jueves, 22 de enero de 2015

SIETE LIBROS DE ENERO (1)


                                                                          Jesús A. Salmerón Giménez


   
“Los libros no se hacen como los niños, sino como las pirámides, con un proyecto premeditado y amontonando grandes bloques los unos encima de los otros, a fuerza de riñones, de tiempo y de sudor. ¡Y no sirven de nada! ¡Y se quedan allí, en el desierto! Pero dominándolo de forma prodigiosa. Los chacales se mean en su base y los burgueses suben hasta su cúspide; continúa la comparación”.
                                              Julian Barnes




Ilustración de Quint Buchholz





Los marcianos somos nosotros (Bradbury)
No frecuento mucho la ciencia ficción (o literatura de lo extraño como prefiere denominarla Harold Bloom), con la excepción de la lectura de conspicuos autores del género como Isaac Asimov y Ray Bradbury, máxime con los derroteros que ha tomado en los últimos tiempos, en los que, como sostiene Miquel Barceló en el espléndido prólogo del libro, está más encaminada a la fantasía que a lo que se ha dedicado siempre la ciencia ficción "reflexionar sobre nuestro mundo y los posibles futuros que nos esperan".
 Con ciertas reticencias, pues, inicié la lectura de esta novela que, sin embargo, me ha enganchado desde Sol 6: a de La isla misteriosa de Verne y también del Robinson Crusoe, pero en un pasaje inhóspito     como es el planeta Marte. Una intensa y estimulante  historia de supervivencia, brillantemente construida, con un suspense sorprendente, La lucha por sobrevivir en soledad, desde la ciencia y la inteligencia, lo que no le resta ni un ápice de épica. Y todo con el humor  (una trinchera contra el miedo, en sabia definición de Antonio Hernández) del protagonista que se hace indispensable en una situación tan hostil y extrema como la que está viviendo.




Una historia con lírica
(Del futuro al pasado, de Marte a la Castilla del Quinientos, y sin moverme del sillón: Ésta sí que es una verdadera máquina del tiempo, ¿qué mejor puerta espacio-temporal que un buen libro?)
Manuel Fernández Álvarez, con su solvencia habitual de historiador riguroso, nos abre una ventana que nos permite asomarnos al mundo del Quinientos y al mundo interior de un personaje histórico (y literario) de primera magnitud: Juana la Loca, (o la Desventurada, como prefiere el insigne historiador), la hija de los Reyes Católicos, la más atractiva, que por una carambola del destino llegó a ser reina, pero que nunca llegó a gobernar.
Una biografía  conmovedora, que se centra en los lados más vulnerables de esta mujer, no tan loca como indica el apodo. Pero hubo, como señala el autor, dos sucesos desencadenantes: fue alejada de su familia a una edad muy temprana y acabó locamente enamorada de un marido casquivano.
Esta mujer enferma de soledad no recibió el tratamiento adecuado, ni contó con la compañía y el afecto mínimo que necesitaba: Supeditada a las ambiciones de  poder de su marido, el tornadizo Felipe el Hermoso, de su padre, el maquiavélico Fernando el Católico y de su hijo, el caballero cristiano y prognato Carlos V, fue encerrada en Tordesillas en 1507. Esta mujer, que paseó por media Castilla el cadáver de su marido, permaneció cautiva durante 48 años -y únicamente tuvo momentos de libertad y reconocimiento, durante la rebelión comunera liderada por Juan Bravo, Padilla y Maldonado-. Una vida intensa y trágica y desventurada. Un historia novelada memorable. Como manifestó en una entrevista el gran historiador: "Y, claro, la literatura me ayuda a escribir la historia con cierta prestancia y carga lírica".




 Los caminos del lector son inescrutables
JULIAN BARNES me deslumbró con El loro de Flaubert, en los albores del mundo, y me divirtió y me encandiló con Una historia del mundo en diez capítulos y medio. Y, sin embargo, desde entonces no había vuelto a leerlo. Y, por azares de la vida, comienzo la lectura de Niveles de vida, y recuerdo su humor, su estilo desenfado, leve pero de altos vuelos, como los globos aerostáticos que describe, en su vuelo majestuoso (y en el estruendo de su caída), la épica de la aeronáutica a finales del XIX. Y París y la glamurosa Sarah Bernhardt ...Y el encanto de su prosa, deliciosa. Y de pronto, como la desgracia súbita, sin avisar, nos abisma al fondo del corazón humano, a profundidades que ni su admirado Orfeo se atrevió a sondear en busca de su amada Eurídice. Nos habla de cómo el mundo cambia (juntando dos cosas, dos personas -o separándolas-), nos habla del amor y de la muerte, de la pareja enamorada, de la pérdida de su mujer (y la aflicción y el duelo): "Y lo que desaparece es mayor que la suma de lo que había. Esto es quizá matemáticamente imposible, pero es emocionalmente posible”.
Y nos quedamos tocados, noqueados, sin aliento, a ras del suelo, en la pérdida de profundidad. Como alguien ha escrito: "Cualquiera que haya amado o sufrido una pérdida, o simplemente sufrido, debería leer este libro, y releerlo y releerlo".




Pura vida
Como sostiene nuestro paisano, y sin embargo gran crítico literario, J.M. Pozuelo-Yvancos: más que una novela, pura vida. De Landero leí  Juegos de la edad tardía en los años 90 ("Cuando de casi todo hace ya veinte años..."), y recuerdo que me gustó, pero que no me generó adherencia a su literatura (los caminos del lector son inescrutables...), craso error, sin duda porque sus obras, con poco que se aproximen a ésta, deben de ser magníficas. Con un estilo directo y ligero (pero,  experto alquimista de las palabras, conoce el  peso exacto de cada una de ellas, y cómo multiplican su valor en precisas y sabias combinaciones), nos asoma al balcón de la vida: sus años de aprendizaje entre la remota Extremadura rural de los 50 y el Madrid de los 60 (rompeolas de la emigración masiva del campo a la ciudad de aquellos años). Deja memoria de su vida y de la de sus mayores: gentes sencillas, pero prodigiosas; de unos tiempos sombríos, pero también mágicos: Cada recuerdo que destila su pluma es un portento, por como lo cuenta y por lo contado: debajo de su estilo sobrio y limpio, late la imaginación desbocada de su fantástica abuela Frasca, que le enseñó los arcanos y los ritmos de la narración oral.
Así termina, en uno de los mejores finales de libros que he leído en los últimos años:
"En cada instante, en cada frase, en cada pequeño acontecer, lo trivial y lo misterioso van a partes iguales. Eso es todo, y no hay más que contar. Un grano de alegría, un mar de olvido".


 © Jesús A. Salmerón Giménez

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias a ti por el comentario, Carmehsanta. Pará mí, es un placer compartir mis experiencias como lector.

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  2. como lector apasionado sos una muy buena guía para futuras lecturas. Gracias, Jesús

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    1. Gracias a ti, amiga Sara. Compartimos la pasión por la lectura.

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