Juan A. Piñera
Hay en Internet multitud de
páginas donde encontrar listados sobre todo: clasificación de mejores cantantes,
las mansiones más caras, los pueblos más pintorescos, los mejores castillos de
España... las cien y una experiencias vitales que se deberían hacer antes de morir.
El
compañero de “Notas” Pedro Diego Gil López nos trae periódicamente una
selección de lugares, rincones conocidos por muchos ciezanos y foráneos que se
disfrutan generalmente cuando hace buen tiempo, cuando viene la primavera y el
calor del Sol anima. Tenemos cientos de lugares para perdernos (o encontrarnos)
sin desplazarnos más de 15 kilómetros a pie. De entre todos, mis lugares son
aquellos donde el ser humano vivió y dejó huella hace siglos, es decir, Bolvax,
barranco de Los Grajos situado en la enorme sierra de Ascoy llena de
posibilidades (donde hay restos muy deteriorados de la calzada romana que pasaba por
Cieza (http://www.regmurcia.com/servlet/s.Sl?sit=a,78,c,522,m,1075&r=CeAP-10207-R_903_DETALLE_REPORTAJES)
), la Atalaya y, sobre todo, la enorme zona de Los Losares-Almorchón-Almadenes.
Fue en este lugar donde, un día de lluvia de hace pocos días, me aventuré a
probar una de esas “cosas” que llaman experiencia vital. Casi una temeridad.
Consistió en, únicamente con un impermeable y calzado adecuado, salir a vivir la
zona de Los Losares con el cielo cubierto de espesas nubes, el frío más o menos
instalado y el agua, por fin, cayendo sin parar. Las sensaciones oscilaban
entre constantes interrogaciones (¿qué hago yo aquí?) y una especie de comunión
con la naturaleza (olores y sonidos), al mismo tiempo que, a ratos, me hacía
pasar por aquel médico romano que hace 2000 años se desplazó desde lo que es
Bolvax hasta la cueva de La Serreta. Por supuesto, los pensamientos iban y
venían. Lo físico se manifestaba porque era casi imposible obviar el cuadro de
sonidos (el agua, las blandas pisadas) y olores que todos sabemos que se
acentúan cuando hay humedad. En lo visual, eran constantes las paradas para
mirar al horizonte, en círculos, y ver que allí no había nadie, solo un rastro
de pisadas paralelas; que estaba totalmente desprotegido, sin poder encontrar
el cobijo que aquel médico romano sí halló (porque
está cerrado), viviendo la pequeñez de un ser humano rodeado de llanuras,
barrancos, vegetación, un manto de agua y masas montañosas. Solos frente a los
elementos.
Fue
una experiencia sencilla por lo material, barata, claro es, que se puede
plasmar en texto adornado con cientos de adjetivos, frases poéticas, imágenes
redundantes que pueden resultar obvias pero que, solo leídas, no llegan a
equipararse ante lo vivido en ese lugar bajo aquellas circunstancias. Es el
frío, el agua, el viento en la cara, el silencio humano,
los pasos, los propios pensamientos y una sensación de búsqueda y huida
incansable que sana la mente, desintoxica, ralentiza, hace ver la vida desde la
perspectiva más animal que un individuo de la
era digital (porque ya no estamos en la Era Industrial) puede experimentar.
Creo que para completar la aventurilla era preciso pasar la noche a la
intemperie, sin que parara de llover, mas la falta de preparación en técnicas
de supervivencia y la obligación de acudir al trabajo al día siguiente me
impidieron. Pero, creo, que, a lo mejor, un día de estos, nos echaremos al
monte a vivir, solos, perra incluida, con 4 cosas para echar a la boca, el agua
que nos quepa, unas cuerdas y unas navajas e intentar pasar unos días a la
intemperie, sin tienda de campaña, sin teléfono móvil, aunque me traten, nos
traten de chiflados quienes por allí nos vean. Escapar de la locura que es la
rueda que muchos llaman sistema y que nos tiene encadenados, mecanizados,
abducidos. Es tan complicado dejar de ser esclavo en la confusión que es la
vida moderna, cuadriculada, establecida, tabulada... inútil. Posiblemente me
haga de eso que llaman perroflauta y vague durante una temporada de montaña en
montaña, de yacimiento en yacimiento, de ruina en ruina, de monasterio en
monasterio, sin pisar un solo pueblo, vadeando ríos, sobreviviendo con lo
puesto y con lo que encuentre, pensando que un día todo aquello que visitaré se
construyó hace siglos y siglos hace que se derrumbó y todo lo que hay ahora
desaparecerá en un largo sendero de huellas y esfuerzo evaporado que el tiempo,
valiosa, única y verdadera posesión inmaterial, borrará en su imparable
y arrollador trayecto a ninguna parte.
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