, casi caluroso, y la clausura sombría del verano
en el frescor de tus ramajes. Eres el cálido atardecer, el frío y misterioso
carácter crepuscular que precede a la noche. Y siendo así, los vados que
permiten cruzarte hacen de tu entorno lugar de paso y frontera, un espejo
momentáneo lleno de tibios reflejos.
¿Qué más eres? ¿Qué más puedes ser que no
seas por estar muerto? Quisiera robarte toda el agua que pueda coger en mis
ojos, para tenerte presente cuando vuelvas a ser ese río Segura, que ha de
llegar hasta el mar. ¿Qué aguas eligen discurrir por el canal de ingeniería y
cuales prefieren tu cauce?
El
río Muerto aparece entre alamedas dormidas, a partir de la presa de la hoya
García, como si fuese un afluente de una corriente mayor, en este caso del río
Segura; pero que en vez de juntarse con aguas más caudalosas se separa de ellas,
caprichosamente, por la acción de la mano del hombre, que se lleva la mayor
parte del caudal, a través de un canal artificial, hasta el Salto del Progreso.
Entonces, parece que todo el río cambia, para convertirse en un espacio que se
preserva así mismo.
Aguas arriba pasa algo parecido, otra presa, la de La Mulata, amansa la
corriente, retiene el caudal del Segura para sumergir la mayor parte en un
canal subterráneo que se lo lleva hasta el Salto de Almadenes, para producir
electricidad con su fuerza, dejando otro tramo de río en parecidas
circunstancias, a través del impresionante cañón de Almadenes, pero eso es otra
historia.
El
río Muerto se puede vadear por la desembocadura de la rambla del Cárcabo,
cogiendo el camino que pasa por debajo del puente que la salva, en la carretera
del pantano de Alfonso XIII. Por la margen derecha del río, o por la izquierda,
se puede empezar a disfrutar del paisaje y la naturaleza que lo envuelve, desde
la presa de la hoya García.
© Pedro Diego Gil López
Una sorpresa encontrarme con este texto, sr. Una verdadera y grata sorpresa
ResponderEliminarUna prosa llena de fuerza porque inunda los sentidos. ..una agradable sorpresa, sí.
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